Cuenca, Ecuador. 11 de agosto de 2018.
Llevo tres días en Cuenca, alojada en el mismo hotel donde estuvo mi hermano Arnaldo hace dos meses. Aquí pasó la noche del 5 al 6 de junio. El recepcionista, al enseñarle su foto, lo reconoció en seguida. Movió las demás reservas para darme la misma habitación. La registré sin encontrar pistas. No sé qué esperaba hallar. He recorrido la ciudad mostrando la foto de Arnaldo a los cuencanos. Un camarero lo recuerda, aunque no ha aportado nada que pueda ayudarme. Hablé con mi hermano por última vez el 5 de junio a las nueve de la noche, dijo que quería descansar, salía temprano de viaje. No sé cómo viajaba. Podría haber pillado el autobús, alquilado un coche o hacer autostop. Viajar a dedo es algo común entre mochileros y la opción más probable, puesto que en ninguna de las empresas de alquiler de coches consta su nombre, ni nadie en la estación de autobuses lo recuerda. Mañana saldré hacia a la capital, haciendo paradas en los lugares que intuyo mi hermano hubiera estado interesado en visitar.
Riobamba, Ecuador. 14 de agosto de 2018.
Desde mi partida de Cuenca he seguido el rastro de Arnaldo por varias ciudades. En Riobamba contactó con amigo que estudia en la Escuela Superior Politécnica del Chimborazo y se alojó en su casa. No di con él por casualidad. Este chico, Miguel, se enteró de lo de mi hermano y se comunicó con mi familia. Nos reunimos y me contó las intenciones de Arnaldo de continuar su viaje hacía Ambato, donde iba a reunirse con otra viajera que habría conocido en Huaraz, Perú. No supo decirme el nombre de aquella chica, solo que era española. Miguel recuerda que le comentó que visitarían el Cotopaxi. Arnaldo dejó Riobamba el 10 de junio.
Cotopaxi, Ecuador, 20 de agosto de 2018.
Ni en Ambato, ni en las ciudades que visité en mi trayecto hallé ningún rastro, hasta que llegué al Cotopaxi. El paisaje parece marciano. Tierra roja salpicada de enormes rocas escupidas por el imponente volcán. Del rojo se pasa al gris, todo contrasta con la blancura que rodea la boca del Cotopaxi y el verde que colorea las montañas, llanuras y valles colindantes. Hace frío, un frío tropical.
He preguntado en los hostales de la zona. Finalmente, en la Hacienda La Ciénega la recepcionista cree recordarlos. No consta ninguna habitación a nombre de ningún Arnaldo. Es un hotel muy lujoso para unos mochileros, me cuesta imaginar a mi hermano pagando cien dólares por una habitación en una hacienda del siglo XVI. Es un lugar romántico, en el sentido alemán de la palabra, con unos preciosos jardines y una decadente geometría colonial. Desconchones y privilegio conviviendo en un edificio contaminado del misterio andino. Quizá la habitación estuviera a nombre de esa española. La recepcionista está buscando reservas de españolas a partir del 10 de junio y mientras he llamado a la policía para comprobar si alguien ha denunciado la desaparición por la zona de alguna chica. Hay una mujer, Brianda Pérez Luna, cuya desaparición se denunció hace un mes. Concuerda con el nombre de una reserva en la Hacienda del 11 al 13 de junio.
Cotopaxi, Ecuador. 21 de agosto de 2018.
Comuniqué a mis padres los avances. Están muy esperanzados, yo siento que tengo nada. La policía coincide conmigo en que debieron partir hacía Quito. Mi hermano tiene varios amigos allí, he vuelto a llamarlos. Encontré una pista. La madre de Hugo tomó un recado para su hijo, que olvidó mencionarle. Un tal Armando llamó diciendo que llegaba a Quito al día siguiente y quería reunirse con él. No recuerda el día exacto de la llamada, pero asegura que fue a mediados de junio. Tengo la certeza de que ese tal Armando era, en realidad, mi hermano Arnaldo. Y si llamó a Hugo para comunicarle que llegaba al día siguiente, ¿cómo no lo llamó para decirle que ya estaba allí? La única respuesta posible es que nunca llegó. Su rastro se diluye de nuevo. Mi hermano y Brianda están en algún lugar del camino entre el Cotopaxi y Quito. Es un trayecto de solo dos horas en coche. Saldré ahora mismo y buscaré en cada rincón.
En algún lugar del camino entre el Cotopaxi y Quito. 21 de agosto de 2018.
18:10 p.m. Me he detenido tras una hora conduciendo por caminos que culebrean entre montañas. Estoy cansada, mi cabeza empieza a sentir los efectos del soroche. Estacioné mi coche a la entrada de un poblado de unas ocho casas, situado sobre el cráter de un volcán inactivo. A pesar de estar el sol muy bajo y la luna visible, la aldea está iluminada por una intensa claridad. Buscaré un lugar donde hacer noche.
19:45 p.m. Al adentrarme en el poblado, noté una pesada bruma. Topé con unos vecinos, me han dado de cenar. No hay donde alojarse. Dormiré en el coche. Les llevaré la foto de Arnaldo por la mañana por si lo hubieran visto.
En algún lugar entre el Cotopaxi y Quito. 22 de agosto 2018.
00.15 a.m. Pasan las horas, la oscuridad no llega. Es como si el día se hubiese detenido en el atardecer, aún siendo media noche, una inquietante fosforescencia se ha instalado en el cráter como en un eterno ocaso.
02:00 a.m. No consigo conciliar el sueño, la claridad persiste. Salgo a pasear.
3:30 a.m. Nadie parece dormir. Ni los animales. Estuve hablando con un granjero que alimentaba a sus gallinas. Tenía un rostro triste y la piel color ceniza. Dice que aquí nadie duerme. Nunca. Nadie muere, ni envejece. Habrá perdido la cabeza. Culpa del soroche. He conversado con la señora que me invitó a cenar. Cuenta que los primeros pobladores del cráter se asentaron aquí hace quinientos años para cultivar estas tierras fértiles formadas de lava volcánica. Cuando le he preguntado si descendía de aquellos pobladores, ha afirmado contundentemente que ella es uno de ellos y que lleva quinientos años labrando la misma tierra con sus propias manos. Debe tener secuelas devastadoras vivir en este sitio. La altura, la claridad que no deja dormir. Han perdido el sentido de la realidad. Le he enseñado la foto de Arnaldo, dice que lo recuerda y a una muchacha que caminaba junto a él. No sabe cuándo llegaron y no los vio partir. Siento un vacío en sus palabras, intuyo que esconde algo. Es difícil pensar, la niebla oprime mi entendimiento. No consigo adivinar la edad de la campesina, ni la del granjero. Podrían tener cuarenta años o setenta. Quizá tienen quinientos como afirma mi testigo. Ya no estoy segura de nada.
6:30 a.m. He amanecido en el coche. No recordaba nada. Tuve que releer estas páginas. Se me está desdibujando la imagen de mi hermano. Tampoco recordaba su nombre. Arnaldo. Aún conservo su foto y este diario.
Siento un profundo desasosiego. Presiento que algo les pasó aquí a mi hermano y a Brianda. Los aldeanos lo saben, pero callan. El cráter es sobrecogedor, esta gente me provoca escalofríos. Todo me hace estremecer. De miedo, de cansancio, de dudas.
Salgo a buscar a la señora que vio a Arnaldo.
11:40 a.m. Este lugar parece estar sujeto a sus propias leyes naturales. La tierra tiembla, el mareo persiste, esa luz descuartizada no se va nunca, día y noche parecen lo mismo. Sus habitantes parecen deprimidos, huecos, como el cráter, sin alma o con almas muertas. Como si el volcán se las hubiera tragado y una insondable cavidad les habitara o una inmensa nada se hubiese apoderado de ellos. Cuando he preguntado por el nombre de la aldea a una granjera, esta me ha contestado; «no se puede mencionar lo que no tiene nombre».
Nadie duerme. Nadie ríe. Nadie llora.
He intentado contactar con la policía. No hay cobertura. Tengo la misma sensación que en un cementerio.
12:00 m. La hora del hombre sin sombra. En el Ecuador, el sol al mediodía forma un ángulo recto con la tierra, ocasionando que nadie ni nada proyecte sombra. Aquí ocurre a todas horas. Nadie tiene sombra. A ninguna hora y a pesar de la intensa claridad. Ni las personas, ni las casas, ni los animales. Creo que están todos muertos. Creo que Arnaldo y Brianda están muertos, bajo este cráter. Creo que estamos todos muertos. La tierra tiembla. Con más fuerza. Como si fuera a abrirse en dos y a tragarnos a todos. Parece que el volcán nos quisiera engullir con sus poderosas fauces.
El diario de Rosaura Guevara fue encontrado en su Chevrolet el 22 de septiembre de 2019 en el interior del cráter de un volcán a veinte kilómetros al sur de Quito. El coche llevaba abandonado un año. No se halló rastro de su dueña. La población más cercana se sitúa a unos diez kilómetros. Nadie ha oído jamás hablar de la aldea que se menciona en este diario.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Como este La desaparición de Arnaldo Guevara, septuagésimo primer cuento seleccionado.
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