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Códigos

Esa mañana abrí la notebook y vi el mail. El texto era simple y concreto. Una suma, un link de Facebook y un emoji de un quimono que yo sabía interpretar. Y que no era negociable. Armé mi valija y la mochila de mano que iba a necesitar. Esa misma noche llegué a Buenos Aires.

El objetivo era un perro rabioso. Treinta años, bello. Con una sonrisa rara, un aviso de lo que se escondía atrás de esa figura socialmente redituable. Las imágenes y los posteos subidos mostraban un yerno ideal. Chico sanito. Lindo y trabajador. Que compartía noticias sobre mascotas perdidas, lloriqueantes matanzas africanas y oenegés que ayudaban a la humanidad.

Yo sabía quién era. En los últimos años de trabajo activo había oído hablar de él. Puntería certera. Eficaz trabajo físico. Manejaba una monstruosa pistola israelí con munición destructiva cuya precisión, paradójicamente, no importaba tanto, dado que pegara donde fuere las consecuencias eran atroces. Y que eran su sello.

Decían que lo había educado, en todo sentido, su abuelo. Un viejo montonero, delator y hábil con todas las armas. Que tuvo un doble entrenamiento, con la OLP y con renegados del Shin Bet. Por lo visto, antes de morir, había hecho un buen trabajo con su nieto.

Salvo por un detalle. La ferocidad. El chico no ejecutaba los trabajos con frialdad profesional. Eran carnicerías. Sobreactuaba. Eran escenarios vanamente brutales. Demasiados muertos. Demasiada sangre. Después de mi retiro no supe más de él. Salvo lecturas de diarios y portales donde algunos hechos parecían encajar con el estilo. Nombres conocidos para mí, pero desconocidos para el resto del mundo, tenían un final operístico. Todos signos que avisaban lo que vendría. Porque en este oficio el perfil alto es un pecado mortal. Y yo tendría ser quien se lo demuestre. Porque había muchos enojados, los suficientes.

Fuerte Apache es un complejo de monobloques de los setenta. Sórdido y maloliente. A pocas cuadras de la General Paz, ofrece una salida rápida y segura. Primero, hogar de desplazados de la villa miseria del Retiro. Después, búnker de narcos a partir de los noventa. Laberinto de escaleras, puentes aéreos, departamentos derruidos conectados entre sí de maneras insólitas, torres ensambladas de manera caótica. Un ridículo destacamento policial con diez efectivos mal pagados, mal vestidos y mal armados. Cinco entradas perfectamente controladas permitían refugiarse allí con total comodidad. En el último piso de una de las torres centrales, con las paredes divisorias derribadas y acceso ancho a la azotea, estaba la fortaleza donde casi seguro estaba el chico. Era el lugar donde había funcionado el búnker de su abuelo cuando era oficial de los montos. Yo conocía el lugar perfectamente.

Elegí una noche lluviosa. Fui liviano. La Colt 1911, una Benelli y un juguete ruso para operaciones.

Dejé el auto a pocas cuadras de la entrada de la calle Paso y entré al complejo. Los grupos pegados a las paredes con sus gorras americanas y sus abrigos de futbolista me miraban de costado, pero nadie se animó a encararme. Salvo un solitario que me pidió fuego y al que no me digné a contestar. Comencé a subir las escaleras exteriores con mucha precaución. En el segundo tramo dos jóvenes indolentes me cerraron el paso. Yo llevaba en el bolsillo del abrigo una maravilla de los servicios soviéticos, una PSS más pequeña que mi mano y con cartuchos 7.65. Inaudible. Creo que no entendieron lo que les sucedió. Un tiro a cada uno en el centro del pecho. Los ayudé a caer y mire alrededor. No había pasado nada. Seguí subiendo.

Tenía suerte. La lluvia arreciaba. En los últimos metros vi al guardia, o algo parecido. Era un cuarentón sentado en el piso de la entrada al departamento. Un pequeño techo de hormigón lo cubría del aguacero. Pero no mucho. Tenía entre sus piernas un FAL de esos que los militares vendían por monedas y fumaba un porro medio deshilachado por la humedad. Me vio tarde y mal. Habrá recordado a un hombretón de más de metro ochenta acercándose y el fogonazo de la pistolita rusa en su ojo derecho. Agarré el fusil por el cañón y dejé que el cuerpo se deslizara de costado.

Preparé la Colt y crucé por delante la escopeta, por si se complicaba. Abrí suavemente la puerta, atento a cualquier ruido o movimiento.

Me sorprendieron los sonidos extraños que provenían del interior. Una bola de música, gritos y estampidos. Me detuve unos segundos hasta comprender lo que pasaba. Una Play. Recordé que no dejaba de ser un chico grande. Y cruel.

Asomé el cuerpo con la pistola adelante. Lo vi sentado en un sofá doble, la mirada absorta en la pantalla y pulsando frenéticamente los controles del videojuego. Estaba tan concentrado que tardó en reaccionar, avancé unos pasos para asegurar el tiro. Y me vio. A su derecha descansaba el cañón que lo había hecho famoso. Me corrí la capucha y me di cuenta que inmediatamente me reconoció. Su rostro tomó un gesto extraño. Reconocible. Ese segundo de sorpresa e incredulidad fue mi ventaja definitiva. La bala ultrarrápida le pegó en la frente y lo tiró brutalmente contra el respaldo.

Revisé con cuidado los ambientes para comprobar que estaba solo. Volví al sofá y al cuerpo despatarrado del chico. Me llamó la atención una medalla que colgaba de su cuello. La arranque de un manotazo y comprobé lo que sospechaba. Una Virgen de Luján de plata. La que yo le había colgado a sus nueve años junto con el último beso, para no verlo nunca más. Me di la vuelta pensando si el estampido me complicaría la salida. No tuve problemas.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Códigos, cuadragésimo segundo cuento seleccionado.

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