Gente de todos lados, más la de siempre. Era una combinación embriagante.

A ellos igual no les bastaba. Tenían que probarlo todo.

Y así pasaban las noches, deambulando.

Siempre había un portal abierto, de puertas robustas a las que empujar con elegancia, fingiendo habitar alguna de las ventanas de arriba.

Y él se metía una raya en el rellano o una puntita al lado de los buzones de correo, siempre buscando los puntos ciegos de la luz cansina del vestíbulo.

Y ella siempre se negaba con vergüenza, aunque no se negaba a lo que seguía. La adrenalina del toqueteo, del roce, la humedad del beso.

Esa noche la levantó en andas hasta la pared llevándola instintivamente fuera de la luz. Se revolcaron sin gracia ni comodidad, hasta que sonó el estruendo y él puteó en murmullos de que si la mano o el codo.

Salieron corriendo con miedo a ser descubiertos.

– ¿Estás bien?, déjame ver el brazo…

-No es nada -dijo él-, creo que le di a un buzón y rompí la parte de plástico, esa que lleva el nombre.

II.

La Mariona iba subiendo el primer rellano cargada con el carrito de la compra, venía de las Boquerías.

Justo hoy había decidido cambiar el cepillo de barrer que ya estaba muy gastado.

Por eso venía subiendo despacio, luchando con los escalones del rellano y el carro repleto con el palo, como un faro disonante.

Con las mejillas ardiendo y el moño descompuesto. Lo único que faltaba es que bajara ahora la Inés. Bueno sería.

Inés también vivía en el edificio, y también era viuda. Pero ellas ahora no eran amigas. Lo habían sido hace mucho tiempo. Compartían cotilleos de vecinos y algún dolor no muy íntimo. También recetas y buenos deseos en cumpleaños y fiestas.

Ninguna de las dos tenía la certeza, pero se habían peleado.

Involucraba el plato de la Mariona, el de los panallets.

Inés se lo había pedido una vez allá por el ochenta y largos. Porque venían sus parientes de Alemania y ella quería causar buena impresión. Y claro, el plato de Mariona era una cosa fina. Regalo de bodas de su madrina. De porcelana china, de esas que se compran en bazares genéricos, nada de dinastías o cosas raras.

Pero el plato lucía mucho, siempre, sobre todo con los panallets, porque como esos dulces son pequeños dejaban ver bien el fondo con los grabados.

Ella, en realidad, no se acordaba que Inés no le había pedido el plato, sino que ella se lo había ofrecido al enterarse de la visita, con esa manera espontánea y equivocada que uno tiene, a veces, para resolver problemas sin que se lo pidan.

Fue ofrecerle el plato y, automáticamente, arrepentirse. No obstante, insistió, pese a la negativa de Inés, porque ella nunca volvía atrás.

Inés lo aceptó encorsetada, a sabiendas de la responsabilidad que suponía.

El caso es que la visita canceló una vez, y hasta dos. Inés intentó devolverle el plato, pero Mariona seguía esclava de su generosidad arrepentida.

El tiempo fue pasando y las visitas nunca vinieron. Inés enfermó y fue al hospital, estuvo meses. Inés recordaba haberle encomendado a su hijo, desde el hospital, que por favor le devolviera el plato a Mariona.

Inés se curó. Y salió del hospital. Y llegó otro octubre distinto y Mariona, entonces sí, fue a buscar su plato para los panallets.

Inés juró que el hijo le había dicho que se lo había devuelto. Mariona negó tal acontecimiento. Y así surgió el germen de una pelea que nunca se dio.

La desidia y el rencor no tardaron en pudrir esa especie de amistad de años, de vecindad. De a poco dejaron de hablarse en el rellano, de saludarse por los cumpleaños o Navidad.

Una tarde Mariona abrió un cajón de la cómoda grande y encontró el plato en el fondo. Pero claro, habían pasado casi veinte años, eso ya estaba muerto. Así que lo volvió a guardar y fingió no haberlo visto.

Cuando levantó la vista, después de sentir que el palo había chocado con algo, no pude reprimir un grito.

El buzón de Inés estaba roto, justo donde ponía su nombre y la placa de plástico esparcida en pequeños pedazos por el piso. Sin embargo, no había escuchado el ruido del plástico. No podía creer que tuviera la fuerza de hacer algo así, pero el buzón estaba roto.

Subió tan rápido como pudo el ascensor. Qué iba a pensar Inés, era el único buzón roto en toda la hilera de cajas de lata. Seguro iba a pensar que había sido ella.

Cuando llegó a su piso, no lo dudó.

Tocó la puerta de enfrente.

-Inés, sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero la verdad esto te lo quería decir. El buzón de la entrada -repetía jadeando- creo que ha sido un accidente, del chico del Butano, el nuevo, el moro, tú ya sabes cómo son, que ellos tienen otras costumbres, pero bueno. Quería decírtelo, yo sé que no nos hemos entendido… pero la verdad ya ni sé por qué.

Inés le cogió la mano en silencio y ella se la apretó fuerte. Ya estaban viejas para seguir así.

III.

Venga, lo que faltaba.

– ¿Qué ha pasado? -Le preguntó ella.

-Han llamado de un edificio de apartamentos que vamos siempre a repartir…para quejarse de que habíamos roto un buzón con la bombona…que no habíamos tenido cuidado y que no nos habíamos preocupado en avisar.

-Pero ¿qué dices? ¿Pero eso es verdad?

-Claro que no, Rita. -Dijo él ofuscado y chapurreando un castellano menos fluido por el enfado y la rabia.

-Bueno, pues entonces iremos a hablar con el señor que se ha quejado del edificio y le diremos que no es así.

– ¿Y tú crees que me van a creer? Si ni siquiera han preguntado. Ya lo han asumido como verdad, que me han echado, Rita, que me han echado. ¿Y ahora cómo hago para tener un contrato de trabajo antes de la audiencia?, ¿eh?

-Tranquilo -le repetía ella- ya me ocupo yo de eso, además de abogada tengo contactos. -Y le sonrió de manera fraternal.

Rita era la única que siempre lo había ayudado desde que llegó. Pero la verdad casi ni tenía ganas de seguir adelante con nada. La única motivación era sacar la residencia para poder traer a su madre y sus hermanos, pero la audiencia era este viernes, y hoy era miércoles.

Hundió las manos entre las sienes y miró para abajo. Nada había sido fácil desde que había llegado, pero estaba casi a punto de conseguir salir. A punto de tener trabajos más dignos, con los papeles. De poder alquilar un piso y traer a los suyos, con los papeles. De, por fin, poder respirar tranquilo cuando lo pararan en el metro pidiéndole identificación.

Y todo eso se había ido ahora. En un segundo. Y lo peor de todo era que no había sido él. Estaba seguro. Siempre tenía extremo cuidado con todos los giros, con la bombona al hombro, se deslomaba subiendo pisos cuando no había ascensor, o a veces incluso cuando había ascensor, para no dañar nada. Había sido impecable desde hacía un año y, aun así, el chófer del camión no había dudado en echarlo a la primera queja, sin preguntar.

Tanto luchar para salir del estereotipo, tanto negar que fumara hachís, tanto demostrar todos los días honradez y trabajo. Para nada.

Porque llegó el viernes y Rita no pudo conseguir otro trabajo de debajo de la manga. Ni con otros chóferes repartidores, ni con la obra, ni siquiera con los gitanos de la feria, que ya bastante tenían con arreglarse ellos.

Así que no fue a la audiencia. Pero ese día fue al portal, porque sabía perfectamente cuál era.

Espero a la noche y sin dudarlo tiró una piedra al cristal desde la vereda. No se quedó a ver. Sólo necesitaba hacer algo.

Pero no se sintió mejor. Ya rabia era lo único que sentía.

Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz congregó a alrededor de 250 personas. Foto: Rodrigo Valero.
Acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’. Foto: Rodrigo Valero.

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022

Cierre: 24 de junio de 2022

Fallo: 10 de octubre de 2022

Acto de entrega: Último trimestre de 2022