El dibujante francés (Nimes, 1959) demostró que, lápiz en mano, todo vale en cuestión de recursos expresivos para transmitir sensaciones: la indefensión ante una enfermedad cruel, la frustración ante la falta de soluciones médicas, la impotencia de una familia que se ve incapaz de ayudar a uno de los suyos, el desamparo, la amargura, la pena… como pocas veces se ha contado en viñetas.
Obra tan memorable no debe, no obstante, hacernos olvidar que su autor no ha dejado de publicar desde entonces y colaborar con otros gigantes del cómic galo como Joann Sfar, Christophe Blain o Emmanuel Guibert. La última muestra de su talento publicada en España es Diario de Italia y en cierto modo tiene algo de continuación de La ascensión del gran mal. Aquí no hay enfermedades ni médicos, ni recuerdos infantiles, ni familiares pero sí una vez más el dibujo como herramienta con poder terapéutico: el folio en blanco como espacio en el que dar rienda a las pesadillas, las obsesiones y los miedos para sentirse un poco mejor que antes de dibujarlas.
Cumple uno de los requisitos del diario, fechando cada entrada, quizá el único elemento convencional propio de un cuaderno poco o nada destinado a consignar lo que ha dado de sí un día cruzando puentes venecianos o visitando librerías vacías. Con David B. cruzamos mogollón de puentes pero casi todos están ahí puestos para avanzar por la poderosa y exuberante imaginación de su autor. Lo simbólico y lo onírico se dan la mano para sumergirnos en multitud de historias, una tras otra sin interrupción. Suelen éstas partir de un personaje misterioso o de la lectura de una noticia o de un animal que le interpela o de un edificio abandonado que le obsesiona. Historias de gatos y ratas, de espectros y mafiosos (homenaje incluido al Lucky Luciano de Francesco Rosi), de guetos judíos y violaciones a mujeres jóvenes, todo ello con abundancia de formas grotescas, máscaras y ese talento para no ponerse ningún límite que no sea las dimensiones de la página.
La editorial avisa que el diario de David B. es un experimento. Absténgase de entrar en él los que busquen reconocer callejuelas o plazas de Trieste, Bolonia, Parma o Venecia en su tramo inicial o paseos agradables por rincones exóticos de Hong Kong y Osaka en la segunda y asiática parte del volumen. Devórenlo, en cambio, si disfrutan de las creaciones retadoras, imprevisibles y poco complacientes. El viaje, en realidad, es al subconsciente de David B y merece la pena.