Lo peor de este sitio es la rutina. Dicen que es por mi bien, pero me aburre hacer cada día las mismas cosas. Solo los paseos de la tarde, en los que me dejan deambular por el jardín sin interferir en mis pensamientos, me hacen sentir algo parecido a la felicidad.
Hoy lo he compartido con Blanca. No pudieron elegir mejor su nombre. Tiene una piel tan pálida y es tan menuda que a veces se me antoja que no existe.
«Vamos a reírnos un rato de ese cretino», me dice sonriendo por un breve instante, para dejar la mirada quieta al momento, como si nada le importara. Y cogiéndome de la mano tira de mí para acercarnos al sitio donde él está conversando con uno de los pacientes. Se trata de un hombre mayor que maúlla como un gato. Lo hace cada cinco minutos. Por lo demás cuenta unas historias muy interesantes.
Nos ha visto y hace una mueca de fastidio. Nos plantamos frente a él. Blanca se desabrocha dos botones de la camisa como si eso cambiara algo, es plana y los pezones se le marcan levemente cuando la blusa se le pega a causa del viento. Se mete un dedo en la boca, lo chupa y lo saca despacio. Luego, acercándose mucho a mí, acaricia con él mis labios, mirándolo desafiante. «Eh, basta ya de jueguecitos estúpidos. Ya sabéis que el castigo puede ser quedarse sin paseo». Va en serio. Tomo del brazo a Blanca y ella empieza a reír con fuerza, con ganas, como si por un momento estuviera viva. La convenzo para ir a sentarnos debajo del olivo centenario. Es lo mejor de este sitio y hoy no está ocupado.
Blanca y yo nos parecemos, las dos somos supervivientes, las dos nos quedamos absortas mirando el césped sin decir nada, llenándonos de verde hasta que nuestro cerebro puede sentir la humedad del suelo, la frescura de la despreocupación absoluta. Pero también somos muy diferentes. Hay algo en ella que me asusta, un abismo oscuro que se intuye en sus pupilas, un animal feroz que espera agazapado, vigilante, para dar el zarpazo que lo libere. A veces se deja ver tras su sonrisa taimada.
Lo positivo de tocar fondo, dicen, es que desde ahí no queda otra cosa que levantarse. Lo que no me dijeron es que aún de pie se puede caminar cubierta de un lodo que se te pega a la piel y aunque la frotes con ahínco no desaparece. Se queda adherido a ti. Forma parte de ti.
Después del paseo nos mandan al cuarto a esperar nuestro turno para la cena. Siento cansancio y agitación así que me tumbo en la cama y fijo la mirada en un punto del techo, él dice que eso puede servir para relajarse. Pero la calma dura poco. El cemento que se cierne sobre mí está bajando. Blanco y amenazante. No, no, eso no puede estar ocurriendo. Cierro los ojos. Mi ritmo cardíaco se eleva. Me recuesto de lado, sujeto mis rodillas y me hago un ovillo. Volver a la posición fetal. Volver al origen. Comenzar de nuevo. Tengo que ser valiente. Abro los ojos. La pared ha avanzado y se alza tocando el margen de la cama. Me giro al otro lado. Lo mismo. Grito, grito y pataleo. Escucho pasos que se aproximan. Brazos que me sujetan, caras que no veo, voces que me susurran que no pasa nada, que todo está bien. Pinchazo. Su rostro, riendo. Nada. Me despierto al rato, no sé qué hora es, pero por la ventana ya no entra la luz, está anocheciendo. Toco el timbre, tengo hambre, espero que me puedan traer algo de comer.
Por la mañana pasa a verme, me mira con ternura. Pero a mí no me engaña. Se sienta en mi cama. «¿Cómo has dormido? Parece que ayer tuviste un nuevo episodio. Tendremos que ajustar la medicación. Cuando te vistas quiero que vengas a mi despacho. Hablaremos de lo que ocurrió». Me pasa la palma de la mano por la cara en un gesto cariñoso, en una breve caricia que huele muy bien. Me sacudo con un escalofrío. No parece advertirlo o lo ignora a propósito. Se levanta y se va.
En el pasillo me sale al paso Blanca, que me pregunta por los gritos de ayer. No tengo ganas de contarle nada, así que me zafo con un «tengo que ir al despacho». «Ojo, ese lo que quiere es verte las tetas», me dice con un gesto de asco. «Ya sabes, al enemigo ni agua». Hubiera preferido que se guardase su comentario, al fin de cuentas puede que él quiera ayudarme de verdad. Qué va, qué inocente soy.
«¿Cómo te sientes? ¿Qué es lo que ayer te hizo gritar?». No sé, dímelo tú que eres tan listo. ¿Acaso va a servir de algo que lo recuerde? Tengo ganas de mandarlo al infierno, pero en lugar de eso permanezco callada.
Él espera. Me escucho diciendo «otra vez su rostro», las palabras han brotado solas. «¿El rostro de quién, Jimena?» «El del diablo, sobre mí. Estoy atrapada, no tengo escapatoria». Anota algo en su cuaderno. Me mira y me dice muy serio que no existen diablos, solo los que inventamos, que la maldad humana ya es suficiente para explicar el dolor de este mundo. «Estamos cerca de descubrirlo». Se levanta y pone sus manos en mis hombros, una oleada de calor y odio se extiende por mi cuerpo. Quiero abandonarlo, volar lejos.
Hoy me toca sentarme en el comedor al lado de Blanca. Nos van cambiando de sitio para que socialicemos, dicen. Blanca me pregunta si al final he cedido, si ya me he abierto de piernas. Le digo que se calle, me está hartando con el tema. Me imagino encima de él, sintiéndome poderosa, haciéndole gemir. Basta. La crema de verduras tiene buen aspecto, pero cuando me llevo la cuchara a la boca no percibo ningún sabor, nada. Debe ser la nueva medicación.
Después de comer me dirijo al taller de dibujo, él cree que esta chorrada me va a ayudar. He accedido, pero no porque crea que me va a servir de algo si no para que los días pasen más rápidos, tengo prisa por llegar a no sé bien qué o dónde. Amelia, la profesora del taller, es bastante joven y se nota que todavía mantiene cierta ilusión por lo que hace. «La propuesta de hoy es representar como queráis vuestro mayor miedo. Podéis utilizar cualquier material: lápiz de grafito, rotuladores, ceras, acuarelas o incluso si queréis podéis hacer una composición de distintas texturas. Sea como sea debe representar eso que tanto teméis», nos dice con los ojos muy abiertos.
Me enfrento a la cartulina en blanco, que parece reírse de mí. Echo un ojo a mi compañera de al lado, una mujer de mediana edad con un enorme moño canoso, veo como usa con fervor, casi con rabia, la cera negra para embadurnarlo todo. En la primera fila hay un chico que se ha puesto a llorar mientras hace pedazos la cartulina. Amelia trata de calmarlo hablándole muy despacio y muy bajito. Y aquí estoy yo, ¿cómo podré plasmar su cara si no logro recordarlo? Dibujo algo parecido a una cama, es evidente que no tengo grandes dotes artísticas, me dibujo en ella con la boca abierta en un grito feroz. Sobre mí pinto una masa negra, sin forma, sin rostro.
De pronto ocurre algo que me sobresalta, he dibujado un conejo de trapo con un enorme lazo tirado en el suelo. Ese día papá vino más borracho de lo habitual. Casi puedo oler su aliento, que me llena la cara. Siento el dolor, el pánico. Esa maldita noche, preludio de las que vendrían, sepultada en algún lugar de mi memoria, me aplasta ahora con todo su peso. Me mareo, todo da vueltas, me caigo de la silla.
Así que hubo un tiempo en que fuimos dos, cómo pude olvidarlo. Con aquello pretendía expiar su culpa. Yo dejaba de ser Jimena, su hija, la niña que tenía un conejo de peluche con su nombre grabado. Aquel estúpido conejo que le escupía a la cara el horror de la verdad, por mucho que él se empeñara en llamarme Blanca. Siempre Blanca, la niña insolente, la perdición de papá.
Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.
Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.
El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022
Cierre: 24 de junio de 2022
Fallo: 10 de octubre de 2022
Acto de entrega: Último trimestre de 2022