Tuvo Auster en las primeras palabras de su comparecencia ante los medios de comunicación un sentido recuerdo para el poeta John Ashbery. «Ayer, cuando leía el periódico durante el desayuno me enteré del fallecimiento de este amigo, una de las voces poéticas contemporáneas más importantes de Norteamérica. Bebía, fumaba, trasnochaba… No sé cómo pudo llegar a los 90. Escribió con una libertad extraordinaria en una época dorada. Cuando regrese a Nueva York volveré a leer y disfrutar de su excepcional obra. Buen viaje, John».
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España era el sexto país que visitaba en una gira en la que, como ha hecho siempre, se niega a visitar naciones en las que se encarcela a periodistas o se secuestra oficialmente la libertad de expresión, como China o Turquía. Y, casi sin solución de continuidad, Auster se lanzó a hablar de su monumental regreso a la ficción. Novecientas páginas de gran literatura que retornan a los escenarios, los personajes y los juegos por los que su obra es reconocible para millones de lectores.
Ahí están los mismos suburbios de Nueva York de siempre tejiendo una historia en la que explora el poder del destino y del azar a través de Archie Ferguson, con el que el autor comparte el haber nacido en 1947 en Nueva Jersey, y ante el que se abrirán cuatro posibles vidas. «Esta es la historia de una vida a través de cuatro versiones muy distintas».
La novela transcurre desde los años 50 a principios de los 70 del siglo XX, con temas como las revueltas por los derechos civiles y el racismo como trasfondo, un asunto que ha vuelto a saltar a la actualidad con los sucesos de Charlottesville, algo que Auster considera «más que preocupante, pues somos una país, pese a lo que algunos desde la ignorancia pretenden sostener, en el que todo el mundo es o procede de la inmigración. Todos somos inmigrantes, con la excepción de los indios que allí vivían y que fueron salvajemente asesinados».
En ese punto, Auster abundó: «Somos una nación inventada por los que vinieron de fuera, un hecho que no tiene parangón en la historia universal. Un país que se construyó sobre dos grandes acciones criminales, la de la aniquilación de los indios, que se inició desde el momento en que los británicos llegaron a aquel continente, y la de la esclavitud que es el veneno que está dentro de la hermosa idea inclusiva de una país extraordinario como el nuestro».
Históricamente, Estados Unidos no ha afrontado la cuestión de la esclavitud, comentó el Premio Príncipe Asturias de las Letras de 2006, que puso como paradigmático ejemplo el hecho de que «a estas alturas de la historia no exista todavía en ningún lugar de mi país un museo sobre la esclavitud».
Como insistió el autor, en el escenario de su nueva obra hay hechos reales reconocibles para cualquier lector: la oposición a la Guerra de Vietnam, los disturbios raciales en Newark y Nueva York en los años 60 o el asesinato de John Fitzgerald Kennedy . «Si pienso en los grandes shocks políticos de mi vida tengo que mencionar los atentados del 11-S y el asesinato de Kennedy. Aunque también podría nombrar la decisión de George W.Bush de invadir Irak y la confusión terrible de las elecciones de 2000, cuando Bush se impuso a Gore a través de lo que, en mi opinión, fue un golpe de estado dirigido por la Corte Suprema a las órdenes del Partido Republicano. Y, si vamos más atrás, Vietnam sigue apareciendo como el gran trauma que desgarró América y del que todavía no nos hemos recuperado. Ahora estamos viendo el desastre de la elección de Trump, pero eso necesita que le demos tiempo porque creo que la historia precisa al menos cincuenta años de margen para que podamos emitir una opinión más objetiva y reposada».
Amenaza
Pero dicho esto, Paul Auster vuelve a la carga con el escenario actual como telón de fondo: «Trump es un psicópata maníaco-depresivo. Un hombre que ha declarado que no le gusta el olor de los libros. Un individuo que es incapaz de leer un libro. Pero no estoy disgustado ni enfadado por eso, porque hay mucha gente así. Por lo que estoy profundamente preocupado el por el hecho real de que hay más de 60 millones de estadounidenses que lo han votado. Y lo que es más inexplicable, por el hecho de que un 52% de las mujeres han elegido a un individuo misógino que ha demostrado en cada una de sus declaraciones que siente un profundo desprecio por la mujer. Y, sin embargo y por razones que me resultan absolutamente alejadas de cualquier razonamiento sensato, lo votan. Estoy convencido, y cada día él se encarga de darme la razón, de que Trump no es solo una amenaza para EE.UU., es una amenaza para el mundo».
Pero no todo es derrotismo. «Hay un nuevo activismo que no había visto en mi país desde hace 50 años, desde la época de Vietnam, con millones de personas involucradas. Y lo interesante es que las mujeres son una de la fuerzas conductoras esenciales».
«Soy un feminista», afirma Auster, encantado de que ya lo conozcan en cada vez más foros como el marido de Siri Hustvedt, la escritora con la que se topó por casualidad y con la que vive desde hace 36 años. «Y ya estoy a punto de ser conocido como el padre de Sophia Auster. Me siento bendecido por tener a este par de genios viviendo conmigo».
Y tras reconocer que la vida le ha hecho tomar conciencia de que «a cualquiera le puede suceder cualquier cosa inesperada en cualquier momento», Auster reflexiona sobre el azar, uno de los conceptos que gravitan sobre su obra en general y, de forma muy particular en su último libro: «Escribí un libro que se llamó La música del azar y, desde entonces, voy cargando con la palabra azar escrita en la frente, pero no me gusta nada. Si quieren hablamos de lo inesperado, que es una parte fundamental de la vida. La palabra azar tiene algo determinante que niega la voluntad y el deseo de las personas, la dignidad humana. Las personas no funcionan así; las personas tienen un propósito sobre el que interviene lo inesperado, para bien o para mal… Así es la vida».
Comienzos azarosos
Respecto a sus comienzos, «azarosos, confusos», el escritor que declara que el Premio Nobel, para el que ha sido nominado innumerables veces, no ocupa ni un solo segundo de sus pensamientos, puntualiza: «Con 20 años yo escribía cientos y cientos de páginas impublicables. Mi problema fue que tardé mucho tiempo en entender lo que hacía y por eso me frustraba. Me frustraba tanto que a los 23 años lo dejé. Decidí que la prosa de ficción se había acabado para mí y me dediqué los siguientes siete años a la poesía, un género que me provoca un enorme respeto. También escribí algunos artículos, pero nada de ficción. Hasta que llegó lo inesperado. De pronto se abrió una puerta y escribir prosa fue posible. Hice una pieza pequeña, Espacios blancos, que terminé una noche a las dos de la madrugada. Fuera nevaba y me fui a la cama con la sensación de que había nacido a una nueva vida. A las siete de la mañana sonó el teléfono. Era un familiar que me informó de que mi padre acababa de morir. Tenía 66 años y no tenía mala salud. Fue un shock. La misma noche en la que yo volví a nacer. Entonces me puse a escribir ciegamente sobre mi padre. Aquello fue La invención de la soledad«.
Por último, y tras confesar que no utiliza internet y que escribe a mano en cuadernos cuadriculados, Auster confesó: «Leo en voz alta lo que escribo, se lo leo a mi mujer y después grabo mis audiolibros y los escucho. Es importante leer en voz alta, te permite corregir errores y darte cuenta de si la música de cada obra es la adecuada».