En un tono distendido y directo, no exento de un inevitable punto de nostalgia, el último Premio Cervantes repasó los 60 años que median entre su primera obra, Las adivinaciones (1952), y su más reciente poemario, Entreguerras (2012), un texto que el propio autor calificó de «libro de fin de trayecto».
Cuando, ante ésta declaración, el interlocutor le instó a que ésta no fuera su última obra, Caballero Bonald fue categórico al puntualizar: «No puedo plantearme el escribir un libro a largo plazo porque me he quedado sin plazo».
El mar
Tras afirmar que «uno se hace escritor tras haber leído a otros escritores», comenzó enmarcando su «autobiografía intelectual» evocando sus primeras lecturas. «Tenía una tía que me regalaba libros siempre ambientados en el mar. En consecuencia aprendí a amar la aventura desde niño a través de los libros de Salgari, que me recordaba a Espronceda, Stevenson, Conrad, Verne, London y Melville. Después estudié náutica en Cádiz porque quería parecerme a los personajes, a los héroes cuyas historias había leído. Pero caí enfermo y comprendí, o me hicieron comprender, que no estaba para muchas navegaciones».
De su época de paciente recordó que un bibliófilo le prestó la Antología de la Poesía Española de Gerardo Diego y la Segunda Antología Poética de Juan Ramón Jiménez, «dos obras que fueron determinantes en mi decisión de convertirme en escritor».
Por placer
«La obligación de la lectura es un disparate. Creo en el placer estético de leer. Hay que leer por placer, no por obligación», señaló el escritor que hizo un decidido alegato sobre los poderes de esta actividad humana: «Defiendo la lectura como elemento esencial en la formación plena del ser humano. El que lee se salva, se aleja, de la mediocridad. El que lee se acerca a la libertad».
Obviamente, otra parte sustancial de la conversación giró en torno a las claves y los porqués de su literatura.
«Era un niño y percibí muy vagamente la guerra civil. Sin embargo recuerdo nítidamente que para mí lo peor de la guerra fue la postguerra. La constatación de la maldad de la persecución del vencido hasta la muerte. Vi, por ejemplo, como en Jerez fusilaron a un amigo de mi familia. Un hombre bueno que era médico y al que asesinaron por el simple hecho de que había trabajado en el laboratorio de Negrín. Esas barbaridades me hicieron reaccionar y sentir la necesidad de escribir. En la mili tomé conciencia de todo eso y poco a poco me fui pasando al otro bando. Escribir algunos de los libros que he escrito me han permitido curarme de determinadas obsesiones».
Ridruejo y otros
Evocó Caballero Bonald su estancia, «un mes pasajero y olvidadizo», en la cárcel de Carabanchel por negarse a pagar una multa por haber participado en una asamblea en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense y su definitivo despertar político, ya instalado en Madrid, con amigos como Juan Benet, Pepín Vidal o Dionisio Ridruejo, para el que tuvo palabras entrañables: «Él me enseñó a ser demócrata porque constaté que su conversión de falangista a demócrata, que le supuso un enorme coste en todos los sentidos, fue absoluta, emocionadamente sincera. Fue un perdedor toda su vida y, en buena medida, lo fue como consecuencia de su honradez intelectual y política».
Tras comentar que la primera operación política de la poesía española fue el homenaje en 1959 a Antonio Machado en Coillure, mencionó a Antonio Gamoneda, Luis Feria y Manuel Padorno entre los poetas a los que admira, para referirse a la llamada Generación de los 50, un grupo dentro de una generación más que una generación en sí misma: «Mi poesía tiene más que ver con la de Valente o la de Claudio Rodríguez que con Gil de Biedma o Ángel González. Fui amigo de casi todos ellos. Aportamos a literatura una nueva manera de vivir y de beber».
Siguiendo con el encuadre de su autobiografía intelectual, apuntó Caballero Bonald que el triángulo que forman Jeréz, San Lúcar de Barrameda y el Coto de Doñana es el marco geográfico que gravita sobre toda su literatura. «Si se ahonda en el sitio donde uno nace, en el fondo se encuentra el mundo todo. Desde esa óptica una literatura así no es localista, sino universalista».
La realidad inventada
En relación con las memorias, afirmó: «La memoria es un factor desencadenante de toda producción literaria», para añadir, «yo no copio la realidad, la interpreto, la deformo. La literatura es una versión, una interpretación de la realidad».
«Las memorias vienen a ser la contrapartida de una crónica: son la fabulación de un mundo posible, basado en una serie de búsquedas selectivas –poéticas–, alentadas por la imaginación. La primera persona se fusiona de este modo con otras terceras personas para que, juntas, cuenten esa parte de la historia que los historiadores no cuentan».
El escritor acometió la tarea de escribir en primera persona su historia en dos libros: Tiempo de guerras perdidas, relato autobiográfico desde su nacimiento en 1926 hasta que se instaló en Madrid, y La costumbre de vivir, sus memorias entre 1954 y 1975, el año de la muerte de Franco. Más tarde reunió ambos volúmenes en La novela de la memoria.
Caballero Bonald habló también de sus pasiones, –los amigos, las mujeres, el vino–, afirmó que «el arte tiene que estar en permanente estado de evolución» y se refirió a su querencia por el flamenco, –»una expresión artística marginal que me llevó a recopilar, venta a venta, cantaor a cantaor, un material que hoy me siento orgulloso de haber salvado del exterminio»–, y por otras músicas, contando su experiencia al frente de una discográfica en la que editó trabajos de, entre otros, Aute, Serrat, Vainica Doble y Rosa León.
Poética de la indignación
En la parte final del coloquio, tras señalar que «lo peor para un hombre es callarse, que no diga lo que piensa. Te sientes bien cuando dices lo que quieres», afirmó que «estos tiempos justifican una poética de la indignación».
«Me ha rejuvenecido sentir la indignación que me ha llevado, por ejemplo, a escribir Manual de infractores, un libro donde la rabia está presente ante la guerra de Irak. Esa guerra miserable, injusta e ilegal en la que vengonzosamente nos metieron».
Reivindicó Caballero Bonald la «potencia consoladora» de la poesía, tan necesaria en un mundo como el actual, «asediado de tribulaciones y menosprecios a los derechos humanos».
«La poesía puede corregir las erratas de la historia, es, como decía Pavese, una forma de defensa contra las ofensas de la vida. Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón».
Como había dejado claro en el discurso de aceptación del Premio Cervantes, «el arte en general, y la poesía en particular, pueden contribuir a la rehabilitación de un edificio social menoscabado. Tal vez se logre así que el pensamiento crítico prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo. Tal vez una sociedad decepcionada, perpleja, zaherida por una renuente crisis de valores, tienda así a convertirse en una sociedad ennoblecida por su propio esfuerzo regenerador».
La conversación con Julio Neira en la Fundación Juan March concluyó con la alusión a Entreguerras, su libro más reciente, «una obra de fin de trayecto», y con la lectura por parte del propio autor de los versos que cierran este a modo de autobiografía poética:
… mientras musito escribo una vez más la gran pregunta incontestable
¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?