Dos de la tarde. El ciento cinco, a las siete de la mañana es un caos: gente apretada, irritable, desconfiada; pero a esta hora una puede acomodarse a gusto y placer. Y un eventual homicida, también. Es siniestra esta soledad junto a él, detrás de él. Me muero por preguntarle por qué lo hizo: si venganza, si confusión…ay, si conociera la posible reacción de este hombre, no dudaría ni un instante más en sacarme esas dudas. ¿Tendrá él algo más importante que hacer a esta hora y en este lugar, aparte de matar a Lucía y dejarla tirada en un balcón? Al menos la hubiese arrastrado hacia adentro. Al menos hubiese borrado los rastros. De haberlo visto en el ascensor, no hubiese sospechado de él. Sin embargo, acá y a esta hora, sí. Creo que va dormitando. Cabecea. Singular forma de evitar las miradas.
Otra vez ese perfume que va y viene. Ahora sube gente que ocupa el pasillo. ¿Adónde van esas personas a las dos de la tarde? Y este pasajero ni se inmuta ante las miradas acusadoras. Como si él no se hubiese manchado las manos con sangre. ¿Qué lo unía a Lucía? ¿Qué extrañas razones le obligaron a satisfacer esa necesidad interna, tan suya, para dejarla sin vida? Allá quedó Lucía, en el balcón. Un racimo de flores azul violácea le acaricia el rostro. Es el jacarandá que florece en primavera y se roza inevitablemente con la muerte; recuesta sus ramas sobre el cuerpo de la joven, pero no impide que yo la vea desde mi balcón. El suyo no tiene pendiente hacia ningún lado, y entonces, la sangre no chorrea. La sangre, amontonada como para dar credibilidad al hecho. Lucía inmóvil, ya sin sueños. Nefasto cuadro. Nefasto mi comportamiento, sin capacidad de asombro. Y ahora estoy acá, en el asiento de este colectivo encontrando al asesino de Lucía. Sí. Es él. Duda disipada. El pasajero se inclina hacia abajo y levanta su paraguas. El cielo, sin nubes. No hay indicio de próximas lluvias ni de probables tormentas. ¿Adónde va el pasajero? ¿Por cuánto tiempo piensa desaparecer? Lo tengo tan a mano que no sé si voy a poder resistir la tentación de increparlo. ¿Por qué uno tiene que transitar por estos momentos? ¿Hay necesidad? De verdad, ¿hay necesidad? La respuesta es obvia; de otro modo, no estaría ahora pidiendo permiso para bajar del colectivo detrás del hombre que lleva piloto, paraguas negro y un maletín deteriorado. En el maletín…en el maletín ¿qué? No lo sé. Bajamos casi a la par. Avenida Vélez Sarsfield. El colectivo se aleja dejándome con la responsabilidad de demostrar que Lucía va a tener quien la vengue. No ha pasado tanto tiempo desde su deceso. Todavía puedo hacer justicia por ella. Avenida Vélez Sarsfield. Nosotros, acá. Lucía, tirada en el balcón. La muerte ya no es un puñado de letras. Y el hombre ya no es un pasajero. Apura el paso. Se torna casi una certeza la urgencia que tiene para hacer algo distinto. Seguramente entrará a la casa de afinación de pianos. Se me aceleran los latidos del corazón y tengo miedo. No sé si voy a poder caminar entre pianos viejos detrás de quien ha dejado de ser un pasajero del ciento cinco. La casa de afinación es un lugar más que original para que un asesino distraiga la atención de quien ose seguir sus pasos.
Todavía no entramos a ese lugar y ya me está faltando el aire. Él apura el paso. Yo también. Me tropiezo. No quiero perderlo de vista. El calor… ¿será el calor que me impide respirar bien?.. El calor o está sensación de claustrofobia por adelantado, de sólo pensar que entraremos a un mundo húmedo y silenciado. Finalmente, el destino del hombre no es la casa de afinación de pianos. Va al encuentro de una anciana. Apoya el maletín en la vereda y la abraza. La abraza largamente.
No, he decidido entonces que este pasajero no es el victimario. Volveré a la parada del ciento cinco. Subiré y bajaré del colectivo cuantas veces sea necesario. Y, si la situación lo requiere, terminaré el recorrido hasta encontrar al asesino de la pobre Lucía.
Lucía sigue en el balcón. Ignoro todavía quién la mató. Aun no entiendo por qué Lucía no huele las flores del jacarandá o por qué no saluda a alguien que viene a su encuentro. Podría haber llamado la atención de otra forma. Podría haber levantado las manos hacia el cielo y sonreír. No, está muerta en el balcón. Debí haber imaginado de antemano un asesino para Lucía si es que quería escribir un cuento policial. A la vista, el ciento cinco. En el ciento cinco, seguramente un pasajero. De no encontrar al culpable, esta noche no saldré al balcón.
Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.
Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021
Cierre: 7 de julio de 2021
Fallo: 6 de agosto de 2021
Acto de entrega: 21 de agosto de 2021