Ana era de una belleza perfecta tal y como la describe Tolstoi, de manos delicadas, de bucles ensortijados de pelo negro que parecían flotar al ritmo cadencioso de sus pasos al andar, elegante, de mirada intensa pero a veces distante. Así que la miré con más detenimiento y por un momento pensé que aquella profesora reproducía tal cual aquellos atributos que le habían asignado a Karenina. Era hermosa como ella, elegante como ella, delicada como ella, sensible, inteligente, de mirar intenso pero a veces distante. O al menos eso me parecía a mí. Y es que tal vez no solo fuera que había interiorizado el personaje de la novela, sino también todo su intrínseco romanticismo. El caso es que había conectado un interruptor en mi cabeza y aún no era consciente de ello.
Los días siguientes fue una constante. Terminaba la clase y mientras ella aguardaba un tiempo indefinido sentada detrás de la mesa, yo la miraba fijamente. Y ocurrió lo que tenía que pasar, que ella se percató de aquella fijación. La primera vez respondió mirándome a su vez, seria y hierática. Yo me ruboricé y escapé a la carrera. Pero podía más aquel doble atractivo que conjugaba su belleza y una displicencia que la convertía en un deseo inalcanzable. Así que me fue imposible dejar de mirarla. Y no solo cuando acababa la clase, durante sus explicaciones yo me dejaba arrullar de su verbo y me arropaban sus frases como a un niño un abrazo. Quedé prendido de aquella Karenina que solo era Ana para mí.
Supongo que esas cosas pasan en la universidad, está todo por construir y también los sueños y los errores. Además era inevitable que en una asignatura que hacía de la comparación su contenido transversal yo no dejara de comparar al personaje ficticio con el real. E imaginaba, imaginaba si la profesora también se devanaría, como ocurre en la novela, entre dos amores, si también se aburriría y buscaba en la pasión la aventura que le negaba la vida cotidiana, si en el fondo, teniéndolo todo, la melancolía podría con ella. Bien mirado aquello era una estupidez, pero yo también era estúpido, y me dejaba arrastrar por aquellas fantasías. Mi mundo era todavía nada más que un mundo literario. Porque yo, lo mismo que Ana Karenina, era un romántico en medio de un mudo demasiado realista. No debe extrañar por ello que me hiciera ilusiones al mirarla, al escucharla, al dejarme acariciar por su belleza, y que hasta me sintiera un nuevo Vronski, pensando que se ponía el vestido negro para provocarme, que había elegido precisamente la tarde anterior para peinarse de peluquería y que sus explicaciones eran solo para mí.
Hasta que una de aquellas clases me devolvió al mundo real. La profesora en cuestión me vio tan despistado (pensando en ella precisamente) que me reprendió con dureza. Yo además noté cierto desdén. En segundos, lo que dura una frase lapidaria, se derrumbó el mito. En un instante, que pasó ante mis ojos como un relámpago, no la vi ni elegante, ni delicada, ni tan sensible, y de su mirada mejor no hablar, tanto daño me había hecho.
Supongo que era lo inevitable, debía de estar cansada (aburrida) de contemplar a un incauto como Seriozha, que bebía los vientos cada vez que impartía cátedra.
No volví a su clase durante varios días después de aquello, suponía que, además, asistiera o no, aquella profesora ya tendría resuelto mi expediente y no precisamente para bien. Además, no me soportaría, pensaba yo. Así que apagué el interruptor.
Por eso me sorprendió tanto que un día me citara en su despacho. Estaba muerto de miedo, la verdad, porque sentía que iba a avergonzarme con todos sus resabios de profesora mayor. Al entrar y verla mucho más cerca de lo que la observaba en clase y vestida con aquella elegancia madura tan exquisita me sentí tan indefenso como el pobre Karenin de la novela de Tolstoi. Pero al contrario de lo que esperaba se mostró comprensiva conmigo y no solo no me amonestó por no asistir a sus clases, sino que me animó a que reanudara el curso con “el mismo interés” que había mostrado hasta entonces. Lo del “interés” no sé si lo dijo con segundas, pero sirvió para que aquella novela paralela que yo estaba construyendo en mi asignatura de literatura comparada tomara un nuevo rumbo.
Volví a clase, por supuesto, pero noté que yo adoptaba otro papel, como si fuera un Lievin vulgar y corriente. Al fin y al cabo, uno aprende de los errores y así se va haciendo mayor, cada vez más realista y menos soñador. Un joven, en fin, que empezaba a ser como cualquier otro.
Ana en cambio noté que se iba haciendo cada vez más Karenina. Seguía siendo la profesora bella, distinguida, elegante y delicada que tanto me había enamorado, pero ahora con un punto más de melancolía: se vestía de negro y cada vez más provocativa, venía a clase peinada de peluquería, y desde luego me miraba de otra forma, dejando que resbalaran sonrisas de su boca cuando fijaba sobre mí su mirada de ojos negros. Tan intensos los suyos como poco a poco se fueron haciendo distantes los míos.
Me puso matrícula de honor en aquella asignatura y me despidió como esperando volverme a ver el curso siguiente, con una mirada que por un momento me pareció demasiado interesada. Ya no volví a coincidir con ella en la universidad, mi vida siguió otros caminos e inevitablemente me olvidé de Ana con bastante prontitud.
Fue de casualidad por ello que me enterara de la noticia. Se había suicidado. Lo mismo, pensé rememorando aquel curso de literatura comparada, que Ana Karenina. No sé si sería por aburrimiento, si la melancolía habría podido con ella. No creo que fuera por desamor.
Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.
Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021
Cierre: el plazo concluyó el 7 de julio de 2021
Fallo: 6 de agosto de 2021. Modificado el 14 de julio. Nueva fecha para el fallo: 17 de agosto
Acto de entrega: 21 de agosto de 2021. Modificado el 14 de julio. Nueva fecha para el acto de entrega: 4 de septiembre
Nota de los organizadores publicada el 14 de julio: Dado el gran número de relatos recibidos durante las últimas semanas, que ha rebasado todas las estimaciones, se hace imprescindible modificar la fecha del fallo del premio y del acto de entrega para asegurar que el trabajo de valoración del Comité de Lectura pueda ser realizado en las mejores condiciones posibles y de esa forma garantizar la igualdad de oportunidades de todos los participantes. Muchas gracias por su comprensión.