Ahora, Úbeda ha publicado Nido de piratas (Debate), una crónica sobre veinte de los años más gloriosos de la historia del diario Pueblo: los que van entre 1965 y 1984. El autor efectúa un redoble y se pasa la pantalla, haciendo las delicias de los nostálgicos, pero también de los que no han oído hablar en su vida de este vespertino que fuera cantera de algunos de los periodistas (y fotoperiodistas) más relevantes de los últimos cincuenta años: los Raúl del Pozo, José María García, Julia Navarro, Tico Medina, Raúl Cancio, Manuel Marlasca, Arturo Pérez-Reverte… en realidad, podría ocupar toda esta reseña con sus nombres y reconozco que me he visto tentado.
Precisamente, el académico de la lengua no sólo -imaginen que no lo tildo- ha participado activamente en el libro con innumerables declaraciones y con el prólogo, sino que fue el que concibió el título, tal y como recoge Úbeda en los agradecimientos. También ha dicho del autor que sería uno de los suyos, y no se me ocurre mayor alabanza, viniendo de quién viene y recordando esa ristra de nombres que no he completado anteriormente.
Úbeda no es ajeno a esa (llámenla) deformidad o (quizá) exacerbación que dan los años oteados desde la nostalgia. Por eso se posiciona como un simple observador, como un recogedor de recuerdos, historias y anécdotas -especial mención para todo lo relacionado con Cancio- de los muchos que todavía viven (y que uno se sorprende que lo hagan con tan magnífica salud, vista la vida crápula que llevaban). También realza la figura de otros periodistas intrépidos como Yale, Felipe Navarro, injustamente olvidados. Por suerte para todos, las historias son maravillosas, divertidas, asombrosas… y la narración de Úbeda, de aúpa.
Otro de los aciertos del autor es contraponer los recuerdos de los protagonistas con las impresiones de periodistas actuales, tales como Jorge Bustos, Karina Sainz Borgo, Guillermo Garabito y Daniel Ramírez, de nuevo, entre otros. Este último hace una reflexión interesante sobre el diario ante la pregunta de Úbeda: “Siento esa nostalgia, por contradictorio que parezca, de algo que no he vivido”.
Porque, en realidad, el periodismo de Pueblo, con todo lo malo que tuvo, llama la atención por su contraposición total con el actual, con todo lo bueno que este tiene. En la humilde opinión del que escribe, el periodismo cumple dos funciones puramente informativas: la inmediata, que responde a su propia esencia (da igual que sea una noticia o una columna de opinión reposada), y la histórica, no tanto por ser una potente herramienta historiográfica (que también), sino porque la forma de hacerlo nos sirve como termómetro de una época. Así, el periodismo de Pueblo es el reflejo de un tiempo que, aunque no tan lejano, se sitúa en las antípodas del que vivimos ahora, como también refleja la forma de hacer periodismo hoy.
Pero no me quiero poner moñas, ni hacer un trasnochado alegato en ningún sentido, porque tampoco es el foro.
Abrocho con lo que uno saca de este Nido de piratas que fue Pueblo: periodismo en esencia, en su raíz, pero que, en muchas más ocasiones de las imaginables, rozaba la inmoralidad. Los redactores y reporteros del diario violaban esa supuesta ética periodística que, de seguirse, suponía no hacer lo que dictaba la conciencia y, sobre todo, no ser un buen periodista.