Al concluir, nos reunimos los miembros de la comisión y acordamos comenzar nuestro trabajo el 14 de agosto a las nueve de la mañana en la sede nacional del Contseso (Comité Nacional de Trabajo y Seguridad Social), que está en El Vedado.
Llegó el día señalado. Yo era el único miembro de la comisión que vivía en el propio Vedado, a siete cuadras del lugar. Salí de mi casa a las ocho y cuarenta, sabía que tardaría menos de quince minutos en llegar al Contseso.
Cuando iba a atravesar el parque Mariana Grajales me encontré con Joseíto, el tío de Bárbara, que fue mi mujer cuatro años. Él me había recomendado el tinte para las canas que yo estaba usando. Lo había traído de España cuando visitó a su hija mayor, quien vive allá. A mí me lo trajo un amigo español.
Se alegró al ver el notable cambio que había producido en mi cabeza el uso del producto. Su saludo fue:
—Te quitaste veinte años de encima.
Sonreímos y nos pusimos a conversar sobre los prejuicios que aún tenían algunos hombres para teñirse el pelo. Luego hablamos de su sobrina Bárbara, que actualmente reside en Alemania.
La conversación se estaba prolongando y me cortó cuando le recordé aquellos tiempos en que yo era parte de su familia.
Joseíto, ya jubilado, ahora es electricista por cuenta propia. En ese momento iba a hacer un trabajo cerca de allí y había quedado en comenzar a las diez de la mañana.
Al despedirnos miré mi reloj, las nueve y diez. Cuando llegué al Contseso ya había llegado el compañero Vladimiro, que vive en Casablanca:
—Yo pensaba que la reunión había sido convocada para las ocho de la mañana y vine por ahí matándome, me dijo, sentado en el quicio del portal, apenas lo saludé.
Me situé a su lado y nos pusimos a hablar del juego de pelota de la noche anterior entre los equipos Industriales y Santiago.
Quince minutos después llegó Leonardo, que vive en La Habana Vieja. Nos señaló que había llegado algo retrasado y agregó:
—Ustedes saben lo malo que está el transporte.
Lo incorporamos a nuestra conversación. Y veinte minutos más tarde llegó Eloísa, de Marianao. Después de saludarnos comentó:
—Desde las siete de la mañana hasta las ocho y media estuve en la cola para comprar el pan del desayuno. Con el apuro se me había quedado la libreta en la casa y tuve que virar a buscarla para que me anotaran el pan y me lo despacharan.
Un rato después llegó Arlenis, quien reside en La Lisa:
—Tuve que llevar a mi hija para la casa de mi suegra, porque el círculo infantil está cerrado por falta de agua. Se rompió el motor de la turbina. Posiblemente sea para largo. A no ser que hagamos como el año pasado, una colecta entre los padres y comprar otra turbina en la shopping. Por suerte cogí una botella en la avenida 51, con un compañero que trabaja aquí mismo en El Vedado. Me dejó en la esquina. Me dio su teléfono y me viene a recoger cuando termine la reunión».
—Con ese cuerpo y esa cara tan bonita —me comentó Vladimiro en voz baja—, la hubiera llevado al paraíso si se lo pedía.
Después llegó Rubén, que vive en el municipio Playa:
—Las guaguas están imposibles —nos dijo—. Tuve que coger un almendrón. Y con tan mala suerte que por la mitad del camino lo paró la policía. Y por mucho que el chofer rogó le pusieron una multa por no tener actualizada su licencia de cuentapropista. Bajaron a los cinco pasajeros. El taxista nos devolvió el dinero y a esa hora tuvimos que luchar para volver a coger otro almendrón. Porque todos pasaban llenos y de la guagua ni hablar.
Diez minutos después llegó Yaumara de Centro Habana. Estaba muy nerviosa, porque cuando se levantó y entró al baño, cayó una torta de concreto del techo justo encima de la cama. Estaba viva de milagro. Su madre le había tenido que hacer un cocimiento de tilo.
—A esa hora tuve que recurrir a un vecino —nos relató—. Con una vara terminó de tumbar lo que quedaba flojo y me ayudó a sacar los escombros. Con el nerviosismo y el apuro no pude ni desayunar. Llegué sofocada a la parada. Y de contra el P4 paró lejos. Tuve que correr como dos cuadras y entrar a empujones.
Después llegó Roberto, que vive en Luyanó y es el único del grupo que tiene carro. Lo habíamos designado jefe de la comisión. Venía a pie y nos pareció extraño. Saludó a todos con ademán altivo. Luego expuso el motivo de su llegada tarde:
—Tuve que llevar a mi mujer al Hospital Calixto García, donde tenía un turno para un ultrasonido. Cuando entramos nos dijeron que el equipo estaba roto. De ahí la llevé para el Ameijeiras, porque ahí tengo una amiga que le va a resolver. Allá la dejé. Y para colmo se le tupió el carburador al Lada y tuve que dejarlo a tres cuadras de aquí porque ahora no tengo tiempo para ponerme a destupirlo».
Pasamos al portal. Ya nos disponíamos a entrar cuando la recepcionista nos preguntó si éramos los compañeros de la comisión. Le respondimos que sí, y nos comunicó que tendríamos que esperar un rato:
—La compañera que tiene la llave del salón de reuniones llamó por teléfono para decirme que tuvo que ir al Ministerio a recoger unos papeles y va a llegar tarde.
Por último, llegó la compañera Celina, del partido municipal. Nos explicó que había tenido una reunión urgente en su trabajo:
—La reunión se alargaba —expresó—. Tuve que pedirle permiso al secretario general y venir corriendo. ¿Están de receso, o todavía no han empezado?
El compañero Roberto sacó de su portafolio un papel. Nos miró a todos, hizo una comprobación. Todavía faltaba la compañera Susana, de la oficina municipal.
Al rato llamó por teléfono y explicó que se había intoxicado con unos filetes de claria que había comido la noche anterior. Le era imposible asistir.
A las diez y media llegó la compañera que tenía la llave del salón. Tuvimos que esperar a que lo limpiaran.
A las once y cuarto comenzamos.
Esa primera reunión terminó a las dos de la tarde, no hubo almuerzo y estábamos muertos de hambre.
Decidimos hacer las reuniones posteriores a la una de la tarde, o sea, después de almuerzo, ya que no se pudo resolver ni siquiera una merienda por parte del Contseso.
Terminábamos a las tres y media, para que las compañeras tuvieran tiempo de recoger a sus niños, sacar los mandados de la libreta o ir al agro, las que podían. Los hombres generalmente nos quedábamos un par de horas más en el portal hablando de pelota.
En el transcurso de dos semanas efectuamos ocho reuniones. En ellas llegamos a la conclusión de que la impuntualidad y el ausentismo laboral de los cubanos se deben a que “somos un país vilmente bloqueado por la potencia imperialista más poderosa de la historia”. Se redactó un documento bien argumentado y se elevó a las instancias superiores.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de El Contseso, decimoquinto cuento seleccionado.
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