Está sentada en un columpio rosa, de esos que parecen una canasta de metal, pero dejan espacio suficiente para poder sacar las piernas. Tiene las manos aferradas a las cadenas, no quiere que Carlos se ría de nuevo si se cae por intentar columpiarse sin manos. No mueve las piernas para impulsarse, sólo las estira un poco más y se da cuenta de que ha perdido una crayola. “Por lo menos no fue la verde”, piensa. Hoy lleva su pantalón de pechera de Daniel “El Travieso”, es su favorito.

No entiende por qué las personas grandes han tenido que cubrir el arenero con cáscaras de nuez, ya no podrá hacer pastelitos e intentar que Míriam se los coma. Aunque, podría decirle que son palomitas. Siempre espera que no la acuse. “Promesa que creí que eran palomitas”, podría decirle si se chiva. Si por ella fuera, pondría su mano en el pecho (aún no sabe cuál es la correcta) y diría “lo juro”, porque ha visto que papá le dice lo mismo a mamá y las cosas se arreglan. Pero cuando ella lo ha intentado hacer, automáticamente le regañan. “Los niños no deben jurar en vano”. No entiende qué es jurar y no sabe lo que significa la palabra “vano”.

Hoy no ha tenido ganas de jugar a “la roña” porque se siente una mala mamá. Su maestra le ha quitado su Tamagotchi y posiblemente ya haya muerto de hambre. “¡Pon atención, Paloma!”, le ha dicho después de arrebatárselo. Trató de ocultarlo con ambas manos muy cerquita de su pecho (donde está Daniel “El Travieso”), pero igual su maestra supo donde lo tenía y se ha llevado a su cachorro. Morirá de nuevo. Y entonces sus hermanas se burlarán porque ellas sí pueden llevar al suyo a la camita, limpiarlo, alimentarlo y bañarlo como unas buenas mamás. Su cachorro nunca crece, olvida que hay que cuidarlo. Y otro ha vuelto a morir. Detesta cuando sale la crucecita pues significa que ha fallado de nuevo.

Cuando mamá venga por ella le dirá que odia a su maestra y que nunca le llevará manzanas rojas (nunca le ha llevado una, pero en definitiva jamás lo hará). Le dirá que la cambie de kínder, que se vayan a otra ciudad pero que rescate primero a Mickey (es el nombre que le ha puesto a su cachorro) del escritorio de la maestra. No puede dejarlo, es su bebé. Y sus hermanas jamás dejarían que olvidara que ha perdido a su bebé en el kínder. Mamá debe enterarse, ella lo arreglará.

El sol le está calentando la espalda, ¿qué ha dicho su madre acerca del sol?

“Es malo, tú no debes estar en el sol, te hace daño”. Pero quizá hoy no le pase, a lo mejor ya se curó y pueda seguir en el columpio pensando en cómo hará para huir del kínder.

Allí viene Míriam, siempre lleva dos trenzas largas y castañas adornadas con moños. Quisiera tener cabello largo. A veces le preguntan si es un niño. “Soy una niña, mira, tengo aretes”. Y sólo cuando ven los aretes se convencen de que lo es.

La abuela no debió venir de visita estas vacaciones. Es mala. Tan mala que no dejó que mamá la llevara a cortar el pelo con una señora que sí supiera. La abuela le puso una cacerola en la cabeza y cortó. Cortó y cortó. Y luego ya no había mucho cabello qué cortar. La abuela dijo que se veía preciosa, y mamá dijo lo mismo, dijo que se veía bonita, sólo que le hizo mirada “mortal” a la abuela. Odia a la abuela. Ahora tiene que llevar aretes siempre, aun cuando le duelan las orejas.

Míriam quiere jugar, ha usado el vestido tal como Paloma le ha enseñado: “Si agarras las orillas y lo levantas un poquito tendrás una bolsa para echar conchas de mar y caracoles”. Mamá ya le ha repetido muchas veces que no son conchas ni caracoles, que son sólo piedras, pero no le ha dicho a Míriam y viene cargadísima de ellas. Quiere armar un castillo marino. “Como el de La Sirenita”, dice. Así que Paloma decide bajar de un salto el columpio porque construir castillos le encanta.

Pero ha vuelto a pasar. La cosa mala volvió a pasarle y Míriam le señala el pecho.

Ha manchado a Daniel “El Travieso”: tiene unas gotas rojas, rojas. Y siguen apareciendo más. Se tapa la nariz con las manos y levanta la cara al cielo como le han enseñado a hacer. Quizá quede ciega y tenga que pedirle a Míriam que le avise a una maestra (a una que no robe cachorritos) para que venga mamá a arreglar todo. Se le llenan los ojos de lágrimas. Se siente avergonzada. Es la única niña (o niño según dicen sus compañeros) a la que le pasa eso.

No se siente normal. No puede jugar en el sol, lo cual es muy malo porque los columpios, los resbaladeros y el pasamanos están en donde el sol pega. En la sombra no hay nada, sólo los salones. No hay piedritas, no hay arena, ni siquiera cáscaras de nuez.

La sangre le escurre el cuello y le llega hasta los codos. No puede evitar pensar, cuando le pasa por la garganta, que sabe como cuando se mete las pilas del control remoto en la boca (papá no debe enterarse que se ha robado una sólo para chuparla un poquito).

Quiere que mamá ya esté allí, así podría prepararle manzanas cocidas porque se siente mal, le limpiaría la sangre y la metería en la cama. Pero tampoco quiere ser una llorona como su hermana, no quiere ser también la niña (niño) que se agarra a los barrotes del kínder llorando por mamá.

La tonta de Míriam tiró las piedras para ir a avisar a una maestra. “No le digas a la robaperros”, le dijo Paloma, aunque no cree que le haya entendido pues ni ella misma lo hizo. Así que a la tonta Míriam no se le ha ocurrido otra cosa que correr por la ladrona que le quitó su Tamagotchi.

La maestra la lleva al salón. De cuando en cuando mira al frente para no chocar con nada, pero en general sólo ve nubes y el sol que la deja casi ciega. Pero luego está el techo de su aula. Es blanco. Aburrido blanco. Piensa que debería ser verde y si le prestaran las crayolas ella misma podría pintarlo. A lo mejor hasta dejaría que Míriam se las pasara. “¡Dame más verde!”, le gritaría.

Encoge los dedos de los pies esperando que mamá venga rápido y quiera prepararle manzanas cocidas y salve a Mickey. “¡Por favor!, ¡por favor!, ¡que siga vivo!”, suplica.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Manzanas cocidas, vigésimo séptimo cuento seleccionado.

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