A María Alvear le gustaba usar una pastilla de jabón, normalmente con olor a rosas. El gel le horrorizaba, no hubiera soportado tratar su cuerpo con esa mancha blanca que venden en largos botes como los de un medicamento. En cambio la pastilla, al resbalar por la piel, es casi una caricia. Accionaba el grifo con una mano y sostenía el jabón en la otra, y gustaba el agua tibia, intentando siempre con la mano izquierda resolver la ecuación de la apertura ideal. Ni demasiado fría ni demasiado caliente, ese equilibrio armónico que buscamos en todo y que no está en ninguna parte. Y mucho menos en su casa, que era un campo de minas en el que cada día explotaban sentimientos, estallaban insultos y se perdía el alma. El policía, aunque profesional, no pudo menos que imaginarse el cuerpo desnudo de María bajo el agua. Igual hicieron muchos hombres del barrio al enterarse de que su vecina se había esfumado en plena ducha. También alguna mujer recreó la escena, e igual alguna también pensó que para ella el momento de aseo era igualmente su momento de paz. Alguna incluso la envidiaría, sin pararse demasiado a pensar que una persona desaparecida, a todos los efectos, es una persona muerta. Aunque lo haga bajo una cortina de agua y con el aire impregnado de olor a rosas. El mismo policía que imaginó el desnudo también observó una de esas cosas que, siendo curiosas, no pueden entrar en un informe policial porque tu superior pensaría que al visitar esa familia te has contagiado de su mismo mal, esa tendencia a la metáfora y a sembrar misterio en cada declaración. Cuando inspeccionó el baño, le llamó la atención que las puertas de la ducha no fueran transparentes o esmeriladas, como en todas las casas, sino que los cristales parecieran arrancados de las vidrieras de una catedral; despedían reflejos amarillos y verdes al pasar la luz por ellos, igual que la imagen de esa Santa Rita de Casia que había en la iglesia de su pueblo, una aldea de montaña cuyo nombre jamás decía y en la que casi todos habrían muerto ya de viejos. El policía tuvo dificultades para buscar pistas en la ducha, despistado por aquellos reflejos catedralicios que tenían algo de alegre y solemne a un tiempo, como si uno estuviese peritando un altar.
Aquel día no hacía viento, pero eso no importa, o solamente le importa al policía que pensó que podía haberse descolgado por la ventana. Le mandaron callar enseguida, y alguien le afeó que saliera con esas, sabiendo que aquella familia vivía en un cuarto piso y tenían una ducha que parecía más un rosetón provenzal que una instalación moderna. El marido no pudo decir si en algún momento aflojó la presión del agua. La tele estaba encendida, el niño dice que una rendija de luz alargada como una espada surcaba el pasillo y lo que es seguro es que al entrar el agua caía de la ducha como una fina lluvia y el jabón –también el marido entró en metáforas al enfrentarse al interrogatorio– “volaba sobre los azulejos, como viaja la niebla sobre el mar.” Ningún policía era marinero, ni había hecho grandes travesías en barco, así que ninguno se hizo una idea demasiado clara de la forma en que la niebla se desliza sobre las aguas, como si evitase a toda costa tocarlas.
María Alvear deseó muchas veces, en la tristeza de su vida, que su cuerpo se disolviera en la caricia del jabón de rosas, y que desapareciera fundida con el agua. Lograr una ausencia indolora y limpia, sin sangre ni escándalos, un alejarse del dolor de quienes no le querían como el líquido abandona cuanto antes nuestras casas. Lo que tuviera que viajar después –el camino del agua hasta el mar– no le importaba lo más mínimo.
Nunca cantó en la ducha. No era un momento de fiesta, sino de desaparición. No era la ocasión de hacerse notar, sino de desvanecerse en sí misma. A la familia, de todo lo ocurrido, no le extrañaba más que el hecho de que hubiera dejado la puerta entreabierta. Eso, y que no hubiese dejado hecha la cena. La policía también dejó esto último fuera del informe.
El rostro de María era bello, a tenor de las fotografías que se distribuyeron. Podemos suponer que su cuerpo también. Las apreciaciones de su marido no decían nada de eso, nunca. No mencionaba su hermosura, y por supuesto no era necesario que lo hiciera. Era la historia de una desaparición, no la relación de un concurso de belleza. También debió ser aguda, según contaban sus amigas. Porque María tenía muchas amigas, en el barrio y en todas partes, pero ninguna sabía que quisiera disolverse en aroma de jabón, o que el momento de la ducha hubiera llegado a ser su último refugio. “Los desesperados se agarran a cualquier cosa”, dijo alguien que se presentó ante la policía como su amiga peo que por supuesto no lo era.
Porque aquel día todos los miembros de la familia parecían alucinados, enajenados, el niño más pequeño declaró que al entrar al baño descubrieron que su madre se había disuelto “igual que el jabón, como una burbuja que toca una pared blanca, que primero se desliza y en un momento se hace más pequeña y revienta.” La explicación, por supuesto, no es nada científica. Forma parte de la locura de lo que ocurrió ese día, y aunque solamente pueda ser tomada como metáfora esa burbuja de jabón que toca una pared blanca antes de desaparecer es la única explicación que tenemos a día de hoy sobre la desaparición de María Alvear.
De esa noche, los agentes volvieron menos sabios, más preocupados, inquietos como un pájaro en una tormenta. Volvieron a sus casas con algo de remordimiento. El proceso se pudo hacer mejor. Se debió hacer mejor. Esos niños que hablaban como en un poema, ese marido que no sabe nada. El cuento policial quedó para el museo del esperpento indagatorio: una historia de caricias y pastillas de jabón, grifos abiertos y la luz de una puerta entreabierta. Nada.
Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convocó en octubre de 2023 la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.
El galardón consta de una fase previa y una final. Durante la previa, en la que estamos, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta el 15 de mayo. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023
Cierre: 15 de mayo de 2024. PLAZO CONCLUIDO
Fallo: 31 de agosto de 2024
Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024