En 2004, bajo el título Esta luz, Galaxia Gutenberg inició la publicación de la poesía completa, – el autor prefiere hablar de «poesía reunida»– de quien, tras más de setenta años de creación, ha sido reconocido, entre otras distinciones, con el Prix Européen de Litterature, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Cervantes.
Ahora ve la luz el segundo volumen de esa compilación que recupera el Libro de los venenos, publicado originalmente en 1995, y recoge, fuertemente revisada y en algunos casos reescrita, toda su producción poética desde 2005 hasta la fecha, incluyendo un conjunto inédito, Las venas comunales, – del que el poeta lleva años preparando una edición con grabados de Juan Carlos Mestre–, sus últimos poemas y Lapidario incompleto, libro que hasta ahora solo podía leerse en edición limitada.
Entre ambas publicaciones, quince años en los que el autor siente «que la vejez se ha instalado más firme en mi cuerpo. Lo mismo le habrá ocurrido a mi escritura si, como pienso y digo, la poesía no se parece a la vida o tiene que ver con la vida, sino que es vida».
¿Libro testamentario?
Lo dicho. Gamoneda habla con sosiego tras dejar sobre la mesa el bastón que le acompaña siempre, más parece que por elegante coquetería que por la necesidad pura y dura que le imponga la edad. «Aunque esto de los años es irreversible y, quiera o no, esta obra tiene que ser a la fuerza un libro testamentario», afirma con una media sonrisa que enlaza con una de sus contundentes declaraciones: «No me ha tocado vivir una historia de España aceptable. Lamentablemente siento que en España la democracia es ficción. Al menos por el momento no una realidad. ¿Cómo se puede entender una democracia que alberga una dictadura económica? ¿O no es el Ibex 35 el que decide la vida española?”.
Y vuelve su discurso a lo poético para recordar que escribe «desde que tengo conciencia del recuerdo». Y lo hace desde entonces con un sentido de la creatividad en constante evolución porque «mis poemas no son una piedra tallada para siempre; una lápida. Por eso corrijo y reescribo porque un poema ya terminado e impreso sólo está terminado en apariencia. Sigo necesitando que siga vivo».
Para Miguel Casado, profundo conocedor de la obra del poeta y autor del epílogo del tomo que ahora se publica: «El tiempo lee los poemas, y la obra de Gamoneda no ha cesado de moverse a través de él: hacia adelante, construyendo un texto consistente y trabado; hacia atrás, y en toda las direcciones, porque la energía de su escritura no ha cesado de preguntarse acerca de sí misma, sin asumir nunca que estuviera fijada, terminada, sino ofreciéndose como un espacio móvil y sensible. La vida de esta escritura es muy intensa. Está muy lejos de ser una obra cerrada. Gamoneda está en conflicto perpetuo consigo mismo, en constante ebullición. Es una forma material de resistir en la memoria. Esta intensidad de la escritura y ese conflicto perpetuo nos lleva a modificar la definición de su obra. Siempre hablamos de una poética de la muerte. Pero es una poética de la muerte inseparable de la intensidad de la vida. Así, la muerte, la inminencia de un final que nunca llega a producirse y cómo seguir viviendo cuando se ha llegado al umbral de la espera final son temas recurrentes en una poesía en la que una inteligente ironía, que incluso pone en duda la propia obra, va aumentado en su forma de expresarse».
Tiempo de silencio
Esa ironía baila en los ojos del poeta incluso cuando se refiere a duros episodios de su propia historia: «Aunque siempre he escrito, he vivido momentos de obligado silencio como cuando permanecí quince años sin publicar sumido en una cierta voluntad de huelga. La censura de la dictadura franquista intervino un libro mío que entonces titulé Actos. El censor me sugirió que quitando ciertas cosas la publicación era posible, pero yo no podía aceptar ese chantaje. Sentí que en este país no se podía escribir y me declaré en una especie de huelga. Ese libro por fin pudo publicarse veinte años más tarde con el título Blues castellano«.
Esas y otras muchas vivencias quedarán reflejadas en La pobreza, la segunda entrega de unas memorias que ahora ultima. “Están ya al caer –adelanta–. Hay un paralelismo de escritura de poemas y de memorias, de una escritura a la otra, yo creo que hay una cierta comunicación pero sería difícil concretar en qué consiste. Pero es evidente que hay préstamos recíprocos”. Si en la primera parte, Un armario lleno de sombra, el poeta se centró en los recuerdos de sus primeros catorce años de vida (entre 1931 y 1945), en esta segunda parte su mirada se extiende de 1945 a 1960.
Tras sostener que la poesía es un pensamiento no pensado. Algo, al menos en el discurso, anterior al pensamiento, Gamoneda insiste en la capacidad del género para captar y retener «lo esencial». Y le llama la atención la relación actual entre poesía y superventas: «Entre cien poetas puede haber individualidades importantes. No estoy muy al corriente pero creo que se está dando un fenómeno voluminoso y gregario que se proyecta en redes sociales de manera bastante improvisada. Pero es verdad que también editan con bastante éxito. No me parece mal. Esto ha ocurrido siempre. Hacen falta mil poetas para que haya uno de verdad”.
Salta Gamoneda de un tema a otro. La solidaridad, por ejemplo, como un continuum en vida y obra: «La escritura, en especial aquella con estructura poética, es un acto de comunicación y una tarea eminentemente solitaria». O la residencia en León: «Para un escritor parece obligatorio irse a Madrid o a Barcelona. En mi caso, no es así porque yo me aficioné a la pequeña ciudad, a la convivencia humana que proporciona la pequeña ciudad. En ese marco, entre amigos de todo tipo, no sólo escritores, me siento mucho más cómodo».
Y también un cierto escepticismo como norma de vida y escritura que toma cuerpo en No sé, un libro que ha ido construyendo entre 2014 y 2019. «Cabría entender su título como un mantra que se reitera en la invocación de la extrañeza experimentada ante circunstancias existenciales y ante el propio hecho de existir y saberlo». Porque, escribe:
«Probablemente el instante es la perplejidad ante nada.
Sin embargo, yo pienso luego existo. Bien, sí, pero ¿qué es existir?. Ni siquiera nos consta que existir sea cierto o incierto.
Dejémoslo pues así, es suficiente. Permanezca lo desconocido en su ser o no ser desconocido. Entretanto,
agonicemos simplemente,
agonicemos».
Y, al fín, cuando se le solicita un balance final sobre lo escrito a lo largo de esas más de siete décadas, Antonio Gamoneda recoge el bastón que había dejado a su vera, mira de frente a quien le habla para dejar en el aire: «Dios me libre de querer ser yo quien interprete mi propia poesía. Yo me entero de lo que quiero decir, y no del todo, cuando me lo dicen las palabras ya escritas». Y sonríe.
El hombre y su obra
Antonio Gamoneda nació en Oviedo el 30 de mayo de 1931. Hijo de un poeta modernista que publicó en vida un único libro, Otra alta más vida, en 1934, ya huérfano de padre se trasladó a León en compañía de su madre, una figura recurrente en toda su poesía como refugio ante el horror y la miseria de la guerra y la posguerra.
En 1936, con las escuelas cerradas, aprendió a leer con uno de los pocos libros que había en su casa, el poemario de su padre –»considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia»–.
En 1941 comenzó a recibir instrucción gratuita en el colegio religioso de los Padres Agustinos hasta 1943, año en el que el poeta se autoexpulsó. Recién cumplidos los 14 años empezó a trabajar como ordenanza en el hoy extinguido Banco Mercantil. Terminó por libre sus estudios medios y permaneció en la condición de empleado de banca durante un cuarto de siglo, hasta 1969.
Mientras trabajaba en el banco, tomó contacto y fue parte de la resistencia intelectual al franquismo. Se dio a conocer poéticamente con Sublevación inmóvil (1953-1959), publicado en Madrid en 1960, obra con la que fue finalista del Premio Adonáis de poesía. En 1969 pasó a crear y dirigir los servicios culturales de la Diputación Provincial de León y, a partir del 70, la colección Provincia de poesía, intentando promover una cultura progresista.
Privado de su condición de funcionario, y posteriormente recontratado, mediante sentencia judicial, durante esos años comenzó a colaborar asiduamente en diferentes revistas culturales.
A esta etapa pertenecen La tierra y los labios (1947-1953), no publicado hasta la aparición del volumen Edad, que recoge su poesía hasta 1987; Exentos I (1959-1960), poemas no aparecidos hasta Edad; Blues castellano (1961-1966), obra no publicada por motivos de censura hasta 1982, y Exentos II (Pasión de la mirada) (1963-1970), publicada con múltiples variaciones en 1979 con el título León de la mirada.
A esta primera etapa siguió un silencio poético marcado por la muerte de Franco y la Transición. Este tiempo se hace sentir en su siguiente obra, Descripción de la mentira, publicado en León en 1977, un largo poema que marcó un giro hacia una total madurez poética. Posteriormente publica Lápidas (Madrid, 1987) y Edad, el volumen que recoge toda su poesía hasta 1987, que le valió el Premio Nacional de Literatura.
En 1992 apareció Libro del frío, que le consagra como uno de los poetas más importantes en lengua española. En el año 2000 vio la luz la versión definitiva de esta obra, que incluía Frío de Límites, obra procedente de una colaboración con el pintor Antoni Tàpies. Previamente habían aparecido los poemas de Mortal 1936, acompañando a unas serigrafías de Juan Barjola sobre la matanza en la plaza de toros de Badajoz durante la Guerra Civil.
De un diccionario relativo a la ciencia médica arcaica (1993-1998) y Libro de los venenos (1995) son obras atípicas que parten de la convicción del autor de que el lenguaje arcaico se ha cargado estéticamente hasta convertirse en poesía y revelan la fascinación del poeta por la traducción de Dioscórides realizada por Andrés Laguna en el siglo XVI.
Arden las pérdidas es publicado en 2003, libro que culmina la madurez iniciada en Descripción de la mentira. Tras él vendrán Cecilia y Esta luz: poesía reunida: (1947-2004). Ahora con la publicación del segundo volumen de Esta luz, se completa lo publicado entre 2005 y 2019 incluyendo el inédito Las venas comunales y sus últimos poemas.
El 20 de abril de 2007, Antonio Gamoneda introdujo un mensaje en La Caja de las Letras del Instituto Cervantes, cuyo contenido no será desvelado hasta el año 2032.