Nuno viaja en la última barcaza donde se transportan los sacos de pólvora. Su labor es muy importante. La de tener cuidado de que no se mojen. Estima que los héroes son quienes reciben el impacto de los dardos en el peto, y se abren paso a cuchilladas jugándose la vida. Pero que, para derrotar a los enemigos, también cuenta lo que él hace. Descargar las bombardas, montarlas y cañonear a los nativos. Y que con el estruendo que producen, estos se dispersen. Concibe que ese es el modo más clemente de hacer la conquista. Conseguir que los indígenas huyan atemorizados por el ruido, y se sostengan vivos. Y atraerlos después, desde sus propias aldeas, hasta los asentamientos fortificados una vez que se han convertido en enclaves civiles. Porque si son muertos, no podrán ser cristianizados y enmendados en seres temerosos de Dios. Ese es el propósito que guía a Nuno: convertir las almas paganas en siervos del Señor. Para que, a la vuelta, en Meirinhos, sus vecinos se sientan orgullosos de él. De lo que está haciendo por el Altísimo, y por su rey.
Después de hacerse con la atalaya que domina el río, los soldados que no han tenido que batallar deben construir el palenque para proteger el campamento. Nuno es uno de ellos. Y, aunque viene de tierras de bosque, se asombra porque jamás ha conocido maderas como las que tiene que utilizar para la empalizada. Duras como el fierro. De modo que es mejor unirlas con esparto, que con grapas o clavos que se rompen o herrumbran en semanas.
El tercer día de construcción, desde lo alto de uno de los muros defensivos, ve llegar la avanzada que ha salido por la mañana. Han capturado decenas de indígenas a los que algunos llaman guaraníes. Aunque ellos se digan a sí mismos Omagua. Los hombres y las mujeres jóvenes vienen atados por los cuellos con sogas. Los niños, agarrados a las naguas de sus madres. Cuando entran bajo la protección del cercado, aquellos que pueden pelear son encerrados en el cobertizo de los prisioneros, y las mujeres repartidas a los capitanes y a los soldados que quieran hacer uso de ellas.
El capellán advierte que ninguno coma de lo que sus manos ofrezcan. Que saben cómo preparar ponzoñas con hojas y bayas de la selva. Nuno se acuerda de Manuela, y no quiere ser desleal a su enfermedad ni a su memoria. Y, en lugar de procurarse barragana, prefiere hacerse cargo de una menina para protegerla. Como la que hubiese querido tener y que el vientre de su esposa no supo engendrar. Y, mirando a una de las pequeñas a la que llaman Anahí, la toma bajo su amparo. Con las ganas de que, tras su guedeja, desaparezca esa mirada esquiva. Y de que acabe teniéndole atención, y no miedo. Aunque, ¿cómo es posible?, habiendo un pueblo cautivo y salvas que matan. Con pólvora que él ha cuidado en su barcaza, que hay muchos modos de ultimar a un semejante.
Los meses que siguen son ásperos. Tratar de evangelizar a un pueblo que lucha se hace, por momentos, extenuante. Saben cómo esconderse y vivir sin nada, desnudos en la jungla. Se confunden con las cortezas y los bejucos. Y se achaparran entre la maleza. Para combatirlos, los hombres portugueses queman cuanto hay alrededor del poblado. Tajibos, cedro y caoba roja. Caoba roja que, extrañamente, tinta las aguas de amarillo. También Ca-uchús, a los que llaman los árboles que lloran.
Los Omagua atacan con flechas corrompidas a las que no se oye silbar y que, aún después de arrancadas, matan de a poco. Y lanzan piedras desde las quebradas. En una expedición, una de ellas alcanza a Nuno en una pierna. Sus compañeros repelen el ataque con fuego de arcabuces. Pero los hombres guaraníes, convertidos ahora en guerreros, se han acostumbrado a las detonaciones y ya no huyen. Así que toca proteger a los heridos, y retirarlos al poblado.
Nuno ya no tomará parte en más refriegas. Ha de pasar entera la estación de lluvias para que sus huesos endurezcan y sea capaz de ponerse en pie. Pero luego, ¿de qué sirve un soldado con la rodilla maltrecha? Así que, en cuanto puede hacerlo, él y la niña vuelven a casa. En el viaje de regreso concibe la esperanza de que los cuidados de su esposa ayuden a borrar el odio de su rostro, pero, al llegar, hace casi un año que Manuela ha muerto ya…
…Ana, como la mayor parte de las noches, despierta de madrugada entre pesadillas. La inquietud no termina de irse hasta que no enciende la luz y puede ver lo que le rodea. La silla de la que cuelgan sus jeans, y su blusa blanca. O la mesa con la pantalla del ordenador portátil desplegada. En esos sueños angustiosos, casi siempre aparecen troncos de corteza roja varados en un recodo del río. Y el agua, extrañamente teñida de amarillo. Para espantar el hormigueo de las tripas cuando sabe que ya no va a dormir más, en ocasiones pone música en la radio de su despertador. Y, mientras vuelve a la realidad de su habitación, rememora esas imágenes, cada vez más borrosas, que solo ha visto en sus sueños. Las de los troncos bermejos sujetos por hombres con largas pértigas y ganchos. Hasta que el espejismo, como una niebla que fuera aclarándose, termina desapareciendo del todo.
En Oporto no existen los árboles rojos de sus sueños, y en lo que ella ha visto cuando su padre adoptivo la ha llevado a Lisboa o a París, tampoco. Pudiera ser que el origen de esas imágenes estuviera en alguna de esas fotos que quedan grabadas de la lectura de un libro, o de un documental de la tele. O, simplemente, que fueran balizas de otra vida. Visiones de antepasados desaparecidos hace siglos, que quedan cinceladas en el subconsciente.
Su padre adoptivo se levanta y empieza a atravesar el pasillo. Con esa cojera vieja de rodilla maltrecha que arrastra desde siempre. Ana le oye llegar. Sabe el día que es (el cumpleaños de una mujer a la que ni siquiera conoció, y a la que no debe nada) y sabe que, si se atreve, él le pedirá que le acompañe a dejar unas flores sobre la tumba de Manuela. Al entrar en la cocina, el hombre ve a su hija sentada frente a un tazón de cacao, y con los ojos congestionados. Y pasa la mano por su cabeza, en un gesto de atusarle el pelo. Como si eso pudiera curarle de su insomnio. La chica da un respingo. Semejante al de cualquier muchacha adolescente a la que disgusta el contacto físico con su padre real. Pero este rechazo es diferente. En él perviven afrentas ya pasadas, y culpas remotas. Pecados colectivos de hombres que abusan de mujeres jóvenes, aunque ese no sea el caso de Nuno. O de personas que desraízan a niñas de su tierra, y las llevan al otro lado del mundo.
Y, aunque no tenga nada que reprocharle, Ana intuye que su padre fingido es el alimento de ese bullicio de malos sueños que nunca desaparecen. Sueños con olor a pólvora y fulminante; casullas y crucifijos de madera que se blanden como armas; yelmos y calzones de paño grueso. Que no solo hay muertes como la de Manuela que se alivian con flores, sino aquellas sin bálsamo, que consisten en separar el cuerpo de una niña, del alma de su origen.
Y, aunque Nuno sea un hombre bueno, su civilización tal vez no. Ana, Anahí, imagina que, si ella pudiera ser capaz de hacer desaparecer a los hombres buenos que son el soporte de los pueblos conquistadores, la lucha se igualaría. Sería incapaz de hacerlo como sus ancestros, con flechas silenciosas, pero sí con algún tipo de ponzoña. Tal vez ese fuera el único modo de terminar con sus malos sueños. Para que, de una vez, los troncos rojos desaparezcan de su cabeza, y que los árboles de caoba roja sigan creciendo en sus tierras.
Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convocó en octubre de 2023 la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.
El galardón consta de una fase previa y una final. Durante la previa, en la que estamos, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta el 15 de mayo. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023
Cierre: 15 de mayo de 2024. PLAZO CONCLUIDO
Fallo: 22 de agosto de 2024
Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024