Hijo de una italiana y de un chileno que falleció cuando el poeta acababa de cumplir dos años, el italiano fue la lengua en la que Raúl Zurita Canessa dio sus primeros pasos. Y La Divina Comedia el libro que su abuela materna le leía y despertó en él la pasión por la literatura: “Mi abuela se ocupaba de nuestra crianza y nos contaba cuentos, y esos cuentos siempre tenían que ver con La Divina Comedia. Sobre todo del infierno cuyo texto se sabía de memoria. Entonces, para mí, La Divina Comedia nunca ha sido algo intelectual, ha sido una cosa biográfica, de vida, porque yo amaba a mi abuela. Nunca me pude sacar ese libro de encima, y cuando comencé a escribir empezó a aparecer la voz de mi abuela contándome sus cuentos, sus poemas, sus historias”.
Tras una infancia en la que la pobreza siempre acababa por asomar el hocico, Zurita estudió Ingeniería Civil en la Universidad de Valparaíso. En ese período ingresó en el Partido Comunista. Esa circunstancia provocó que a raíz de la rebelión de Pinochet en 1973 fuera encarcelado y torturado algo que, como él mismo confiesa, alimentó su sed de justicia y le llevó a colaborar en distintas acciones encaminadas a defender la libertad de expresión. Un espíritu, el de la libertad, que anida en cada uno de sus libros.
Como él mismo refiere en su libro Verás un mar de piedras (2017), tras quedar en libertad, «mi mejor trabajo fue como vendedor máquinas de contabilidad y demostró que no soy buen vendedor. Sobreviví años robando libros caros, de arquitectura o medicina, para venderlos. Hasta que fui descubierto. En 1979, cuando salió mi primer libro, Purgatorio, yo podía verlo en las vitrinas de todas las librerías de Santiago. Pero no podía entrar a ninguna. El acuerdo para no mandarme preso me prohibía ingresar a cualquier librería y quedé fichado en todas».
Siempre retador, en las estribaciones del desierto de Atacama talló en la piedra a lo largo de tres kilómetros el verso “ni pena ni miedo”, que sólo puede ser leído en su totalidad desde las alturas. Una década antes, en 1982, desde la idea de que “el poema en el cielo es tan ortodoxo como el más clásico de los sonetos”, trazó quince versos en español en el cielo de Nueva York usando el chorro de vapor de avionetas. Con estas acciones, en las que utiliza su propio cuerpo, Zurita manifiesta su deseo de trascender el concepto tradicional de literatura para acercarse al “arte total, pues quería expresar la impotencia frente a la realidad y la necesidad de decir sin palabras”.
En un guiño directo a su admirado Dante Alighieri, su primer poemario se tituló Purgatorio (1979). Ese libro rompedor, cuya portada era una foto de la cicatriz que había dejado en la mejilla del poeta la quemadura que él mismo se había provocado con un hierro candente, fue muy bien acogido por la crítica.
Tres años más tarde publicó Anteparaíso y en 1992 cierra una trilogía esencial en su producción con La vida nueva. Dedicado a las madres de la Plaza de Mayo de Buenos Aires, en 1984 publica Canto a su amor desaparecido. También forman parte de su obra, en la que no juegan papel menor sus volúmenes de ensayos –El paraíso está vacío; Canto de los ríos que se aman; El día más blanco; Poemas militantes; Mi mejilla es el cielo estrellado; INRI; Las ciudades de agua, y Los países muertos– y su amplia antología personal Tu vida rompiéndose.
Tras ser nombrado en 1990 por el Gobierno de Patricio Aylwin agregado cultural en Roma, en 2002 se traslada a Berlín donde comienza a escribir Zurita, un monumental poemario que va publicando en distintas entregas hasta que ve la luz definitiva en 2011.
Su obra ha merecido, entre otros, el Premio Nacional de Literatura de Chile, el Pablo Neruda y, muy recientemente, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes inauguró en 2015 su biblioteca de autor.
Docente en las universidades de Tufts, California y Harvard, en la actualidad es profesor emérito de la chilena Diego Portales y reside en el municipio de Providencia, de Santiago de Chile, en donde vive el confinamiento provocado por la pandemia.
De Zurita rescatamos el poema que lo cierra Y llorarás. ¿Eras tú papá?:
Después de cinco días esperando que se despejara
la neblina sobre la costa norte pude ver los
acantilados. Kilómetros y kilómetros de paredes
de granito cortándose a pique y mil metros más
abajo el océano Pacífico. Había imaginado unas
frases escritas sobre esos paredones, veintidós
exactamente, de amor, de locura y de muerte
recortándose sobre ellos. Me las imaginé en un
sueño. La llanura del desierto de Atacama que se
interrumpía de golpe, luego el abismo y al
fondo el mar. Años después morí. Eran millones
y millones de hombres y mujeres arrojándose,
muchedumbres inacabables que se detenían por
un instante en el borde de los paredones y luego
se lanzaban. Algunos lo hacían tomados de la
mano, se miraban a los ojos y daban el último
paso, otros sostenían niños en sus brazos y
lloraban quedamente mientras el viento del
desierto hacía flamear sus ropas. Sentí un brazo
posarse en mi hombro ¿eras tú, papá? y el vacío
se abrió bajo mis pies sin estruendo, igual que
una boca muda y dulce. Al frente, el azul del
inmenso amanecer se iba fundiendo con el
Pacífico y las frases de amor, de locura y de
muerte, se me pegaron en los labios también sin
estruendo, suavemente, como un último silencio.