[1]El poeta que proponía “cambiar el nombre de las cosas”, que entraba en la materia verbal con un taladro: haciendo agujeros y llenándolos de mundo. El poeta que recitaba devolviéndole a la palabra la materialidad del acto, que escribía para enseñar las manos que en la poesía “construyen puertas y ventanas”, para enseñar los dientes que en el verso muerden y se baten a carcajada limpia. El poeta que supo que a veces sólo a través del humor pueden decirse las cosas en serio. El poeta que, como escribió Bertold Brecht, fue “grano de arena en vez de gota de aceite en el engranaje del mundo”.
Pero basta. Dejemos de hablar de Nicanor Parra: a ver si, a base de elogios, homenajes, biografismos, conferencias y demás pandereta vamos nosotros ahora a subirle al Olimpo, a sacralizar al poeta que desacralizó la poesía. Vamos, mejor, a bajar a los surcos de sus poemas para seguir abriéndolos con nuestra lectura.
Solo de piano
Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia,
Un poco de espuma que brilla en el interior de un vaso;
Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan:
No son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo;
Ya que nosotros mismos no somos más que seres
(Como el Dios mismo no es otra cosa que Dios)
Ya que no hablamos para ser escuchados
Sino para que los demás hablen
Y el eco es anterior a las voces que lo producen;
Ya que ni siquiera tenemos el consuelo de un caos
En el jardín que bosteza y que llena de aire,
Un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir