La más obvia: que ambos son inmejorable botón de muestra de que el periodismo puede ser un oficio mayor. Otra, motivo principal de estas líneas, es que los dos han reflexionado de forma amplia, dispersa y sagaz sobre su trabajo y que afortunadamente dos editoriales, muy pendientes de estos asuntos, han decidido hace poco poner a nuestra disposición sus ideas en dos joyitas. Dos libros que permiten asomarnos a la trastienda de dos escritores enormes: Zona de obras (Círculo de Tiza, 2014), de Guerriero, y Maneras de ser periodista (Libros del KO, 2013), de Camba.
Cada maestrillo tiene su librillo y los de estos dos son un festín de inteligencia sobre eso de juntar letras para su publicación en un periódico. Deliciosamente maniáticos, son los perfectos antimanuales de periodismo, es decir perfectos complementos a los clásicos manuales de periodismo. Obras construidas con artículos de lo más variado que no nacieron a priori para ser leídos en formato libro pero que ahora permiten enfrentar la metodología que manejan uno y otro cuando toca rellenar una cuartilla antes de la hora de cierre.
Es común a ambos preguntarse por el esfuerzo que hay detrás de la crónica y sobre la logística precisa y la inspiración deseable. Ahí Camba admite que le basta un poco de papel para escribir el artículo, que “unas veces sale fácil y fluido y otras duro y difícil”. Lo que no necesita de ninguna manera es irse a una casa frente a “un mar inmenso o una inmensa montaña”: “¡Dios bendiga a esos hombres que ante el espectáculo de la naturaleza sienten el deseo irresistible de escribir para la prensa, y que, para confeccionar un artículo de tres cuartos de columna, creen necesaria la colaboración del mar, del cielo, de los árboles y de los pájaros. A mí la naturaleza me produce una sola inspiración: la de dormir, la de no escribir artículo ninguno”.
Muy distinto del caso de Guerriero, que dedica todo un artículo a dar cuenta de las muchas cosas que a ella le ayudan a poner negro sobre blanco sus ideas; algunas sospecho que no habrían sido del agrado del periodista gallego: correr, limpiar la casa, hacer 200 abdominales, escuchar canciones infantiles…
Coincidencia plena, en cambio, en la necesidad de viajar y saciar la curiosidad en otros mundos. En 1949, Camba fijó su residencia en una habitación del hotel Palace de Madrid hasta su muerte, pero antes de darse a la vida sedentaria había paseado su talento por Turquía, Francia, Inglaterra, Alemania o Estados Unidos y buena parte de sus mejores libros se nutren de aquellas crónicas como corresponsal. Igualmente vital es para Guerriero: “De todas las cosas que hice, que hago, que haré, viajar es la más irrenunciable”.
Encontrará el lector pocos consejos –“dar consejos es oficio de soberbios”, escribe Guerriero– pero sí bastantes advertencias. Una de ellas es común: ojito con creértelo mucho. Así tituló Camba un artículo de 1919 en el diario El Sol: “Los admiradores son un peligro: de cómo un cronista puede volverse idiota”. Explica en él que enterado una vez de que tenía un seguidor en Guadalajara, suscrito al periódico solo por sus textos, le llegó temible el bloqueo: “No puedo escribir porque la imagen de mi admirador me obsesiona por completo. Se me ocurre un asunto bonito, cojo la pluma e inmediatamente me digo: ¿le gustará este tema al señor de Guadalajara? Tengo la sensación de que escribo únicamente para este señor y no quisiera defraudarle (…) Con dos admiradores más, me volveré completamente idiota”. Leila Guerriero, por su parte, ruega a Dios que la salve de “estar pendiente de lo que digan de mí, preocupada por lo que dejen de decir, horrorizada cuando no digan nada” o “de esperar que lo que escribo le importe a mucha gente”.
¿Y en materia de formación académica? En el prólogo de Maneras de ser periodista, Francisco Fuster recuerda que Camba fue un escritor autodidacta, que no creyó jamás en facultades ni escuelas de periodismo. Nueva coincidencia con Guerriero, que aprendió por el siempre eficaz método de ensayo-error. Ahora imparte talleres de escritura en los que confiesa escandalizarse cuando descubre que apenas hay ficción entre las lecturas de sus alumnos: desconocen quién es Richard Ford o saben quién es Dostoievsky pero no lo han leído. Aclara que una cosa es que el periodismo no deba nunca inventar y otra que no deba nutrirse de las mejoras obras inventadas. Son extraordinarias las líneas en las que defiende las bondades de leer ficción para ser un buen periodista, para “no creer que uno ha inventado el paraguas cuando el paraguas lo han inventado otros cien años ha”. Y la honra como profesora declarar sin tapujos que enseñan más a escribir “cualquier novela de John Irving o el cómic Maus, de Art Spiegelman, que cinco talleres de escritura periodística donde se analice concienzudamente la obra de Gay Talese”.
Que la Universidad no sea condición indispensable para ser un buen periodista no significa que cualquiera pueda ser periodista. Con la propagación de los teléfonos inteligentes circula el tópico de que no hay ciudadano que no pueda erigirse en cronista de urgencia. No sabemos, por desgracia, qué le habría parecido esto a Camba aunque cabe imaginarlo. Cualquiera con un móvil en el lugar indicado y en el momento justo puede aportar un documento valioso pero eso, como dice Guerriero, no te hace periodista “como si serlo consistiera tan solo en acercar un poco de información a la fogata global”. Es, concluye, “el equivalente a decir que todos podemos ser filósofos. Después de todo, que yo sepa, para ser filósofo nunca hizo falta mucho más que un cerebro. Y sin embargo”.
Hace un año y cuatro meses, Leila Guerriero firmó su primera columna en la contraportada de El País. Aquella columna titulada Aquí estaré, en la que la escritora argentina se presentaba a sus nuevos lectores, incluía un homenaje al genio de Pontevedra del que recordaba cómo se presentó a los suyos exactamente ciento un año años antes en el diario Abc. Tan lejos, tan cerca.