Cantares gallegos es considerado un poemario fundamental en el Rexurdimento de las letras gallegas, un movimiento en el que participó Rosalía junto a Eduardo Pondal y Curros Enríquez.
La edición del libro que ha preparado El Patito Feo forma parte de su “Colección Rosalía ilustrada”, a la que próximamente incorporará dos novos títulos: En las orillas de Sar, en la que ha participado Xurxo Alonso, e “Poesías, que incorpora el trabajo gráfico de Manolo Figueiras. Dentro desta iniciativa se incluye el disco de Narf “Nas tardes escuras” que aparecerá en xuño e que converte en música as verbas de Rosalía.
Pepe Barro ha sido el encargado de ilustrar Cantares gallegos, un laborioso trabajo que ha tenido un resultado deslumbrante.
Pepe Barro, a propósito de Rosalía y sus Cantares gallegos
-¿Cuál fue su reacción cuando le propusieron este trabajo?
-Me gustaría decir que en estos Cantares mis ilustraciones llevan la segunda voz. Pero sería muy arrogante pretender cantar a dúo con la mujer que convirtió su obra en el paradigma de la cultura gallega. Ni siquiera son capaz de hacerle los coros. No pretendí tal. Me planteé que debería hacer mi propio canto después de escuchar y comprender el canto de la autora, cantar con otra personalidad. Con esta certeza, pero también con la legítima ambición de todo creador, deseché lecturas historicistas y decidí celebrar el 150 aniversario de la publicación del libro intentando proyectarlo en el futuro.
-Ilustrar poesía exige una cierta síntesis de ideas, ¿cómo fue el proceso de creación inicial?
-Aún hoy se habla de los “santos” de un libro para referirnos a las imágenes que contiene. Durante varios siglos los santos religiosos fueron los únicos “santos” que aparecían en los libros. Las imágenes intentaban recrear pasajes de la Biblia y poner cara a los personajes de aquella “Historia sagrada” facilitando la comunicación, a veces con antiguos códigos elaborados y otras por la palabra que acompañaba a las imágenes, según el aserto popular: “Si tiene barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción”. Estas primitivas ilustraciones e incluso las que se desarrollaron durante el siglo XIX con las novedades técnicas, siempre cumplieron una función narrativa, representativa. Pero tengo para mí que ya no es, ya no debe ser así, sobre todo en el caso de la poesía. Los ilustradores quieren conquistar mayor libertad y deben disponer de toda la libertad que ofrece la poesía. Ahí está la actitud contemporánea: las ilustraciones quieren cumplir una función evocadora. No estamos obligados al texto, estamos obligados a decir lo que no dice el texto, lo que incluso no puede decir.
-¿Cuál ha sido la técnica que ha empleado?
-La técnica siempre es un problema para los que no tenemos técnica alguna o, dicho de otro modo, yo soy un diseñador generalista, que disfruta tocando todos los géneros. Me seduce el cambio, la experimentación. Pero cada género reclama diferentes y cambiantes formas de expresión y ningún estilo concreto. De ahí que estuve bloqueado mucho tiempo, intentado aterrizar en un campo que me permitiera trabajar entre la confianza de lo conocido y el riesgo de toda creación. Fotografías, montajes de imágenes, pero pocos secretos. La magia, la poesía se procura con el mínimo artificio.
-¿Sintió presión por el peso de Rosalía de Castro en la cultura gallega?
-El encargo es un honor que me hacen Gemma Sesar y Fausto Isorna, los editores y viejos amigos. Pero también es una responsabilidad, más en el año de su 150 aniversario. Naturalmente, tocar a Rosalía es tocar un mito enorme y causa miedo. El trabajo me hizo mucha ilusión. Lo que me hizo reaccionar fue entender Cantares gallegos como un libro que anuncia y al tiempo crea la Galicia contemporánea, el país que somos. Ahí encontró a qué agarrarme, con voluntad de emplear un lenguaje contemporáneo en el concepto y en la forma. Pero, como dice la autora, «eu cantar, cantar, cantei, / a grasia non era moita».
-¿Sus ilustraciones tienen entidad propia o han de estar ligadas siempre a la poesía que las inspiró?
-Están ligadas, pero pueden volar. Cuando comencé el libro, lo primero que hice fue buscar una segunda edición, de 1872, que había heredado de un tío-bisabuelo. Leí los Cantares en el mismo libro en que leí a Rosalía por primera vez, cuando aún era muy joven. También comencé a dirigir mi mirada a la casa de mis padres y a los aperos de labranza heredados de generaciones pasadas. Soy biznieto de agricultores, por lo que queda aún mucha vida agracia en el hombre urbano que soy. El recuerdo del antiguo mundo campesino fue mi íntimo punto de partida, pero el resultado puede volar solo. Las imágenes son más abiertas que los textos y las iradas se pueden disparar en cualquier dirección. Eso espero.