El domador de tigres había criado a los animales desde pequeños. El circo los compró cuando apenas tenían un mes. Él los cuidó, jugueteó con ellos y siempre, siempre, era el encargado de darles de comer. Por eso, los animales lo respetaban y lo reconocían como lo que era: un verdadero domador.
El domador de tigres se presentó haciendo una elegante venia, sin importarle las seis fieras rugiendo a su espalda. El público aplaudió el primer acto de valentía del domador de tigres, que, de inmediato, hizo correr a los animales rodeando la valla metálica. El siguiente acto fue hacer que los animales saltaran a taburetes ubicados en forma de círculo y se quedaran quietos haciendo equilibrio con sus patas en ese reducido espacio.
El domador de tigres pasó por delante de cada fiera e hizo que levantaran una de sus patas en señal de saludo. Jugueteó con ellos tocándole los bigotes y las orejas, les besó el hocico y les hizo caricias. El público volvió a aplaudir más entusiasmado.
El domador de tigres, usando su látigo, hizo que las bestias bajaran y las colocó en fila. Fue hacia el aro embreado con combustible, le prendió fuego con una cerilla e hizo que cada tigre saltara el aro tres veces. Era un acto delicado porque, antes de saltar, cada tigre rugía observando a su domador que, de inmediato, lanzaba latigazos para evitar algún intento de rebelión. El domador de tigres pidió aplausos y el público celebró su atrevimiento porque pocos humanos están tan locos para meterse en una jaula con seis grandes animales salvajes.
El domador fue hacia el animal más grande y con su látigo hizo que fuera al centro. La bestia rugió, enseñó unos enormes colmillos y amenazó lanzando sus garras en la dirección del hombre. El domador de tigres hizo que la fiera diera varias vueltas por el suelo. Esta vez, el anunciador del circo pidió al público que celebrara con las palmas el intrépido acto.
La mujer del domador de tigres también trabajaba en el circo. Era la que hacía trucos con bolas de fuego. Ella animaba los intermedios mientras en los camerinos se hacían cambios de vestuario o se preparaba el escenario para el siguiente espectáculo. Era una mujer joven que había llegado al circo a los quince años para trabajar como limpiadora, pero fue aprendiendo algunos trucos y en pocos años comenzó a hacer breves presentaciones, pero para ella, los intermedios solo eran el comienzo de su carrera, porque cada noche soñaba con tener algún día su propio acto.
Cuando conoció al domador de tigres pensó que podían hacer un acto juntos con las bolas de fuego animando en medio de los tigres, pero su compañero le explicó que eso era demasiado peligroso. No se recomendaba que hubiera más de una persona en el escenario porque los animales, al final, eran salvajes y cualquier cosa podía suceder. Ante la permanente negativa del domador, su mujer pidió al acróbata experto en cruzar la cuerda floja que le enseñara hacer el equilibrio en las cuerdas. El acróbata experto en cruzar la cuerda floja le enseñó eso, y hasta cosas del amor. Fue tanto el escándalo que el domador de tigres exigió que los corrieran del circo o, de lo contrario, no haría más su presentación, que era el acto central de la diaria función. Sin embargo, su demanda no tuvo éxito. Hacía tres noches ella había sacado sus maletas y se había ido a la carpa del acróbata experto en cruzar la cuerda floja, quien, a su pesar, como un acto más de magia del circo, desapareció sin dejar rastro.
El domador de tigres hizo el truco más esperado. Colocó a las bestias frente al público y caminó muy cerca de ellas sin amilanarse por sus rugidos. Más bien aplaudió, y el público también lo ovacionó como el gran valiente maestro de las fieras que era. A continuación, el domador de tigres se lanzó sobre las espaldas de los seis felinos y saludó a los sorprendidos visitantes. Este truco no había sido ensayado con anterioridad. Ya, a estas alturas, su acto debía estar terminando, pero el domador de tigres se levantó orgulloso y rodeó a los animales. Luego hizo que el más grande se levantara y, ante el asombro del público, el domador de tigres asomó su cabeza por la gran boca de la fiera. Muchas mujeres se llevaron las manos a la boca cuando vieron la osadía del domador de tigres que miraba con curiosidad hacia el interior de la bestia, mientras esta le dedicaba un extendido rugido.
Como despedida, el domador de tigres se puso frente a los animales, hizo que se levantaran hasta quedar sobre dos patas y se hincó frente a ellos escuchando el aplauso final, convencido de que, tras la desaparición del acróbata experto en cruzar la cuerda floja, su mujer regresaría a su carpa y harían el espectáculo que ella siempre había deseado.
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