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Los girasoles

-¿Ya llegamos, pa?

“¿Ya llegamos, pa?”. “¿Ya llegamos, pa?”. Era todo lo que sabía decir. Tenía chocolatada, galletitas, videojuegos portátiles, celulares, música. Todo un centro de entretenimiento a su disposición. ¿Por qué tenía que romperme las bolas a mí, que estaba podrido de estar hace cinco horas manejando como un boludo?

La bruja dormía en el asiento del copiloto. Me había cebado dos mates antes de quedar desnucada. Roncaba incluso. Mientras tanto, el enano me taladraba con preguntas y quejas. Que cuánto faltaba para llegar. Que por qué el final de la ruta parece estar siempre mojado, que por qué los girasoles siempre siguen al sol, que por qué al mirar las ventanas del costado el auto parece ir más rápido que al ver hacia adelante.

Y que cuánto faltaba para llegar.

Me harté.

-Benja, ¿sabes por qué te parece que el tiempo no pasa más?

Me miró con curiosidad.

-¿Por qué, papá?

-Es una cuestión de perspectiva. De relatividad. Mirá: cuando vos tenías un año, un año era literalmente una vida para vos. Era todo el tiempo que habías conocido. Pero a medida que vas creciendo, un año es una fracción cada vez más pequeña del total de tu vida. Es como ver para atrás en el auto y notar cómo se va haciendo más chiquito -Benjamín acomodó mis palabras a sus acciones. Se quedó mirando un rato mirando hacia atrás, hipnotizado-.

Continué. Quería marearlo un poco más.

-Esto significa que esperar 24 días para Navidad a la edad de 5 años se siente igual que esperar un año cuando tenés 54 años. Un año es el 10% de la vida de un niño de diez años, el 2,6% de la vida de un adulto de 38 años como yo… y 0,25% en la vida de un inmortal de 400 años. ¡Imagínate si vos fueras un inmortal con cuatro siglos de edad! Cada amiguito mortal te duraría (desde tu perspectiva) apenas un instante. ¿Entendés?

-Sí, más o menos.

-Es como dijo Einstein: una hora en compañía de lindas chicas pasa más rápida que una hora en la silla de un dentista. ¿Viste que cuando estás en el dentista el tiempo no se te pasa más?

-Igual ni ganas de estar una hora con chicas. Gritan y hablan todas juntas.

Me reí.

-Eso decís ahora. Espera a tener trece o catorce años.

Benjamín se quedó un rato en silencio.

-¿Y quién es ese Einstein?

-Albert Einstein fue un viejito super inteligente, con los pelos todos parados y desprolijos.

-¿Cómo el abuelo?

-Sí, pero exitoso.

-Ah.

-La cuestión -dije- es que aproveches el viaje para mirar el paisaje, el cielo, los girasoles. Porque cuando crezcas vas a sentir que todo pasa mucho más rápido.

-Bueno -concluyó convencido y agregó-, pero nunca me explicaste por qué los girasoles siguen al sol.

Resoplé rendido. Mi idea era aburrirlo lo suficiente para que se pusiera a jugar a su Nintendo Switch, o algo así. Mi malvado plan no había dado resultado. Y, sin embargo, su última pregunta me dejó pensando.

¿Por qué los girasoles se mueven en dirección al sol?

No me quedé pensando que son plantas con un fototropismo positivo, sino en el hecho de que los girasoles no siguen al sol a lo largo de toda su vida. Solo lo hacen cuando son jóvenes. Un día cualquiera simplemente dejan de hacerlo; alcanzan la madurez, detienen su danza. Entonces se quedan mirando indefinidamente hacia el oriente hasta que mueren.

¿Cuánto tiempo faltaba para que Benjamín se cansara de preguntarme cosas? Pronto comenzaría a sentir vergüenza de mí, escondería a sus parejas, buscaría respuestas en cualquier otro lado. Lo imaginé con voz grave diciéndome: “Cállate un poco viejo. Siempre con los mismos chistes vos”.

Estas conversaciones que hoy parecen interminables serían estrictos “hola” y “chau”. Todas las cadenas de intrigas y preguntas científicas se reducirían a un mundano: ¿me prestás el auto esta noche? Recordé lo eterno que me parecía cambiarle los pañales. Después aprendió a andar en bicicleta en un fin de semana.

Realmente crecen rápido.

Demasiado rápido.

-Hagamos así -le dije-: yo te cuento todo sobre los girasoles, pero antes te enseño a cebarme unos mates. Y a la vuelta del viaje vas a venir vos adelante un rato. Que tu madre de copiloto no sirve para nada.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Los girasoles, vigésimo noveno cuento seleccionado.

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