Hijo de un culto sacerdote ortodoxo, Blaga nació en Lancram, Transilvania, entonces integrada en el Imperio Austrohúngaro. Pronto destacó como alumno en la escuela alemana a la que acude y en la que ya da muestras de una sensibilidad especial y unas dotes de observación, sobre todo en relación con el mundo rural y la vida de los campesinos, que con el tiempo se manifestará en una obra poética muy afín al expresionismo.
Hombre de frágil salud, desde muy joven la muerte será tema recurrente a lo largo de una obra polifacética que trasluce el ansia por la vida, el deseo de vivir una vida activa, en tanto su existencia solitaria lo acerca a profundizar en lecturas y escritos literarios y filosóficos.
En 1919 publica Los poemas de la luz, su primer libro de poesía, al que seguirán Los pasos del profeta (1921), En el gran tránsito (1924), La alabanza del sueño (1929), En la divisoria de las aguas (1933), En las cortes de la añoranza (1938) y Los insospechados peldaños (1943), último de los libros que vio la luz en vida del escritor.
Lucian Blaga murió a consecuencia de un cáncer el 6 de mayo de 1961 en Cluj, la ciudad rumana en la que había vivido buena parte de su existencia, y fue enterrado en Lancram, su lugar de nacimiento.
Un año después de su fallecimiento y bajo el titulo Poemas se publicó un volumen que recoge La edad de hierro, Navíos con cenizas, La canción del fuego y Qué oye el unicornio, cuatro poemarios hasta entonces inéditos.
Sobre su producción poética gravita siempre una visión metafísica del mundo. Asentada en unos principios éticos y estéticos sólidos, que indagan en torno al misterio de la existencia, su poesía evoluciona del vitalismo existencialista a una tristeza ontológica que configura una de las cumbres del espíritu creador rumano contemporáneo.
De su libro En el gran tránsito rescatamos el poema Carta, incluido en la amplia antología La luz que siento, recientemente publicada en nuestro país por Editorial Pretextos con traducción de Corina Oproae.
Carta
Quizá tampoco te escribiría estas líneas
si no fuera porque los gallos cantaron tres veces en la noche
y tuve que gritar:
Señor, Señor, ¿a quién he negado?
Soy más viejo que tú, madre
pero soy el de siempre:
un poco encorvado de hombros,
inclinado sobre los enigmas del mundo.
Ni siquiera hoy sé por qué me enviaste a la luz.
¿Solamente para andar entre las cosas
y hacerles justicia diciendo
cuál es más verdadera y cuál más hermosa?
Mi mano se detiene: es demasiado poco.
Mi voz se apaga: es demasiado poco.
¿Por qué me enviaste a la luz, Madre,
por qué me enviaste?
Mi cuerpo cae a tus pies
pesado como un pájaro muerto.