Ea, mi niña, ea

                        ea, mi niña, ea…

Una estrofa y luego otra, la canción como espuma que debiera tocar dos orillas –la de la madre y la del hijo–, y que sin embargo es marea que arrastra, resacosa, una pena sentida y última, un viento torcido, un alga rota. Las otras mujeres lo dicen y redicen:

–No debiera hacer eso, ponerse tan cerca a la criatura para sufrir tanto.

Pero así era ella: tan madrecita. Desde lo muy niño de sus días había puesto emoción y empeño en ese sino suyo, como si tan pronto quisiera empezar a ser lo que sabía que llegaría a ser, y se hizo casi mamá de sus propios hermanos, de los más pequeños, de tanta ternura que les daba. Ella les vestía con lanas y felpillas –telas abrigadoras– durante los fríos de más frío, y les hervía pajaritos para remediar el hambre, y les dormía más de una noche y de dos y de tres. Sus padres andaban en el campo, empujando el malvivir a riñonadas, los ojos llenos de polvo, los dientes llenos de polvo, el alma llena de cansancio, sol de cuajo y terronadas de polvo.

–Aquella infancia que tuvo la pobre, sí.

–¿Y os acordáis de lo de la Canelita?

La Canelita era una gata calicó –o tricolor– que tenía la familia. Decían las gentes que no era gata salvaje sino bestiecilla amañada que ellos mismos colaban en otros corrales para empreñarla, y que luego la leche no se la dejaban a la camada, sino que la empleaban para alimentar a sus propios hijos.

–Pero eso nadie sabe si es cierto, o si es maldecir de lenguas desentretenidas.

–Maldecir no sé si será, pero que a los gatitos los oíamos maullar desesperada y quejosamente durante dos días y que al tercero, o a lo mucho al cuarto, se les callaba el gemido como de a golpe, eso no es prosa contada sino vida que yo he visto y vivido…

El hambre no era grande ni chica ni mediana en aquella casa: el hambre era aquella casa. Ella fue la primera, la hermanita mayor, y luego, con trece meses de obligada distancia, o poco más, entre un rorro y el siguiente, otros ocho niños más.

–Muchos hijos son catorce, casi te diré que es bueno que se le murieran cinco tan pronto.

–Mujer…

Se crió sin pan, pero llevaba la ternura como un manto. Qué madrecita es esta niña, decían las convecinas, y qué sin orgullo y qué ayudadora en todo. La veían juntando trapos para hacer sabanitas de cuna, trapos que la gente le daba no porque a ellos en realidad les sobrasen sino porque entendían que a ella, humanamente, le faltaban, y antes de coserlos con hilos prestados y costuras planas era la norma verla donde los primeros caños del lavadero sacándole blancuras a la tela como si las bajara directamente del cielo, de tan esforzadas y doloridas y claras.

–Infancias sin infancia que tiene el mundo.

–Eso, infancias sin infancia…

Creció luego la niña, y era recuerdo de muchos y decir de todos aquella carita tan blanca que se le iba poniendo, y las pestañas tan largas, su cuerpo con la dimensión de un beso, su pelo como con semillas. La niña madrecita, la de la casa del hambre, convertida en proporción poderosa, en fruta matinal o geografía cumplida: la muchacha ya en su edad de espiga.

–Pero entonces…

Pero entonces, sí, pero entonces. Entonces las primeras toses, las primeras fiebres, los cansancios de media tarde o de medio pecho o de media vida. La enfermedad punteando su belleza, creciéndole por dentro como una hierba celeste que no mata ni enreda ni ahoga sino que le va poniendo el alma color de tierra cansada, que la vence no con dolores ni con espasmos duros sino con salivas tristes y melancolías vespertinas. La enfermedad como una encía blanda; no como una violencia sino como una colección de lluvias tristes.

–Al principio no tosía tanta sangre, fue luego…

–Luego fue, sí, cuando lo de la niña…

*****

Porque la belleza no es sin propósito, porque el amor no es sin medalla. Ella ya en cinta, ella ya en su destino de madrecita de su propio hijo, de su propia hija, a pesar de las toses, a pesar de la siemprefiebre y de los párpados sin color y de los once mil cansancios. La mano sobre el vientre, la felicidad dentro y fuera del dolor, y con voz de viento verde una nana marinera, que ya comienza:

                        Ea, mi niña, ea

                        ea, mi niña, ea…

            La ilusión medida con números tímidos, pero presente siempre, vertical siempre, duradera. Y eso a pesar del pesar que pesa.

–Una madre es más que un Cristo, sí, más que el amor universal, sí, pero una madrecita tísica…

–Eso, una madrecita tísica…

Nació la niña venidera con ojos de buena salud y llanto duro, sin ahogo. Celebrada fue, pero también sentida, pues algunos y todas sabían lo que significaba que la bienllegada hubiera nacido sin la mancha de la enfermedad de su madre. Pronto se buscaría la primera nodriza, la primera encargada de alimentar aquellas hambres niñas que ella, aun pudiendo, no debía cubrir. Se lo habían dicho tanto y mil veces:

–Cuanto menos roce, menos posibilidad de que contagie.

–Y de amamantar, nada. Leche de la propia leche, nada.

Pero la niña no agarraba el pezón de la madre postiza, no le encontraba el olor propio, o el amor propio, o quién sabe. Así que vendrían seguidas luego una segunda ama de cría, y una tercera, y hasta una cuarta, todas ayudadoras y presentes, todas empeñosas, pero la criatura giraba el morro y lo escondía, y ni a buenas palabras ni a medias fuerzas se conseguía sorbo corto ni mediano.

Ella la tomaba en brazos, aunque le dijeran que no lo hiciera, aunque le avisaran del tanto riesgo, y con el pecho ofrecido le cantaba su nana marinera; y qué bella y qué triste aquella imagen: la madrecita manante, la hija aceptando el vínculo, solo aquel vínculo con la leche verdadera y suya, como si el amor no pudiera condicionarse, como si no aceptase supeditación ninguna a lo sensato, a lo racional y avisado.

–Cuánto riesgo y cuánta necesidad. Yo no sé por qué el cielo envía estas maldades de tener que elegir entre lo uno y lo otro.

–Maldades del cielo no han de ser; serán solo olvidos…

Desde la primera tarde la escena siempre así: la leche mentida del ama de cría, su beso romo, y la niña en negación perpetua hasta no saberse arrullada por la voz y el tacto que ya eran voz y tacto en el vientre de su madre, cuando entonces.

                        Ea, mi niña, ea

                        ea, mi niña, ea…

*****

No la besaba apenas, no debía hacerlo. La ternura más grande de la tierra convertida en rigurosa contención, las caricias prohibidas, los mimos secos. Alimentarla solamente, le decían. Después dejarla de nuevo en la cuna; cuanto menos roce mejor, sí, cuanto menos roce mejor.

Alta vigilia la suya, tener el cielo de una hija y no poder entrar en él, no poder llenarla de besos claros ni bañarla con jabones tibios ni después peinarla como lo hacían las otras madres, con agüitas de olor y caricias suaves como manzanas.

La miraba allá en su cuna; sonreía la madrecita enferma, con sus fiebres que ya no importaban, a su hija sana, y no pudiendo tocarla con los dedos del ser, la arrullaba con palabritas del alma:

                        Ea, mi niña, ea

                        ea, mi niña, ea…

Sabía que le daba la vida a la niña queriéndola mucho, pero que se la quitaba queriéndola más. Así que la miraba y la miraba, sin acercarse un tanto a la cuna. Volvía entonces a cantar, la alimentaba con nanas felices, pues no eran posibles los besos elementales.

Entre arrullo y arrullo, la madrecita lloraba lágrimas de leche.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convocó en octubre de 2023 la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

El galardón consta de una fase previa y una final. Durante la previa, en la que estamos, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta el 15 de mayo. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024. PLAZO CONCLUIDO

Fallo: 31 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

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