Tejía con tanta destreza que parecía un autómata. Ni siquiera necesitaba mirar la prenda que iba creciendo en su regazo. Era tan maquinal y tan instintivo su trabajo, que ella fijaba la vista en el mar, en ningún otro lugar, en los reflujos del mar, en los tonos variables del mar, en las olas encabritadas o en las planicies de calma chicha para dejar que flotaran allí todos los pensamientos que acudían a ella, como las olas a la playa, mansamente. También los recuerdos, recuerdos que se agolpaban sin poderlos evitar.
Y siempre sola. Nadie nunca a su lado. Ninguna amiga, ninguna pariente, ninguna pareja que la acompañara. Ella y sus ovillos, ella y su traje a medio hacer. Por eso, muchas veces, viéndola allí, tan mayor y tan sola, yo me preguntaba para quién sería aquel ganchillo. Para quién lo haría. ¿Tendría familia?, me preguntaba, aunque me costaba imaginarlo viéndola tan solitaria. A lo mejor en vez de familia lo que tenía eran tan solo los recuerdos de la familia, solo recuerdos, y por eso, a veces, tal vez, una humedad vidriosa le empañaba aquel paisaje tan hermoso, por más que ella no lo dejara traslucir, por más que su semblante no cambiara, por más que siguiera hilando sin parar como si no pasara nada. No paraba ni para secarse las lágrimas, como si de esa manera despistara al sentimiento y así no tuviera que tenerlo en cuenta. A veces pensaba yo que no cosía para nadie, que tejía por tejer, para sí misma, por tener algo que hacer, por mover los brazos, como había hecho toda la vida, y, a través de aquel movimiento invariable, activar los resortes del cerebro.
Fue una mañana como cualquier otra. Estaba tricotando, con la mirada perdida, cuando la vio aparecer. Apareció allí, en medio del agua, pero aquella primera vez que la vio no le dio la más mínima importancia. Pensó que sería un efecto visual de esos que a veces nos confunde, como si el sol y los brillos del agua quisieran jugar con los ojos de la gente. Ella siguió a lo suyo, aguja contra aguja, mientras vagaba el pensamiento de evocación en evocación.
La segunda vez que la vio ya se lo tomó más en serio, no solo porque era la segunda ocasión que aparecía, sino porque la observó durante más rato y porque esta vez no le cupo ninguna duda de que no se trataba de un truco de la visión o de la conciencia. Pero no tuvo miedo. Le pareció una aparición irreal, sin duda, y poco menos que fantasmagórica, y a cualquiera le hubiera provocado escalofríos, pero no a ella. Al menos, aquella vez, no. Incluso viró la vista de inmediato, sin que se hubiera desvanecido todavía aquel espejismo. Le interesó más fijarse en aquel pesquero que se balanceaba como un tío vivo, arriba y abajo, arriba y abajo.
Una mañana siguió a la otra, pespunte va, pespunte viene. Y, al cabo de varias semanas, llegó una tercera vez. Ya casi se había olvidado de aquella visión, incluso llegó a pensar que solo habían sido suposiciones de vieja, alucinaciones de una mujer senil. Pero no. No había sido así, porque en aquella ocasión la visión fue mucho más precisa. Allí estaba, en medio del mar, se diría que bastante más cerca de la orilla que la última vez. Por eso la vio más grande y más espeluznante, resultando su presencia más indiscutible. Vio que la miraba a los ojos, muy atentamente, y que, después de hacerlo, volvía a sumergirse.
El cuarto día que volvió a surgir de las aguas pensó que mejor que ponerse nerviosa sería calcular su talla y aprovechar aquel trenzado de punto inglés que iba creciendo sobre su falda. Comprobó que aún quedaba mucho por hacer para que le quedara bien, así que siguió a lo suyo. Pero lo cierto es que se sintió cansada. Cansada no de tricotar, sino de todo lo demás. Cansada de recordar. Cansada de vivir. De los años que se van acumulando; de las nostalgias, saladas como el mar; de los días pasados, que, como los hijos, no volverán; o de los días presentes, que ya apenas lo son, porque basta una resta para calcular que ya van quedando menos cada vez. O de aquella aparición. Tan horripilante, tan premonitora. Además, empezaba a ser más frecuente cada vez. En realidad, llegó un momento en que lo raro era que no surgiera de las profundidades con su presencia maléfica, su halo negro y su mirada heladora. Pero tampoco eso descomponía a la vieja, que, sin dejar de mirar al mar, seguía con su costura a la vez que calculaba cuánto de sisa y cuánto de pernera necesitaría aquella figura extravagante.
Entonces, mirando el agua azul, tan cristalina y brillante aquella mañana, tuvo un antojo. Ella, que nunca se había permitido un capricho. Por un instante dejó la calceta y se dejó llevar por la imaginación: lo que hubiera dado por estar en un bote sobre el mar en vez de en aquel banco sentada. Nunca lo había pensado, pero ahora sí lo deseaba. Un bote pequeño, con la borda tan baja que podría rozar el agua con los dedos, dejándose llevar por la corriente. Sin más, sin volver a coser, sin volver a recordar, solo tumbada al sol, la mano rizando el agua, sintiendo el contraste sobre la piel del sol cálido y el agua fría. Los párpados cerrados, y con los ojos ciegos vislumbrar estrellas en el día y luceros en la noche. Y pensó en aquel momento que eso mismo sería la felicidad.
Luego imaginaba que estando en medio del agua, igual de pronto podía aparecer la misma figura enigmática que veía cada día. Al principio se daría un susto de muerte, pero luego, pensándolo bien, a lo mejor se dejaba llevar por ella. ¿Por qué no?, mejor así, disfrutando de un momento tan sereno, tan risueño. Incluso eso podría ser también la felicidad.
Un día vio que aquella labor de meses ya era tan larga que se arrastraba por el suelo. Y dedujo que se estaba acercando el momento. Tampoco esta vez se pondría nerviosa y seguiría con ella hasta que viera que ya no quedaba más lana.
No pensaba mucho en ese momento, a su edad sabía que tenía que llegar y lo asumía como lo había asumido todo en su vida, con la misma paciencia, con la misma abnegación, con los mismos silencios. Con la misma soledad. Y pensaba la vieja, mirando al mar, que aquellos últimos años eran algo así como los años de la basura. Sobraban. No hacía falta hacerse tan mayor. No hacía falta sentirse tan sola. Por eso, cada vez acogía con menos temor la aparición de aquella figura que daba tanto pavor a todos los que la veían. No le asustaba nada, al revés, cada vez estaba más ilusionada en que su larga labor de punto le sentara de maravilla.
La última mañana llegó a su banco preferido y como siempre sacó las agujas del bolso y puso los ovillos a su lado sobre el asiento. Levantó la vista y vio que la figura negra ya estaba allí enfrente de ella. Esta vez no había surgido de improviso, no había emergido del mar como una aparición. No, parecía que estaba esperándola. La vieja pensó que habría llegado la hora.
Cogió aquel trabajo de meses y lo extendió de arriba abajo, poniéndose de pie y alzando los brazos, así de largo era. De color blanco con líneas azules horizontales, casi, casi, un vestido marinero. Pensó que aquel color no le pegaba ni con cola a la figura maléfica, porque la había visto siempre vestida de luto, pero le dio igual que al menos por una vez vistiera con una nota de color. Miró al espectro de frente, descarada casi y calculó la talla una vez más. De un vistazo comprendió que ya no había que alargar más la prenda. Además, se había acabado la lana, el ovillo blanco y el ovillo azul. Abandonó el banco, y poco a poco fue avanzando hasta la playa. Se arremangó la falda y, descalza, se adentró en el mar hasta que llegó junto a la esfinge misteriosa. Y, aunque lo intentó, ya no tuvo ocasión de probarle el vestido.
Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.
Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.
El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
¿Quiere saber más sobre el Premio?
¿Quiere conocer las bases del Premio?
Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022
Cierre: 24 de junio de 2022
Fallo: 10 de octubre de 2022
Acto de entrega: Último trimestre de 2022