Octavio Paz escribió, a propósito de Pessoa, que los poetas no tienen biografía, su obra es su biografía, decía, y esa afirmación, que nos recuerda a lo que, años antes, había escrito León Felipe (“Puedo escribir mi vida con mis versos. Puedo sacar mi biografía de mis poemas”) bien vale para acercarnos a Sánchez Rosillo, que, como él nos ha contado, ha hecho de su vocación el centro de su vida y que llama a su obra completa con el muy significativo título de “Las cosas como fueron”.
Y es que, aunque estemos de acuerdo con el gran escritor israelí Amos Oz en que “el espacio que el buen lector prefiere labrar durante la lectura de una obra literaria no es el terreno que está entre lo escrito y el escritor sino el que está entre lo escrito y uno mismo”, no podemos ignorar que lo biográfico cruza por la obra de Sánchez Rosillo e ilumina su sentido, esa mirada poética y moral sobre las cosas que ve, las que le duelen, las personas que ama, lo que hace con los recuerdos el transcurso del tiempo.
En cualquier caso sabemos que nació y ha vivido en Murcia, esa ciudad del sur que, sin nombrarla, tanto aparece en sus poemas; que allí ha sido profesor universitario hasta su jubilación, hace solo unos meses, que uno de sus paraísos perdidos es aquella casa blanca de los veranos infantiles en La Mancha, la “Casa del Teniente”, donde reinaba una “acacia vieja y tutelar” “sobre la que cayó después tanto silencio”; que en mitad de una noche de su niñez tomó conciencia del tiempo y se quebró su infancia, era la muerte del padre que el poeta nos cuenta en “En mitad de la noche”, un poema extraordinario de su libro La vida.
Sabemos de su emoción adolescente mientras leía La cartuja de Parma; de cómo le deslumbraron Luis Cernuda, al que dedicó su tesis doctoral; Keats -“el poeta más puro, más hondo, y desdichado/que ha tenido Inglaterra”-; Leopardi, al que ha traducido y sobre el que, además, nos ha dejado compartir su manera inteligente y luminosa de leerlo; Ramón Gaya, por su pintura, sus libros, su amistad intensa de tantos años…
En Las cosas como fueron están los diez libros que el poeta murciano ha publicado hasta ahora. Hay, además, tres muy notables antologías, debidas a Andrés Trapiello, Juan Marqués y José Luis Morante.
“No tengo ambiciones ni deseos/ser poeta no es para mí una ambición/es mi manera de estar solo”, de estos versos que Fernando Pessoa cedió a Alberto Caeiro, vino el título del que sería el primer libro de Eloy Sánchez Rosillo. Maneras de estar solo se llama aquella opera prima, y es que, como escribiría mucho después en “El viaje”, uno de los poemas del libro Oír la luz, “no admite compañía esta aventura/ es preciso estar solo para hallar lo que importa”.
[1]Ya en el formidable primer poema de aquel primer libro, y tal vez todo primer libro es un segundo nacimiento, como decía Juan Benet, Sánchez Rosillo declara asumir que “su destino es buscar lo que se esconde/tras la espesa corteza de los días” y esa búsqueda, el paso del tiempo y la memoria han sido, desde entonces, constantes en toda su obra.
Aquel primer libro, con el que gana el Premio Adonais en 1977, se apartaba de la poesía dominante en aquella época: la poesía social, que el momento político parecía imponer; el esteticismo presente en los novísimos y su círculo; el irracionalismo que no admitía preguntas. La poesía de Eloy Sánchez Rosillo estaba, y ha estado siempre, en otro ámbito, una poesía clásica y meditativa, “una poesía -para decirlo con palabras que el escritor dedica al poeta mexicano Juan Domingo Argüelles- nítida y llena de naturalidad, honda y emocionada”.
Desde aquel primer libro ha publicado nueve más. Como ha escrito Fernando Aramburu, en la poesía de Sánchez Rosillo se entra “con una sensación de remanso, (…) de refugio”. El lector llega a sus poemas y los completa con su lectura, el mundo que nos muestra esa poesía es reconocible, sabemos de lo que el poeta habla, a lo que canta, hay algo profundo que nos llega, es la verdad de las cosas.
Es habitual hablar de dos épocas en su poesía, y el mismo poeta lo reconoce en la nota preliminar que abre esta última edición de Las cosas como fueron, en la que nos cuenta que estuvo tentado de dividir el volumen en dos bloques: el primero para los cinco primeros libros, el segundo para los cinco siguientes, con el sexto, La certeza, Premio Nacional de la Crítica, “libro de transición, en realidad”, como primer libro del segundo bloque. Pero descartó esa tentación, “lo natural (…) es presentarlos ahora en la simple y viva sucesión en la que nacieron”.
Es cierto, en cualquier caso, que hay una primera etapa elegiaca, de “añoranza y lamento”, y una segunda de “canto y celebración”. Un cambio de enfoque y de tono y un mayor despojamiento del lenguaje que son resultado, ha contado él mismo, de la evolución del hombre que escribe, de su distinta manera de entender o mirar el mundo.
En cualquier caso, tampoco la primera época es sombría, aunque haya poemas que puedan expresar un profundo pesar. Vicente Gallego lo explicaba muy bien: en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo ya desde el principio “desde el corazón mismo de la elegía (…) se elevaba en plenitud un canto desaforado de amor a la vida” y es que escribe sobre “el dolor inacabable que acabó de pronto” y también sobre la alegría, a la que proclama “señora de su vida”.
Eloy Sánchez Rosillo nos habla, con hondura y transparencia, de momentos y sensaciones de los días de la vida, comparte con nosotros la emoción del instante, una de las cosas, escribía Andrés Trapiello en la introducción a una antología de Leopoldo Panero, que, con la serenidad frente a la muerte, también muy presente en la obra de Sánchez Rosillo, siempre se persiguen en poesía.
Y la emoción del instante la encuentra en un paseo por la playa en una tarde de invierno, en el recuerdo del tiempo del amor, en la evocación del milagro de la infancia, en la espera impaciente a que llegue marzo, en aquel día en que el sol poniente enciende y transfigura un simple muro y lo convierte en un lugar “(…) lleno de perdón y eternidad”, en el recuerdo de un viaje en tren mientras cae la lluvia, en la memoria de los seres queridos que se fueron, en el asombro ante la luz y la naturaleza, o ante la canto del jilguero o el silbo del mirlo. Y es que al poeta le gustaría ser recordado, ha escrito, como “alguien que amara mucho/la hermosura del mundo:/los árboles, los libros, la música, el verano, las muchachas” y sobre eso escribe con reconocida insistencia y emoción, sobre todo lo que se esconde, ya lo dijo, “en la espesa corteza de los días”.
El tiempo, nos ha dicho, es el tema principal de su poesía. Escribe en uno de sus poemas más memorables, “La playa”, que a veces “se escucha de pronto el ruido terrible y velocísimo/que hace el tiempo al pasar” y luego ya nada es igual, porque, nos dice, “hay cosas que fueron tuyas un instante y que el tiempo te quitó cuando quiso”, aunque también ha escrito, que “No se pierde en la nada la hermosura/que fue nuestra una vez (…)”.
En momentos de tanto ruido y tanta nadería, entrar en la poesía completa de Sánchez Rosillo es un regalo que podemos hacernos, para vivir de verdad las cosas como fueron y también las cosas como son, el poeta se acerca y nos dice