Historia de Daniel Bloom

Nunca olvidaré su rostro, murmuraste cuando comenzó a manosear a tu madre y el cómplice dominaba fácilmente tus ímpetus infantiles.

Golpeado, dolorido, humillado, gritaste tu impotencia y cerraste los ojos para no ver la violación.

Para Daniel Bloom, la vida comienza esa noche en que dos delincuentes entraron a robar y violaron a su madre. Juró vengar la terrible profanación.

A pesar de su corta edad –tan solo diez años– comenzó a leer los diarios, a ver los noticieros; prestó atención a las noticias policiales, comparó las fotos de homicidas y violadores con la imagen, el rostro que había grabado en su mente.

Terminado el secundario vivirá persiguiendo a un hombre –una especie de sombra escurridiza– en barrios marginales, en sucuchos de madera y licores, cuevas de marinos y prostitutas, bares infames con mostradores pringosos y mesas talladas a navajazos. Continuará leyendo y releyendo cuanta noticia policial aparecía en los diarios y prestará especial atención a las imágenes de los noticieros. Cuando no mostraban una foto del delincuente se acercaba al lugar donde se hallaba detenido y verificaba que no fuera el hombre que estaba buscando. 

Cada noche, antes de dormirse, evocaba el rostro odiado. La intención de no olvidar convertía su sueño en atroces pesadillas.

En algún lugar de la historia, Daniel debió pensar que cumplir su juramento –buscar, dar con el hombre y matarlo para vengar a su madre– sería un acto irracional donde perdería la libertad. Entonces pensó en no buscarlo más; pero yo no lo dejé. Yo volví a inyectarle el odio, la fuerza para continuar buscando, la fuerza para vengarse.

Nunca olvidé tu rostro, le dices mientras contemplas sus ojos opacados por el miedo y escuchas el ruego de quien, con un tiro en el pecho, presiente la muerte.

Nunca olvidé tu rostro, le repites, mientras acompañas la camilla hacia el quirófano del hospital, ya que eres el cirujano de guardia.

Daniel Bloom, al fin, tuvo al violador a su merced, al hombre tan buscado, al que juró matar. Si bien dudó cuando lo tuvo en la mesa de operaciones, primó el juramento hipocrático; y le salvó la vida. Cuando salió del quirófano mudó su odio hacia el que consideraba el culpable de su sino. Resuelve enfrentarlo. Ya lo imagino llegando con pasos decididos al frente del edificio donde vivo.

Daniel ingresa, toma el ascensor, aprieta el botón del quinto piso, escucho la puerta del ascensor que se abre y se cierra, alguien avanza por el pasillo mientras yo termino en el ordenador la historia de Daniel Bloom, siento una ráfaga de aire porque alguien abrió la puerta, alguien que se adelanta, saca una pistola, me apunta y…

Tecleo: “Daniel se acerca a la ventana y se tira”.

Respiro aliviado y, luego de varios minutos, me asomo.

El tránsito circula libremente y en las aceras la gente se mueve sin contratiempos.