Nacida en la capital de Perú en 1926, Blanca Leonor Varela Gonzales estudió Literatura y Pedagogía en la Universidad de San Marcos, en donde entabló amistad con intelectuales como Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli, Salazar Bondy y Fernando de Szyszlo, uno de los grandes artistas plásticos peruanos del siglo XX, con el que tuvo dos hijos.

A partir de 1947 comenzó a colaborar en la revista Las Moradas, que dirigía el poeta Emilio Adolfo Westphalen, y en 1949 se trasladó a París, en donde conoció a Octavio Paz, que le puso en contacto con personalidades como André Breton, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Fernand Léger o Carlos Martínez Riva. Posteriormente vivió en Florencia y en Washington, en donde trabajó como traductora y periodista. En 1962 regresó al Perú.

Primer libro

Cautivado por su obra desde que entró en contacto con ella, Paz no solo la animó a seguir escribiendo sino que logró que una editorial mexicana publicase en 1959 Ese puerto existe, el primer libro del Blanca, que incluía un prólogo en el que el Nobel escribe: “Varela es una poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad. Y, también, una exploración de la propia conciencia”.

Varela, además, es autora de Luz de día, Valses y otras falsas confesiones, Ejercicios materiales, El libro de barro, Concierto animal y El falso teclado. Su obra está recogida en las antologías Canto villano, Como Dios en la nada, Y todo debe ser mentira y Donde todo termina abre las alas. En 2016, su Poesía Reunida recogió la totalidad de una producción, que mereció, entre otros, el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, el Ciudad de Granada, el García Lorca y el ya mencionado Reina Sofía.

Por otra parte, y bajo el título Las ínsulas extrañas, Blanca Varela, José Ángel Valente, Andrés Sánchez Robayna y Eduardo Milán firmaron una voluminosa antología de 99 poetas en lengua española de los dos lados del Atlántico con obra publicada entre 1950 y 2000.

Niña precoz

A los 82 años y aún muy activa en su labor como escritora, Blanca Varela falleció en Lima el 12 de marzo de 2009. Como ella misma dejó escrito: “Para mí nunca fueron extraños los libros, los poemas, a los 12 años ya había leído Madame Bovary de Flaubert y Nana de Zola, que me hicieron natural acceder a la poesía. Desde muy niña adquirí la costumbre de sentarme a la mesa frente a un papel en blanco, para decir cosas que no podía decir a viva voz. Mi rebeldía primero fue contra la religión, ordenaba y desordenaba palabras que me revelaran algo de esa realidad que no me gustaba demasiado. Creo que comencé a escribir para ver si alguien contestaba mis más secretas y obsesivas preguntas, esas que solo pueden hacerse los niños cuando descubren la sordera total de Dios”.

En la obra de Blanca Varela la luz ocupa un lugar fundamental. Sus poemas establecen un juego de luces y sombras derivadas de una prolongada mirada. Una escritura que nace de los ojos y que entronca con la atención especial que siempre prestó a las artes plásticas.

Rescatamos el poema Dama de blanco, en el que rinde homenaje a su admirada Emily Dickinson:

El poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada
el sueño el sol
atravesando desiertos
los extremos del alma se tocan
y te recuerdo Dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia
en la boca del otro habitas
caes al aire eres el aire
que golpea con invisible sal
mi frente
los extremos del alma se tocan
se cierran se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega golpeándonos
así será ojos que fueron boca
que decía manos que se abren
y se cierran vacías
distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro
hecha nieve en la fuente
en la tierra en el olvido
y vuelves con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de
invierno
enlutado