Llama a Leonor, su fiel cuidadora, para preguntarle si ya está todo listo. Ella hizo las compras, una torta merengue con lúcuma, sándwiches de pollo y pimentón y bebida para los tres nietos adolescentes, que seguramente irán obligados por sus padres y se quedarán en el sofá jugando con sus teléfonos esperando que pase rápido la hora para irse.
Sus dos hijos se sorprendieron cuando el día anterior los invitó a la fiesta porque Gustavo y Rodrigo saben que sufre esos dolores insoportables que lo invalidan, aunque suponen que son imaginarios. Es cierto que los médicos no han encontrado la causa. Todos los especialistas que Lucho ha consultado llegaron a la misma conclusión: que sus dolores no provienen de algún mal.
-¿De dónde entonces? -preguntó él.
– No me puedo mover, no puedo caminar, siento que como si me tuvieran estirando las articulaciones en una cámara de tortura.
“Búsquelos dentro de usted mismo”, le dijo un psiquiatra. Lucho buscó, pero lo único que encontró fue un gran vacío. Hasta la imagen de Rebeca se ha ido destiñendo y teme que se volverá incolora.
Además, sus hijos han renegado de todo lo que para él es esencial: la cultura, el amor por las artes y la palabra. Sólo los mueve ganar dinero y, en esa carrera por alcanzar la riqueza, han tropezado tantas veces que el viejo está seguro de que lo único que esperan es su muerte para heredar lo que a él le ha costado años atesorar a punta de clases, seminarios y publicación de libros que ellos nunca han leído. Hasta los recuerdos lo han ido abandonando. Tiene algunas lagunas y sólo por ello sus hijos intentaron declararlo interdicto. El juez que lo fue a visitar, a petición del abogado de Vicente y Rodrigo, se dio cuenta de que aún es capaz de manejar su vida y certificó que está capacitado para administrar sus bienes. Desde ese día, no los ha visto más porque el rencor se apoderó de él y ha llegado a pensar que allí radica la causa de sus dolores. La única con quien habla desde hace meses es con su cuidadora, Leonor.
Lucho va al living donde Leonor ya ha dispuesto la mesa. Él le pidió que pusiera el mantel blanco bordado con celeste, el preferido de Rebeca.
El viejo se sienta en el sillón a esperar. Pasea la mirada por la biblioteca, agradeciéndole a cada uno de los libros que lo acompañaron durante toda la vida. No puede creer que a causa del glaucoma en poco tiempo ya no podrá distinguir las letras.
Cuando escucha el timbre se pone de pie para abrir la puerta. Es Gustavo, su hijo mayor, que lo abraza y le da una vaga explicación de por qué no pudieron venir los nietos. A Lucho le cuesta reconocerlo, lo ve más viejo con canas y una gran barriga. Lo sigue Javiera, demasiado escotada, como siempre, que le da un beso y le entrega un regalo. “Es un libro, lo puedes cambiar en la librería de la esquina”, le dice. Cuando va a abrir el paquete entra Rodrigo, apurado como de costumbre: “Mercedes está en cama así es que voy a tener que volver temprano”.
Lucho los hace pasar y se sienten a la mesa. Le pide a Leonor que también se una al festejo y le produce una ligera satisfacción el ver cómo Javiera se mueve incómoda cuando la mujer se sienta junto a ella.
El viejo les pregunta por los nietos, ellos por su salud y él omite decir que se está quedando ciego porque si le trajeron un libro está claro que lo olvidaron. Antes de cantar Cumpleaños feliz, Lucho se pone de pie con dificultad.
– Soy yo el que les tengo un regalo a ustedes, dice.
Toma dos paquetes que había dejado sobre una mesa de apoyo y caminando con lentitud le pasa uno a cada hijo.
– Solo les pido que lo abran mañana. No me pregunten nada, es una sorpresa -les dice con una sonrisa enigmática.
Gustavo y Rodrigo reciben los paquetes sin poder ocultar un gesto de desilusión. El viejo sabe que piensan que el papel de seda que envuelve algo rectangular es un libro.
Después de la canción y los aplausos, Lucho les agradece haber compartido el día con él, les dice que está cansado y que se va a ir a acostar. Se para y conduce a los invitados hasta la entrada. Luego se dirige a su dormitorio.
– Me voy a acostar, Leonor, no me traigas comida. No sé si te he agradecido todo lo que haces por mí, pero quiero que sepas que he aprendido a quererte como a una hija.
Lucho entra al baño y saca las cajas de remedios. Se mira al espejo y se pregunta cuándo su rostro se tornó amarillento, los ojos se volvieron opacos y las líneas le horadaron la cara. Saca los frascos del botiquín y vacía en un plato las píldoras que controlan la ansiedad, que bajan la presión, que lo ayudan a dormir. Se las echa a la boca una a una, las traga lentamente, como si fueran en una procesión. Vacía tres frascos.
Antes de meterse a la cama deja arriba de la cómoda un sobre grueso con dinero para Leonor. Cierra los ojos esperando con calma que se acerquen los pasos de la muerte. Todavía no los escucha, espera que avancen y repasa mentalmente las líneas que escribió en la primera página del pequeño cuaderno de tapa dura que les regaló a Gustavo y Rodrigo.
“Queridos hijos, antes de partir, he decidido legarles mis riquezas atesoradas durante toda una vida, que permanecen en una caja fuerte. Para llegar a ella y obtener la clave deberán seguir las pistas que encontrarán en esta biblioteca. Son cincuenta libros que tendrán que leer en orden. Les recomiendo que trabajen en equipo con sus hijos. Deberán ir anotando el número de la página donde aparezca la cita que les he puesto y con esos números lograrán resolver los acertijos que irán descubriendo en el camino. La primera pista está escondida en Fausto y, como me imagino que no saben quién es, les diré que es un hombre que hace un pacto con el diablo para obtener los placeres mundanos. Deberán buscar la página donde dice: “Aquello que no es propio de vosotros debéis evitarlo. El amor no deja entrar en el cielo sino a los que aman”.
La frase le resuena. ¿Cuánto amó él? ¿Logrará llegar al cielo? Se responde a sí mismo al recordar la última frase que puso en el cuaderno y que extrajo de la Divina Comedia: “Considerad vuestro origen. No fuisteis formados para vivir como brutos, sino que para seguir la virtud y el conocimiento”.
Sí, él la siguió al pie de la letra. Tendrá que pasar por el purgatorio y sólo espera que sea Dios y no el diablo el que lo tome de la mano para llevarlo a la eternidad cuando sus hijos abran la caja fuerte y la encuentren vacía. Espera que aprecien su legado.
A medida que la respiración se hace más débil, los dolores del viejo Lucho van desapareciendo. Un gesto de paz se apodera de su rostro cuando los pasos de la muerte quiebran el silencio.
Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.
Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021
Cierre: 7 de julio de 2021
Fallo: 6 de agosto de 2021
Acto de entrega: 21 de agosto de 2021