No rehúye tema alguno. Es más, entra con decisión en aquello que en principio pudiera considerarse más espinoso. Cuando hablamos de literatura, «con la que tengo una relación vital, de pasión», declara preferir aquella que «conmueve y remueve. La literatura que nos hace daño me parece que es la que está más cerca del hecho literario». Cuando se alude a la crisis sostiene que «mucho de lo que empezó a conquistarse en los años 60 se está perdiendo ahora», pero respecto al hartazgo de la gente lamenta que «en España hay mucho cabreo de barra de bar, algo que suele derivar en una furiosa mansedumbre». Por otra parte propugna la admiración como un vehículo de enriquecimiento del ser humano: «En épocas de crisis, la admiración es una vacuna necesaria» o «admirar es vacunarse contra la indiferencia».
En relación con Alguien dice tu nombre (Alfaguara), la novela que acaba de publicar, desvela su propósito de «hacer una declaración de amor a la literatura, esa que ayuda a dignificar la vida en las situaciones más sórdidas» y se congratula «porque siento que voy aprendiendo los recursos del narrador». Modestia en todo su discurso. No es mal ejemplo venido de quien como escritor atesora, entre otros muchos, los premios nacionales de Poesía y de la Crítica.
Poesía, novela, crítica, ensayo… ¿en qué ámbito se siente mejor?
Donde me encuentro más cómodo es en la poesía porque llevo escribiendo y publicando poemas más de treinta años. Es el género en donde he aprendido más cosas y me resulta más fácil no equivocarme o buscar aciertos. En la narrativa tengo menos experiencia y tengo que hacer mucho más esfuerzo para intentar no meter la pata. La verdad es que como poeta tengo la preocupación de no repetirme. No me gustan los poetas que acumulan libros que no añaden nada a su obra. Por eso hay que tener la disciplina de saber pararse e ir más lentamente. Pero como ante todo soy lector y mi relación con la literatura es una relación vital, de pasión, además de la poesía tengo que buscar otros registros para escribir y por eso me estoy ahora involucrando en la novela. Alguien dice tu nombre, la que ahora publico, es la tercera y tengo la sensación de que voy aprendiendo los recursos del narrador. De hecho, me encuentro más cómodo con esta historia que con las anteriores.
Pero no parece un libro escrito por un poeta…
Creo que un escritor tiene siempre un mundo propio y una mirada propia. Si eres un maestro, el Quevedo de los Sonetos se parece al de El Buscón y si eres un aprendiz, sus poemas se parecerán a las novelas que un aprendiz pueda escribir. Siempre hay un mundo coherente, pero es muy importante reconocer que cada género tiene sus registros, su conciencia y sus estrategias. No es lo mismo hacer un poema que tiene que contener la mirada del poeta en treinta versos, que escribir una historia de 250 páginas, donde la mirada no puede ser de un solo personaje. En ese sentido, las decisiones que se toman a la hora de pensar en la estructura o en el vocabulario tienen que ser distintas. La ambigüedad muchas veces enriquece el significado de la poesía desde el simbolismo. Pero en cambio, la ambigüedad muchas veces entorpece la novela. Como se trata de géneros distintos, uno debe escribir novela con ojos narrativos, no con ojos líricos y eso, incluso, afecta al lenguaje.
Me gustan los narradores que cuidan el lenguaje con la misma precisión que la poesía, pero hay que ser muy conscientes de que no puedes interrumpir una trama durante tres páginas dedicándote a jugar con el lenguaje. La ficción de la poesía es distinta a la de la narrativa. Yo, cuando hago novela, intento escribir con ojos de narrador.
Granada, un protagonista herido por la literatura… ¿Cuánto de autobiográfico hay en Alguien dice tu nombre?
El protagonista, que estudia en la universidad en los años 60, pertenece a una generación inmediatamente anterior a la mía. Es la generación de mis amigos mayores, de mis tíos, que tienen entre diez y quince años más que yo. Pero claro, en este libro hay mucho de mis recuerdos, por supuesto, pero elaborados para presentarlos desde otra perspectiva.
Creo que en los años 60 empezó a producirse eso que después hemos llamado Transición. En España, más que un cambio político se sufrió una transformación social que tuvo que ver con el paso de una economía subdesarrollada, la de la posguerra, a otra más abierta al capitalismo europeo y a la industrialización. Eso se vivió en un cambio radical de costumbres. Es el momento en el que en la radio se deja de oír copla para escuchar otro tipo de música, el momento en el que aparece Miguel Ríos, suenan el rock y Paul Anka; el momento en el que llegan las turistas a la playa… De pronto se ve que hay una manera distinta de vivir. Es el momento también en el que las mujeres buscan huecos para romper el papel de sumisión que había ideado para ellas el franquismo. Es la España que Carmen Martín Gaite definió tan bien en su libro los Usos amorosos de la postguerra. España empezaba a transformarse. Yo lo cuento no desde el punto de vista del niño que era, sino desde la óptica del joven que protagonizó aquellos cambios.
Reivindica usted la admiración como un elemento formativo…
Sí. Hay biográficamente mucho de mí también en la capacidad de admiración por la literatura y por algún profesor que me cambió la vida. Quiero hacer una declaración de amor a la literatura, esa que ayuda a dignificar la vida en las situaciones más sórdidas. Y una declaración de amor a esos maestros que de pronto hacen que tu oficio sea algo más que una tecnocracia. Que te dan una vocación donde tu trabajo se convierte en un ámbito de compromiso con la sociedad. Yo tuve un maestro, como el protagonista de la novela tiene, que me hizo comprender que estudiar literatura era algo más que poner una nota al pie de página en una edición filológica. Que era participar en un deseo de emancipación humana, de reivindicación de la belleza, de ennoblecimiento de la condición humana.
Creo que en épocas de indiferencia y de crisis la admiración es una vacuna necesaria. La indiferencia siempre, en cualquier momento, es cómplice del poder. Hay mucha gente que prefiere cerrar los ojos y mirar hacia otro lado y se acomoda a vivir en el descrédito. El descrédito no sólo es la renuncia o despreciar lo social, pues hace invisible todo aquello que debemos admirar y todo aquello que nos enseña que la vida tiene otro lado, que en las situaciones más sórdidas puede encontrarse un lugar luminoso y un lugar para la dignidad. La admiración nos hace visible toda esa posible mirada luminosa hacia el futuro. En ese sentido, esa admiración por mis maestros y por la literatura que han hecho los demás y que ha ennoblecido la vida en situaciones difíciles tiene mucho que ver con mi propia biografía.
Si cotejamos las dos Españas, la del 63 y la actual, ¿cuáles serían las semejanzas y cuáles las diferencias fundamentales?
Es cierto que hay semejanzas y diferencias. La semejanza fundamental es que ambas son épocas de cambio e incertidumbre. En los años 60, la España del subdesarrollo estaba abriendo paso a la España del desarrollo. Eso iba a tener cambios económicos y políticos, y socialmente la dignificación de la vida. Por eso se vivía con ilusión. Los padres sabían que sus hijos iban a vivir mejor que ellos. Pero también era un tiempo de incertidumbre porque así son todos los fines de época. Los jóvenes se preguntaban por el futuro y se comprometían.
Ahora estamos en otro cambio de época, pero me da la sensación de que estamos viviéndolo con un sentimiento de pérdida. La situación está muy difícil y los padres pensamos que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros porque mucho de lo que empezó a conquistarse en los años 60 se está perdiendo ahora. Hablo de derechos laborales, de derechos cívicos o de ilusiones políticas. En medio de todo esto, frente a la gente que hace ejercicios de conciencia e intenta cambiar las cosas, hay una inmensa mayoría silenciosa que prefiere optar por la indiferencia y por dejarse arrastrar por los acontecimientos
¿Pero es en su opinión esta España, como algunos sostienen, un país cabreado?
Sí, es un país encabronado. Me parece cierta esa España a la que se alude con el concepto de «la indignación». Son los indignados de la Puerta del Sol, pero me gustaría hacer una matización porque hay mucho cabreo, pero de barra de bar. Y el cabreo de barra de bar es una furiosa mansedumbre. Si no conseguimos encontrar una alternativa política a la indignación, la furia se convierte en mansedumbre. De qué me sirve a mí una mala contestación ante la televisión o en un bar o en el asiento de un taxi si no conseguimos hacer llagar la protesta a las instituciones para transformar las cosas. De qué nos sirve el cabreo si no conseguimos defender los derechos laborales. Nos estamos acostumbrados a vivir cabreados para a continuación desacreditar todo lo que pueda ser una alternativa al sistema de valores que tenemos hoy. Me gustaría que hubiese un cauce para llevar la indignación a las instituciones políticas. Ese cauce es la propia política.
(Y Luis García Montero muestra dudas en su gesto y razona en voz alta las dificultades para articular ese cauce, apuntando en primera instancia a los partidos que deberían haberlo articulado. «A los partidos políticos les cuesta mucho trabajo cambiar porque piensan, más que en transformar la sociedad, en conservar sus sistemas de control. A esas burocracias de poder les interesa el populismo del cabreo de bar que se convierte en una furia fácil de manipular».
Es la furia de la telebasura, de los instintos bajos, lamenta. «A la hora de pensar en un cambio de la ley penal, por ejemplo, más que contar y pensar con el conocimiento objetivo de la sociología, de los penalistas y de la ciencia jurídica, surte mucho más efecto un crimen mediático. Lanzas el mensaje de ‘mano dura, mano dura’ y por la desgracia de que se ha asesinado a una niña la gente acaba defendiendo la pena de muerte. Ese populismo de telebasura se convierte en mansedumbre y eso nos lleva a reducir nuestro cabreo a la nada. Hay que exigirle a la sociedad que repiense la importancia de la política, y a los políticos que rompan las estructuras que impiden la participación ciudadana».
Y en un tono de voz un punto más alto, con vehemencia, contenida, pero vehemencia al fin, insiste el autor en que hoy es tan o más importante que cuajen las medias que promueven la participación y la transparencia, como la conciencia de que hace falta una política para llevar su indignación a las instituciones.)
De la lectura de Alguien dice tu nombre se desprende también una especie de canto a la juventud rebelde. ¿Lo ha hecho de un modo premeditado?
En este libro me he considerado incapaz de darle un consejo a un joven. Los mayores podemos y debemos aportar nuestra experiencia y pedirles a los jóvenes que miren al pasado para que lo lean con sus propios ojos por si pueden aprender algo. Tan peligroso es el viejo cascarrabias que le dice a los jóvenes que son tontos y que lo bueno era la vida anterior, como los jóvenes que se creen que lo están inventando todo y que no tienen por qué mirar al pasado. El Mediterráneo no se inventa, pero podemos aportar nuestra experiencia para que ellos lo interpreten. En este mundo en el que vivimos, los jóvenes van a tener que buscar sus propias respuestas a la realidad. Y seguro que las encontrarán. He querido hacer un homenaje a esa parte de la juventud que en cualquier tiempo asume riesgos, se pone a dialogar con el pasado y mira hacia el futuro rompiendo la indiferencia y asumiendo su propia rebeldía y su compromiso con su futuro. Por eso ese protagonista de mi libro tene una iniciación a la política, a un erotismo más libre, a una vida en mayor libertad. Por eso he querido hacer un homenaje a esos jóvenes que hoy también rompen la indiferencia y están buscando alternativas.
Uno de los personajes del libro alude a la literatura como herida. ¿Le sigue hiriendo la literatura?
La literatura me conmueve. Las conmociones a veces hacen daño y otras dan felicidad. La literatura tiene que convertirse en un suceso. Si hay algo que no admite la literatura es la indiferencia, porque entonces se prohíbe el hecho literario. La literatura tiene que hacerse tuya. Me siento muy incómodo con la literatura que no hace cosas, igual que ocurre con el cine, con el teatro o con la pintura. No vale con decir «que bonito» y al salir de la sala o cerrar el libro y que se te olvide todo. Me gusta la literatura que te fuerza a hacerte preguntas, que desestabiliza las certezas que tienes y que enseña a asumir que, aunque creas que lo sabes todo, no lo sabes. La literatura que nos hace daño me parece que es la que está más cerca del hecho literario.
Del mismo modo que un periodista no puede separar su compromiso social con una manera de entender el periodismo y de buscar la veracidad, un escritor no puede separar su compromiso social con el compromiso con las palabras y con la obra bien hecha. La transformación de la sociedad es inseparable de la transformación de la vida cotidiana y el compromiso con los oficios es el primer ámbito de compromiso con la sociedad.
En otro momento de su novela se expresa como el alumno sigue al profesor de una forma casi ciega. En ese sentido, ¿a quién ha seguido Luis García Montero como referentes en su forma de enfocar vida y obra?
Mantengo la capacidad de admiración como uno de los derechos fundamentales a la hora de pensar en la vida. Soy de los creen que debajo de cualquier escritor hay un lector. Yo me dedico a la literatura porque me deslumbré con un libro, el Cancionero de García Lorca, cuando tenía catorce o quince años. Me sentí fascinado y eso tiene que ver con la vinculación con la vida y el compromiso. En los años setenta, Lorca no sólo era un poeta importante en Granada, sino el autor asesinado por el fascismo y para mí crecer fue también buscar en la vida la ciudad que había sido borrada con el asesinato de Lorca.
Tuve después la suerte de conocer a Rafael Alberti, que tenía en un altar pues era el poeta militante, el poeta republicano. Rafael se bajó del altar y se convirtió en un amigo muy generoso conmigo. Tengo una deuda grande, muy grande, en todo lo que tiene que ver con mi formación con Rafael Alberti, tanto por la persona que era, como con el enorme poeta. Posteriormente he tenido la suerte de encontrarme con otros poetas que me han ayudado mucho como Jaime Gil de Biedma, Ángel González o Francisco Brines. Han sido poetas que a través de su aporte personal y de su obra me han formado mucho, sobre todo porque me han enseñado a tomar en serio y a respetar a los jóvenes. Recibí el respeto de ellos y ahora yo miro con mucho respeto a los jóvenes. Eso es importante porque como la vida te va dejando sin maestros por culpa de la edad, para mantener viva la ilusión y la admiración conviene respetar a los que vienen detrás. Los más jóvenes que yo me enseñan muchas cosas. Recuerdo también a mi maestro, el profesor Juan Carlos Rodríguez, que me dio clases y con el que hice la tesis doctoral que convirtió mi afición por la literatura en una vocación de vida.
Es recurrente en su poesía y, en general, en su literatura, una mirada muy especial sobre el dolor, ¿concibe el dolor como un elemento creativo más?
El dolor es una parte fundamental de la realidad que no conviene olvidar, especialmente en una época de consumo que tiene la consigna de la felicidad bobalicona. Rousseau decía que la imaginación moral es la que nos permite comprender el dolor ajeno. Situarnos en el lugar del otro y aprender a tratar al otro como persona y no como un objeto que puedes manipular. La imaginación moral está en la base de la educación humanística, por eso considero que junto a la ciencia y a la técnica, una educación humanística es absolutamente necesaria para desarrollar la imaginación moral necesaria para comprender las vidas ajenas y el dolor ajeno. Eso es, en el fondo, la literatura: el dolor como esa demanda de tener los ojos abiertos al mundo y saber que la vida no es asunto de una sola persona -no me cuentes tu vida, sálvese quien pueda- sino una conversación con el otro y una ilusión colectiva.
Sobre el autor
Luis García Montero nació en Granada en 1958. Catedrático de Literatura Española, es uno de los poetas más destacados del panorama literario actual, con títulos entre los que se encuentran Habitaciones separadas (Premio Loewe y Premio Nacional de Poesía), La intimidad de la serpiente (Premio Nacional de la Crítica), Vista cansada y Un invierno propio.
Como ensayista ha publicado libros y artículos sobre la poesía europea contemporánea, así como ediciones críticas de Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Rosales y Carlos Barral. También es autor de Mañana no será lo que Dios quiera, biografía novelada del poeta Ángel González, que fue elegido Libro del Año por el Gremio de Libreros de Madrid
Sus últimas obras publicadas son No me cuentes tu vida, Una forma de resistencia y Alguien dice tu nombre.
Habitual columnista en diarios, también colabora en programas de radio. Ha recogido selecciones de sus artículos en los libros La puerta de la calle, La casa del jacobino y Almanaque del fabulador. Está casado con la también escritora Almudena Grandes.
Alguien dice tu nombre
Luis García Montero
Alfaguara
226 páginas
18 euros
E-pub: 9,99 euros