En esa fase incipiente prefiere evitar el ordenador, le gusta oír la creación, el eco residual del big-bang creativo. Aporrea a cambio las teclas de su Olivetti Lettera; que los vecinos se enteren de la génesis de su obra. Que lo aborrezcan por el estruendo que a medianoche traspasa esas paredes como membranas, del mismo modo que él aborrece los llantos del bebé del piso de al lado o los taconeos del tercero.
A las doce y cuarto abre la segunda cerveza. El protagonista del cuento —llámese de momento HJK, como las puertas de embarque del aeropuerto AdolfoSuárezMadridBarajas— recorre en su coche una carretera solitaria a través de un paraje tópicamente boscoso. Es de noche, por supuesto, estas cosas nunca suceden al mediodía en plena calle Preciados. Sin pensarlo recoge a una autostopista. Es fea, de mediana edad, desprende un olor rancio, y por supuesto no la conoce de nada. Resulta que se dirige a la misma ciudad que él, es más… ¡a la misma calle! Apenas cruzan palabra durante el trayecto. Llevan juntos unos pocos kilómetros y el conductor no ve el momento de deshacerse de su fardo. Cuando al fin llegan, con las primeras luces de la ciudad, la mujer le desvela que vive en el mismo portal que él: he aquí el punto de inflexión inquietante del cuento. Con su nueva acompañante adosada como una sombra HJK trata de meterse en el portal. No puede. Ella, en cambio, abre sin dificultad con una llave que ha sacado de su bolso. Entran. HJK sube hasta el segundo piso y, como se puede intuir, la mujer también. Temblorosas sus manos, a él se le caen las llaves. Ella, con las suyas, aprovecha para abrir la puerta con ligereza, entra y deja a en el rellano a HJK, su llave peleada con la cerradura.
Son las doce y media. ¿«…adosada como una sombra»? La mujer podría ser su sombra. En ese caso, mejor que se trate de un hombre, alguien similar a él. Pero entonces resultaría menos verosímil que lo recoja en autostop. Aunque un hombre con sombra femenina también tiene su aquel, el doble, muy arquetípico, muy de ErnestoTeodoroAmadeoHoffmann.
Hace una pausa para comer unas patatas onduladas y tomar la tercera cerveza. Va a terminar tan alumbrado como Hoffmann, con menos talento pero a cambio libre de sífilis. Bien pasada la una vuelve a la carga. ¿Y si la enigmática autostopista fuese una amante de su propia esposa? En el interior del apartamento se encuentran ambas y apartan a HJK de la escena, de su universo: han cambiado la cerradura. Un poco enrevesado; sin embargo, pero que su esposa tenga una amante, y encima fea, es muy sugerente.
HJK está en realidad muerto. Su mujer es quien conduce y obviamente no
hablan durante el largo recorrido. Las dos de la madrugada, el escritor cavila. Ha reventado una piñata de la que llueven multitud de posibilidades argumentales. HJK cree que el silencio no es sino un enfado típico de mujer, sin motivo claro. Cuando llegan a destino ella lo deja a las puertas de casa; no sorprende, pues él no existe más que en la ultratumba. Pero esa idea es muy poco original, ya la ha visto en la película del indio, la del sexto sentido, y en la retahíla de imitaciones posteriores. Hablando de indios, tiene que bajar a la tienda. Las mejores ideas suelen venir tras estirar las piernas y a partir de la cuarta cerveza. HJK viaja en coche con su mujer, que permanece callada, ausente. Cuando intenta pasar al interior de su hogar ella se lo impide sin más explicaciones. HJK no encuentra su llave. De repente no tienen nada que ver, una metáfora del desconocimiento mutuo en la pareja, esos abismos inexplorados que el uno oculta al otro, y a sí mismo. Trabajará sobre esto, al menos durante los próximos diez minutos.
Son las 2.38 h. El escritor baja a por chocolate y más cerveza al 24 h. El rostro cobrizo del paquistaní aparece difuminado en el batiburrillo de luces de la tienda, sus dientes son un fogonazo blanco, le huele el aliento. Seis latas, no cree que se las vaya a terminar esa noche, se le caen los párpados y tiene algo parecido a una gran bola de pelo alojada en el estómago. Vuelve a casa con el regusto alcohólico, coincide abajo con la vecina de los tacones, que mientras espera el ascensor despeinada, repintada y con buenos modales, le abre el portal. El escritor sube por las escaleras. Al superar el primer tramo sopesa que ella pudiera ser la protagonista. Sus pensamientos se ven interrumpidos por un ruido que le es familiar, aunque no así la manera de percibirlo. Un martilleo continuo, desatado. En el rellano agarra el manojo de llaves; el retumbar del tecleo le resulta insufrible, no le extraña que los vecinos lleguen a desear su muerte. Por más que lo intenta, la llave no encaja en su cerradura. Paralizado, duda si golpear la puerta. O llamar al timbre.
Con semejante escándalo, allá adentro no le van a oír. Además, el escritor aún no ha decidido si la casa tiene timbre.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluyó el pasado 31 de mayo.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el Comité de Lectura selecciona los relatos finalistas de entre los recibidos antes del 31 de mayo, que se irán publicando en hoyesarte.com. Este es el caso de Escritor a medianoche, centésimo quinto y último cuento preseleccionado.
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