“En nuestro universo, la complejidad –la vida– viene dada por la monumental combinatoria de partículas simples –‘elementales’ las hemos llamado, con un adjetivo más conciso aún–. Avanzamos hacia algo que solo termina por serlo después de una enorme cantidad de combinaciones. Avanzamos hacia el máximo de la propia complejidad y esto debe dejar de producirse tan sólo con la vejez o la muerte». Cobran especial sentido estas palabras hoy, ahora, cuando la complejidad de lo carnal, de su yo carnal, ha enmudecido.
De su libro Cálculo de estructuras, Los muertos, el poema que rescatamos, es un buen ejemplo de la capacidad de Margarit para abordar las cuestiones, las circunstancias y situaciones más graves aligerándolas –en el sentido mejor, restándoles superflua solemnidad– con un lenguaje sencillo. En este caso se sirve de un juego infantil para hablar de su propio epílogo.
Tres golpes, tres palmadas contra el muro:
Uno, dos tres: al escondite inglés.
Resuenan y avanzamos, y quedamos inmóviles
mirando hacia la espalda de la Muerte,
que, rápida, se vuelve para así sorprender
a los que aún arrastra el propio impulso
y los echa del juego para siempre.
Uno, dos, tres: al escondite inglés.
Se va la luz. Igual que un punto de oro,
la vela hace temblar las sombras de la estancia.
¿Por qué hace tanto frío en la posguerra?
Y la Muerte se vuelve y ve a mi hermana
que se agita, febril, y llora bajo el hielo.
Uno, dos, tres: al escondite inglés.
El pasado era el rostro de mi padre:
prisiones, cicatrices, deserciones.
Qué terror le causaban las palmadas
contra el muro: no pudo terminar
un gesto de impaciencia.
La ira, el miedo
lo delataron a la Muerte.
Uno, dos, tres: al escondite inglés.
Nunca nos apartamos de su lado.
Y ahora juego con mi hija muerta.
¿Por qué no pude adivinar sus ojos?
Pero el futuro, astuto, hace trampas.
No escuché los tres golpes: me sonrió
y junto a mí ya estaba su vacío.
Pero el juego debía continuar.
Uno, dos, tres: al escondite inglés.
Ya no me importa si me ve la Muerte:
sonriente miro hacia los que me siguen.
Ahora, tan cercano ya del muro,
ignoro lo que pueda haber detrás.
Sólo sé que me marcho con mis muertos.