—Toma querida, bebe despacio que aún quema.
—Gracias —le dije. Y al tomar la taza, sus manos suaves y jóvenes rozaron con las mías arrugadas y añosas.
Y recordé el día que lo conocí. Fue precisamente en un teatro muchos años atrás…
Con la bajada del pesado telón rojo dimos por terminada la obra. El público estaba en pie aplaudiendo tanto que sentí mis tímpanos vibrar al compás de los eufóricos y rítmicos aplausos. Me sentí emocionada y agradecida por tener un trabajo que me permitiera disfrutar de cosas tan maravillosas como ver una obra de teatro, un placer al alcance de unos pocos privilegiados. En tiempos en que el arte era considerado un artículo de lujo y consumirlo resultaba prohibitivo para la clase obrera, salvo excepciones como era mi caso.
Por aquellos años me dedicaba al mantenimiento de las instalaciones del Gran Palace Millenium, un local de última generación con todos los adelantos audiovisuales dispuestos al servicio del espectador, eso me daba ciertas ventajas que no estaba dispuesta a ignorar. Ese día, a pesar de estar envuelta en el atronador aplauso y encontrarme en un discreto segundo plano, divisaba prácticamente todo el teatro y me llamó la atención algo a lo que los demás no dieron demasiada importancia.
Cuando la gente iba desocupando sus asientos, tan despacio y ordenadamente que me pareció que no querían separarse de las butacas tapizadas de rojo donde habían disfrutado de tan sublime espectáculo; me di cuenta de que justo en el centro del patio de butacas, una señora no se levantaba de su asiento, y miraba con cara de preocupación a su acompañante que se hallaba con la cabeza recostada y parecía dormido. La gente lo miraba al pasar y algunos le dedicaban a la mujer un amago de sonrisa al darse cuenta de la situación en la que se hallaba su pareja.
Ella, un poco abochornada por las miradas de que era objeto, esperó que casi todos se hubieran ido. Entonces lo cogió por los hombros y lo zarandeó. Él no respondió, y su cabeza se movía de lado a lado inerte. Por último, la mujer le tomó la mano examinándola y la soltó dejando que cayera por su propio peso sobre la butaca. Miró a su alrededor con aire contrito. Los últimos espectadores salían del recinto, y cogiendo su bolso sin mirar atrás salió tras ellos, dejando allí a su acompañante.
En ese momento bajé al patio de butacas y me dirigí hacia el centro, donde estaba aquel hombre. Alarmada porque no percibí movimiento alguno en él, le tomé la mano, su piel estaba fría y enseguida pegué la oreja a su pecho. Por suerte, escuché un sonido leve y a la vez constante que me decía que seguía vivo. Le busqué el pulso en las zonas vitales, era nulo.
Afortunadamente sabía qué hacer. La tecnología es tan perfecta e infalible que a veces hace que los humanos nos olvidemos de que para mantenerla, hay que cuidar los pequeños detalles. Mientras sacaba un pequeño vial de aceite que llevaba en mi cinturón de herramientas, no podía dejar de mirar al joven que me parecía muy atractivo. Con cuidado cogí su cabeza entre mis manos, y le apliqué un poco del líquido viscoso y transparente tras las orejas, donde encontré un pequeño engranaje. Hurgando con los dedos entre su pelo, hallé un diminuto interruptor que al accionarlo emitió un suave chasquido y en el acto noté que empezaba a respirar con lentitud.
El joven me miró y con una adorable sonrisa me dijo:
—¿Ya terminó la obra, querida?
—Sí, amor —le contesté yo.
Y decidí que era mejor desconectarlo de nuevo hasta que terminara mi trabajo, luego tendría tiempo de pensar qué podría hacer con él. Accioné de nuevo el interruptor y volvió a quedar sumido en un profundo sueño. En el fondo me dio pena porque había quedado allí abandonado e inservible.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de En la butaca del centro, cuadragésimo cuento seleccionado.
¿Quiere saber más sobre el Premio y los otros seleccionados [1]?