Puede que en este itinerario haya poco que no sepamos ya sus lectores del Salón de pasos perdidos: aquí está su afición a la tipografía, sus visitas al Rastro, su devoción por Juan Ramón Jiménez y Ramón Gaya, su amistad inoxidable con Juan Manuel Bonet, su alergia al arte moderno o el contacto con la naturaleza en el campo extremeño; aquí está, por supuesto, la misma calidad de escritura aunque cambia ligeramente el tono: en lugar del humor travieso, guasón o directamente ácido que salpica tantas páginas de sus diarios, hay mayores dosis de confesión. Hay espacio para contar las crisis –angustias, ansiedades, congojas, “jamacucos”– y qué bien que así sea porque hacerlo contribuye siempre a eliminar estigmas y ayuda aún más cuando comprobamos que el afectado felizmente se salva; en su caso, cómo no, gracias a la poesía. “La poesía es lo mejor de la vida que le haya sucedido al ser humano, porque aun escribiendo de experiencias muy dolorosas, sirven estas de consuelo a los demás”.
Dedica Trapiello muchas páginas a su infancia, a los veranos asilvestrados en la localidad leonesa de Ruiforco (“cuando pienso en la felicidad sin mácula ni amenazas, me vienen a la memoria cien vivencias de entonces, fulgurantes como un relámpago en la noche”). El paraíso perdido como combustible inagotable para su obra en verso. La poesía como herramienta para tratar de “alcanzar el estado de Naturaleza y recuperar la inocencia propia del paraíso”.
La sencillez, la claridad, la naturalidad, la emoción, la melancolía,… Los rasgos de su poética se entienden mejor cuando se recala en el puerto de las primeras lecturas; así, en el capítulo de influencias iniciales, recuerda las imágenes que creaba Jorge Manrique (“me resultaba milagroso que se entendieran tan fácilmente”) o las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (“el deseo de ser poeta vino en mí leyéndole”), si bien los tres padres poéticos fueron casi desde el principio y lo siguen siendo Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez (“de JRJ me gusta todo, hasta sus defectos y manías”). Deja patente también su entusiasmo por Fernando Pessoa y Emily Dickinson.
El libro va desplegando un mapa de temas y de anécdotas vitales que resultan inspiradoras al autor. Un mapa de hitos diversos que abarcan la publicación de los libros propios y la fundación de revistas y editoriales. Un mapa de su lugar en el mundo de la poesía española, ajeno a las corrientes principales de su tiempo. Y en el centro del mapa, un espacio real cercano a su pueblo natal, que da título a la obra, un pequeño manantial “entre el río y el monte, tan secreto / que hasta los chopos mismos, cuyas hojas / no conocen descanso, se callaban / por oír el silencio que allí habla”). El edén en la tierra para el crío que fue y para el escritor que es.
Volviendo al inicio de estas líneas, este concierto de Trapiello complacerá a la audiencia que conoce sus libros de poesía y abrirá el apetito por ellos entre quienes solo le disfrutan como ensayista o novelista. No gustándole al autor recitar en público sus versos, quizá no le agrade este símil musical pero lo cierto es que así se ha sentido uno leyendo la introducción a esta selección de poemas. Con ganas, además, de que tardara mucho en abandonar el escenario.
Poemas de una vida (1980-2021)
Andrés Trapiello
Editorial Fundación José Manuel Lara
284 páginas
15 euros