A mí no me vincula con la materia, ni con la lectiva ni con la atómica, la soledad de mi habitación. Ando desentendida, sin atmósfera, sin cantina, sin mi bombón de las ocho, sin sentarme al sol de marzo, solitaria, con la mera compañía de mis musarañas domesticadas; sin charlar con Marco y detenerme en sus ojos aguaverdosos, un esternocleidomastoideo más de lo entendible: me gusta.
El arresto domiciliario forzoso no me ha inducido a hurgar en mi yo más íntimo, por si acaso no me termina de motivar mi coherencia en la elección de Derecho como grado académico, instigada subliminalmente por papá cuando lo que yo quería era convertirme en arqueóloga y desenterrar otro ejército de soldados de terracota. Y ya curso segundo.
Me culminan veinte años, una incertidumbre de créditos futuros y un aburrimiento sólido al que no mitigan las videollamadas ni las series de plataforma de pago con letras rojas. También propensión al chocolate, y este a rellenar mis escasas concavidades. Espero saber moderarme o resignarme a perder algo más que mis líneas de la mano.
Vivo en uno de esos barrios de Madrid que huelen todavía a años cincuenta, a solidaridad sin alharacas, algunas veces a patio de comadres, otras a liturgia, a centro social, a hermanamiento. A mi madre la motejan la Rumores y a mi padre de ningún modo, así que cuando algún topo quiere situarme en lo filiatorio añaden “Rumores” a Arantza, con tz por mis orígenes vascongados, y me fijan certero.
El servicio de información del barrio solo tiene registrados, con nombres y motes, seis casos de la neopeste (la cifra, siendo Madrid, es extraordinariamente desfavorable a los intereses de la muerte) y para preservar esa burbuja de inmunidad nos desplazamos con la mascarilla extrema del sentido común y los guantes renovables de la prudencia.
No me asomo al balcón para aplaudir, no soy muy de demagogias populares. Yo a mis mitos los quiero sin testigos, con la sordina del anonimato y no por no comparecer con las palmas en la mano minusvaloro a los sanitarios; nada más lejos.
La primera semana de reclusión fue drástica en involución de hábitos, pero a medida que se abate esta tercera confieso que al margen de mis rutinas universitarias echo de menos algunas buenas prácticas. Y ellas también.
Ellas atienden por Mariana y Teodora. Se deduce por el desuso presente de sus nombres que no pertenecen a mi generación, ni tampoco a la aledaña, ni tampoco a la…. Lo que no parece tan sencillo de deducir es su condición de invidentes: ciegas sin tanto tapujo eufemístico. Ambas vieron en su momento, pero ambas dejaron también de ver en distintas etapas de su vida por etiologías diversas. Las dos son también viudas, las dos viven y se sirven solas.
Me consta, por los aduladores y porque no me disgusta escuchármela reproducida, que poseo una voz cálida, la dicción esbelta, la prosodia elástica. Y fruto de esa inclinación a leer en voz alta que siempre me ha perseguido, me llegó una iniciativa de una organización no gubernamental que tenía como objeto el leer a personas ciegas, no importaba la edad de lectores o potenciales leídos. Y ahí metí la laringe y la cabeza, pero a condición de no salirme del barrio donde soy alguien: la hija de la Rumores.
Sonrío. Y razono que, pese a mi supuesta formación, a pesar de mi pertenencia a una generación globalizada, sigo percibiendo al barrio como una unidad tan inframunicipal como supraemocional. Y aunque sé que migraré de él cuando me alcance el hambre de mundo, sé que del mismo modo que Machado poetizaba que su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla, los míos tendrán como protagonista un barrio de Madrid.
Un día a la semana, antes del cisma, cuando la luz todavía presentaba sus fotones expeditos de nocividad, venía destinando mis recursos fónicos a reproducir textos diseñados por la imaginación de sus autores a las mencionadas octogenarias. Cada martes, por las tardes, destinando una hora para cada una en sus respectivas casas ordenadas de ciega. Amables, sin odios manifiestos, cultas como no esperaba, educadas en la resignación pese a la adversidad, aptas para morir apacible cuando les llegue el estallido celular.
–Escoge tú los libros, niña. De tu garganta, hasta la lista de la compra sonará bonito –y así me halagó Teodora el mismo día en el que me presenté en su casa intermediada por la ONG como voluntaria para su programa de lectura a domicilio.
Durante el último año hemos leído, en plural, las tres, entre otros, a Eduardo Mendoza y a Dámaso Alonso; a Luis García Montero y a Paco Umbral, que son ellas muy de autores que escriban sonoro y emocionado y los prefieren sobre los que escriben trepidante pero anodinos de metáforas. Andábamos con Marco Aurelio y sus Meditaciones cuando el virus nos apagó doblemente la luz.
Con ellas no he necesitado de videoconferencia, solo lo auditivo para la comunicación del interruptus.
–Nos hacen la compra, pero no nos lee nadie –se lamentaba, con espinas en las sílabas, una Mariana corporativa con las suyas.
Y yo solo callaba y atenuaba atribuyendo al virus lo que solo era del virus.
Hoy es martes, tercer martes de condena social. No viven lejos. Ni entre ellas ni de mí. Llueve macizo, a veces racheado, y pese al paraguas se me moja la mascarilla y la bolsa de supermercado que he rellenado con provisiones de mi despensa familiar para justificar mi paseo si me intercepta un policía.
–Les hago la compra a dos ancianas, ciegas, señor agente –ensayo mentalmente mientras camino dejando al celo de ese potencial agente la petición de la factura de compra.
A Marco Aurelio lo llevo en la mochila. A él lo protejo más de la inclemencia de la atmósfera que a mis pies.
Nadie me detiene. Sé que estoy haciendo el bien, por eso me arriesgo sin comprometer la salud potencial de mis compatriotas de barrio. Tres timbrazos en clave y Mariana se asombrará de saberme abajo porque no le he anunciado mi visita.
–No puedes ser tú, Arantza. ¿O sí? Es martes, pero el mundo está cerrado por pandemia.
Le explico que sí, que soy, que estoy, que la buena literatura no está contaminada, que me abra el portal, pero no su casa.
–Solo sitúate tras la puerta, que yo me sentaré en el suelo del rellano y continuaremos donde nos quedamos.
Y así procedemos. Ella me avisa de que ya ha tomado asiento tras la aduana de madera; yo le ratifico que mi culo reposa solvente en los azulejos. Extraigo el libro, seco como Atacama, carraspeo ligeramente y entono…
Unas cosas ponen siempre su empeño en llegar a ser, otras ponen su afán en persistir, pero una parte de lo que llega a ser se extinguió ya. Flujos y alteraciones renuevan incesantemente el mundo, al igual que el paso ininterrumpido del tiempo proporciona siempre nueva la eternidad infinita. En medio de ese río, sobre el cual no es posible detenerse, ¿qué cosa entre las que pasan corriendo podría estimarse? Como si alguien empezara a enamorarse de uno de los gorrioncillos que vuelan a nuestro alrededor, y él ya ha desaparecido de nuestros ojos. Tal es en cierto modo la vida misma de cada uno, como la exhalación de la sangre y la inspiración de aire. Pues, cual el inspirar una vez el aire y expulsarlo, cosa que hacemos a cada momento, tal es también el devolver allí, de donde la sacaste por primera vez, toda la facultad respiratoria, que tú adquiriste ayer o anteayer, recién venido al mundo.
El texto no puede ser más propio. No puedo ver sus ojos, pero se le escapa algún sollozo y con seguridad se le habrán despeñado dos lagrimillas porque, aunque no puedan ver, las ciegas sí saben llorar.
Me sacude una vaharada de paz interior y prosigo. Sueno bien, también de adentros.
Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.
Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021
Cierre: 7 de julio de 2021
Fallo: 6 de agosto de 2021
Acto de entrega: 21 de agosto de 2021