Por su balcón se filtraba una luz rojiza, similar a aquella que danza en el aire al despuntar la madrugada. Se quitó las cobijas y caminó hasta la cocina a tomar un vaso de agua con hielos, a cada paso, iba dejando marcadas, sobre el azulejo, sus huellas con vapor.
No le dolía la cabeza ni sentía el cuerpo machacado, tampoco tenía escalofríos, por lo que descartó la posibilidad de que sus síntomas se debieran a los principios de una fiebre. Tomó el vaso, le dio un trago pequeño y regresó a su alcoba dispuesta a seguir durmiendo, con la esperanza de que, al despertar nuevamente, los ahogos, los sudores y sensación de angustia hubiesen desaparecido.
Con los ojos cerrados se concentraba en poner en blanco su mente, en ignorar la pulsación quemante que le subía desde la punta de los pies hasta los bordes de la nuca, pero sucede que cuando uno se obliga a intentar dormir, una vez que ya la mente se encuentra sobresaltada, se le vienen a agolpar en la frente variedad infinita de imágenes que alejan hasta lo imposible el horizonte de los sueños.
Tal era su caso y las imágenes que, como vagones de un velocísimo tren, le aparecían tras los párpados, adquirían todas, una sola característica que la inquietaba:
Una niña que brinca la cuerda y murmura una canción se ve envuelta de pronto en llamaradas. Un coche cruza, sin detenerse, un semáforo en rojo y va dejando sobre el asfalto una estela de fuego y cenizas. El rostro de su madre, sentada en el comedor de la cocina, se ennegrece y es consumido por una flama invisible, una humareda le sale por la boca.
Abrió los ojos de nuevo y sentía escurrirle un arroyo por la frente, sentía estar metida en un horno y que el aire a su alrededor se tornaba espeso, respiraba con dificultad e intuía con asco un perfume a azufre asentado en el fondo de su garganta.
Notó entonces que la luz que se filtraba por su balcón había tornado más roja y oscura, casi morada y similar al color de las uvas viejas. Se levantó de la cama y advirtió cenizas esparcidas por todo el suelo:
¡El mundo se estaba incendiando!; las casas que rodeaban su hogar estaban todas reducidas a escombros marrones y humeantes, las calles, recubiertas de hollín, eran ahora avenidas negras y desoladas, ¡por el cielo no se filtraba un solo rayo de luz solar y las nubes eran enormes bolas de fuego azul!
Salió de casa con nada más que el vaso de agua que se había servido minutos antes y la camiseta que ocupaba para dormir. Corría por las calles gritando -¡auxilio, fuego, el mundo se está quemando, auxilio!- y asomaba, con desespero, los ojos en cada hogar buscando sobrevivientes, buscando el alivio de otra sola presencia.
A donde sea que dirigía la mirada, el fuego estaba arrasando todo lo que encontraba en su camino:
Los árboles, todos, lucían un follaje de llamaradas y llenaban de pavesas el viento; por fuera de las casas, las flamas se retorcían y emitían crujidos como explosiones; por dentro de los ventanales respingaba el fuego y, a bocanadas, el humo llenaba el cielo de sus sombras; los coches estacionados sobre la acera tenían debajo de sí charcos de aluminio derretido y eran todos fierro rojo y doblegado.
Fue entonces, mientras daba vuelta a una esquina, que vio a lo lejos a un hombre que caminaba empujando una carretilla. Aceleró el paso y gritaba ahora con tanta fuerza que sentía el pecho incendiársele por dentro: ¡auxilio, fuego, el mundo se está quemando, auxilio!
Yo me había detenido y la miraba aproximarse.
Al llegar hasta donde me encontraba, notó que tanto la carretilla como mis pies se hallaban envueltos en llamas:
¡Auxilio, fuego, el mundo se está quemando, auxilio! – seguía gritando mientras arrojaba el vaso de agua sobre mis zapatos y yo le miraba… lleno de desconcierto.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Como este El mundo se está quemando, septuagésimo sexto cuento seleccionado.
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