En apenas un año, varias obras han descrito en viñetas y desde distintos ángulos el impacto de la recesión. El siempre original Miguel Brieva, por ejemplo, nos contó el drama y la indignación de un joven licenciado en Geología que no levanta cabeza en Lo que me está pasando (Reservoir Books). Más recientemente, Sagar Forniés y Jorge Carrión han dibujado el lado menos cool de Barcelona en Los vagabundos de la chatarra (Norma). La última en llegar y retratar las dentelladas del crac actual es El mundo a tus pies (Astiberri), de Pep Domingo (Castellón de la Plana, 1985), que firma como Nadar.
Nadar es autor de Papel estrujado, publicada hace dos años y muy probablemente el debut más deslumbrante del cómic español en mucho tiempo: casi 400 páginas en blanco y negro, tan felizmente ambiciosas como desoladoras, rebosantes de misterio y de inesperados giros y, sobre todo, dotadas de una madurez vital impropia de alguien que no ha cumplido aún los treinta años. En El mundo a tus pies no hay sorpresas ni golpes de efecto; desde el principio queda meridianamente claro cuál es empeño de Nadar: contarnos las vidas de tres jóvenes de la España actual, aplastados por un presente que va de lo triste a lo siniestro.
Carlos pone en riesgo la relación sentimental con su novio por aceptar un trabajo en el extranjero. David está desempleado, cuida de su abuelo dependiente y pasa las horas muertas frente a la tele o las redes sociales. Sara es una teleoperadora que no aguanta un segundo más una situación que la supera desde hace tiempo. Ellos son los jóvenes protagonistas de las tres historias independientes que integran el cómic. Aparte de no tener trabajo o de haberse agarrado a uno que saben que no les corresponde por preparación, tienen también en común la terrible sensación de formar parte de una generación marcada por la mala suerte: pocas oportunidades profesionales y durante un tiempo que va más allá de lo tolerable incluso para los más optimistas.
El autor parece más interesado no tanto en mostrarnos al treintañero talentoso que debe marcharse a la otra punta del mundo para poder sentir qué es eso de trabajar en aquello para lo que uno se ha formado, como en el impacto que esa decisión tiene en la relación con su novio; no tanto en la desolación del chaval harto de hacer entrevistas de trabajo sin éxito como del modo en que debe humillarse para salir adelante; no tanto en tener un trabajo precario como en el resentimiento que supone comprobar que tus padres piensen que, en fin, peor sería no tener ningún empleo. Porque este cómic respira no poco resentimiento, sobre todo contra las generaciones mayores, y bastante frustración, aunque sugiera también, algunas, no muchas, razones para la esperanza.
Sensación de estafa
Es obvio que Nadar no quería quedarse solo en describir las mil y una situaciones penosas que ha generado la crisis, sino en poner de relieve cómo se resienten valores que en otras condiciones se verían poco o nada alterados. Hay una edad para los grandes sueños, una época vital en que hay que abrazar las grandes ilusiones (laborales, personales, familiares…) antes de que sea definitivamente tarde. En ese sentido, las viñetas de Nadar destilan la desesperación que despierta en los protagonistas el paso del tiempo, la sensación de que si el futuro era esto, entonces es una estafa.
Cuesta percibir el tono tragicómico al que hace referencia el novelista Isaac Rosa en el prólogo cuando escribe de cómo “se ríen a veces los protagonistas de estas tres historias, esa necesidad de desdramatizar una realidad tan dramática, ese no tomarte en serio lo que te pasa, como una estrategia adaptativa, de supervivencia; porque si lo hicieras, si te lo tomaras en serio, no habría suficiente diazepam para todos”. Sí hay en cambio y en grandes dosis, como dice Rosa, un “malestar que no sabemos nombrar y que a veces asoma en forma de tristeza, otras de asco, dolor y envidia”.
Curiosamente ese ambiente cargado, en el que uno busca culpables hasta debajo de las piedras y en el que la rabia concentrada desata verdaderos estallidos de furia, encuentra acomodo en dibujos de colorido amable, con detalles que invitan a quedarse en la página… Porque si bien es verdad que no hay aquí finalidad de retrato generacional, no es menos cierto que es un buen documento para captar las costumbres del momento: la vida alrededor del smartphone, las tablets, el wasapeo y las visitas incesantes a Facebook, la comida japonesa, la telebasura, el aumento de la esperanza de vida pero sin calidad de vida…
Es el de Nadar un cómic amargo, que lleva dentro más de un grito de rabia y habitado por personajes creíbles, quizá no tan original y potente como su debut, pero igualmente recomendable. Un estupendo tebeo que podría quedar, pasados los años, como una de las grandes novelas de la crisis.