– La más grande descarga de granizo que ni pensarse pueda nos agarró por el pescuezo aquella tarde y nos clavó de cuajo hasta las cachas en las entrañas mismas del terraguerío que iba revolcándonos entre las hojas de las pámpanas, como Botero por su casa, hasta las mismas puertas del infierno como aquel que dice. Tan empeñados andábamos con el acicate de rematar el pico que nos quedaba de la tinta, que vino a morirse el día de repente como de cólico miserere. Y nos pilló en el tajo aquella marabunta, como a un somarro encima de unas trébedes. Y se amalgamaron los cielos con el barro de repente y ya no hubo otra cosa en este mundo que nublos de gorriones hincándose en el cieno a contrapelo. Y remolinos de piedra, mire usted, que luego remataban en relámpagos anticipando la tronera que nos trajo esa calamidad que, ya le digo, nos sentó en las besanas como unos monigotes en una cachocera. Porque ni los bordes de los sarmientos más hermosos, vinieron a librarse del hambre de tarquín que ya traía aquella apocalipsis, que nos ató a la tierra desde las alturas como a raíces de un olivo. De eso sí creo que quiero acordarme. De eso me acuerdo bien. No puedo olvidarme de eso.
Tolvaneras lanzó hacia atrás el pecho y dejó clavado el respaldo de la silla, sobre la que permanecía sentado, en la pared recién enjalbegada del Juzgado de Primera Instancia. Miró con ojos de animal acorralado y recorrió con ellos el entramado de baldosas, hasta depositarlos como una ofrenda a sepa dios qué dioses. Hubo un silencio estrecho, largo. Descorrió un gargajo sonoro hasta la boca, como el cerrojo de una puerta de zahúrda. Tras de pasar el trago, alzó la vista como un águila haciendo un recorrido por los demás comparecientes y se quedó mirando fijamente al magistrado.
Tolvaneras se mordió los labios agrietados como cuevas erosionadas por el viento, pasó por ellos sus dedos de nudos de gavilla de garnacha y entornó los ojos ayunos de pestañas. Con calculada parsimonia, apoyó los codos sobre las rodillas y carraspeó tres veces, mientras entrelazaba los dedos de sus manos e iniciaba un movimiento de rotación con los pulgares sobre un eje preciso, imaginario. Concienzuda y reposadamente, quedó en esa actitud durante el tiempo que duró todo el silencio posterior, eterno. La sala enmudeció con su declaración y hasta las carcomas de los vetustos muebles del Juzgado de Primera Instancia, quedaron suspendidas y en silencio. Algunos dicen que vieron unas lágrimas, como un río incipiente buscando un cauce entre la abrupta orografía de su rostro. Unos pocos lo andaban diciendo. El magistrado terminó de leer unas notas a pie de página y cerró, como un libro de agua, el cartapacio. Tolvaneras, después de su alegato, inclinó la cabeza sobre el pecho y se quedó dormido antes de que dictaran su sentencia. Y hay quienes dicen que soñó con charcos…
Torso de gladiador. Perfil romano. Frente huidiza y larga. Mandíbulas salientes, labios rotos del frio de tanto largo invierno a la intemperie. Pelo rojizo, crespo, abundante y duro de pelar. Orejas recogidas en la nuca igual que un altozano de sarmientos en medio de un barbecho. Fuertes brazos bruñidos, como un metal lustrado con esmero. Espaldas como un tronco de olivo centenario. Grandes manos curtidas, como una tierra parda ornamentada con óxido de almagre que está recién arada. Las cejas encorvadas, desembocando hasta encontrarse en el frontal, como un delta de esparto arrebatado. Y una nariz de águila o lechuza, según el lugar desde donde se le estuviera mirando, como el personaje de la comedia del arte. Desconfiado, inseguro y mermado desde la cuna del afecto materno, amén de otros apegos que le fue arrebatando el tiempo que le tocó vivir. Se había criado como perro balduendo, con el único techo de la casa de su abuela, enferma y viuda; con un resquemor infranqueable desde que tuvo uso de razón, por el secreto en que habían envuelto el origen de su progenitura verdadera, también arrebatada de por vida.
Si las razones o las consecuencias de su origen lo habían ido moldeando con ese barro emocionalmente inestable y algo escurridizo y receloso, por supuesto que la guerra, la precariedad y la exclusión, acabaron por configurar una suerte de atributos en su haber, que son fáciles de derivar a poco que entendamos de calamidades. Y si a esto se le cargan aquellos tres años de infancia, medio preso en una mísera casilla de quintería en que lo habían dejado unos parientes, con una pequeña huerta, un pozo de agua, una hermana pequeña y dos o tres gallinas, que fueron oro en paño hasta que terminó la contienda, fecha en que acababa de cumplir los doce años. Desde aquí, podemos barruntar que la vida no iba a ser holgada en el futuro, como el tiempo ha venido a poner en evidencia.
– Yo no tengo tiempo de abandonarme a esas flaquezas. Nunca pedí a nadie cosa alguna y he procurado que nadie me pida a mí, para no tener que pasar el trago de negarlo. Pero de ser así como se dice, así tiene que hacerse. Porque para eso mismo sirven las palabras que se dicen. Para cumplirlas. Es lo que yo me digo. Y es lo que yo me sé, porque lo aprendí de quien me lo enseñó. Y seguirá siendo así hasta que me muera o hasta que me rematen o remate yo, como yo me digo. Vivo enganchado como una mula a los varales del carro de hogaño. A lo hecho barbecho. Y en lo que se refiere a lo que venga, lo que soy yo, no puedo abandonarme a esa calamidad del porvenir.
En esas disquisiciones andaba, cuando se presentó el alguacil. Le ató las manos a la espalda con un cordel de esparto, le vendó los ojos y procedió a cumplir el protocolo y conducirlo hasta el cadalso. Allí aguardaba el sayón, para llevar a término la ejecución de su sentencia de muerte en el garrote. En el garrote vil.
Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores [1] y de la marca de comunicación Alabra [2], convocó en octubre de 2023 la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.
El galardón consta de una fase previa y una final. Durante la previa, en la que estamos, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta el 15 de mayo. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023
Cierre: 15 de mayo de 2024. PLAZO CONCLUIDO
Fallo: 31 de agosto de 2024
Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024