Entre novedades, premios y efemérides, sobreviven aún en esos espacios voces que con ambición literaria nos recuerdan que la cultura, en sus manifestaciones más variadas, no sólo proporciona placer y nos sirve de refugio, también, cuando se hace bien, nos ayuda a ser ciudadanos críticos, capaces de cuestionar y cuestionarnos. Una de esas voces es la de Guillermo Busutil [1] (Granada, 1961). “La cultura no es un negocio, sino una empresa ética para saber y crear progreso”, escribe este periodista que ha reunido en La cultura, querido Robinson [2] sus mejores crónicas de los últimos cinco años, la mayoría de ellas publicadas en La Opinión de Málaga.
Predomina en la recopilación lo que, en palabras de Antonio Muñoz Molina, autor del prólogo, es una sucesión de “entusiasmos, unas ganas de admirar y una pasión de atestiguar”, que son ya marca de la casa desde siempre en la cuidada escritura de Busutil.
El autor celebra por igual a creadores del pasado y del presente, a quienes no pudo conocer (Cunqueiro, Verne, Bergman, Kubrick, Ford, Lorca, Picasso, Borges, Machado…) y a quienes ha conocido (Ana María Matute, Manuel Álcantara…) y conoce bien de cerca (Almudena Grandes, Manuel Vicent, Aitana Sánchez Gijón…). Son crónicas del que sale a la calle para meterse en un teatro, pasear una galería pequeña o revisitar por enésima vez un museo. Cuando es posible sale al encuentro del protagonista para charlar con él y afinar en el retrato; de ahí que abunde el rincón malagueño en sus caminatas literarias.
La última crónica data del verano de 2019, es decir unos cuantos meses antes de que, con la irrupción del bicho infeccioso, el mundo de la cultura –como muchos otros– se adentrara en una etapa aún más precaria, difícil e incierta. Así que ya antes de que las cosas pintaran peor, Busutil ya esgrimía unas cuantas razones para el pesimismo: librerías que echan el cierre, kioskos que no venden (“la gente solo quiere internetes con letras grandes, gratis y que se lean rápido”, le dice su kiosquera), galerías de arte faltas de ayudas, incluso cafés literarios que acaban por rendirse a la invasión de esas franquicias que arañan la personalidad de nuestras ciudades…
Más lamentos bien justificados: la tele impermeable a la cultura (“ninguna televisión apuesta en serio por la promoción de la cultura ni por la importancia de leer más allá del entretenimiento”), las lagunas de la educación (“hace tiempo que el sistema no enseña la importancia de entender la estructura de la lengua; que desechó el cultivo del arte de escribir con estilo, y el valor de leer para construir nuestra identidad y dialogar con lo real y sus ficciones”) o el triunfo de la frivolidad que hace posible que el más superficial entre los instagramers de moda tenga más predicamento que nadie e impacto en las ventas de libros con solo subir una foto de sus lecturas a las redes.
“Cada vez hay más escritores que cuentan y menos escritores que escriben” es una frase de Rodrigo Fresán incluida en el libro. Busutil es, sin duda, un periodista que escribe.