Y ahí, precisamente, entré yo. En efecto, fui uno de aquellos personajes recreados por Hermenegildo Bustamante, pues así se llamaba este escritor atormentado por su pasado y por los tragos. De no ser por él, yo no existiría del todo, creo. Al lector de estas líneas ello puede parecerle inverosímil, pero en verdad es lo más crudo que pueda imaginarse. Hermenegildo –en una de sus novelas cortas– creó sus personajes corrientes como policías, mecánicos de autos, cocineras y periodistas de sucesos que coincidían en la barra de aquel pequeño restorán donde se expendía más alcohol que comida, eso sí, y se oía buena música, bailábamos boleros y ritmos del caribe.
Lo más interesante de aquel grupo de bohemios eran las permanentes conversaciones sobre todo tipo de asuntos que bien podíamos presenciar o imaginar, incluyendo artes, cine, literatura o política, en fin… no había manera de aburrirse entre aquellos amigos con tanta habilidad sutil para manejar el humor. En aquel ambiente ruidoso y corriente surgían ideas a borbotones para confeccionar no sólo novelas, poemas, relatos o libros de filosofía, sino también para hacer películas y hasta urdir planes para hacerse del gobierno con un golpe de Estado.
Un día, Hermenegildo nos anunció a todos que en aquel bar le había surgido la idea de una narración donde uno de sus personajes soñaba con ser un héroe urbano llamado Jacobo Bruner, un periodista de sucesos que se había enamorado de la esposa del director del diario, una chica que llevaba por nombre Amarilis, una de esas chicas que aparecen modelando en revistas de farándula. Sucedió entonces que aquel personaje me pareció tan fascinante que, día a día, crecía en mí el interés hacia él, cuando Hermenegildo en la barra hablaba con nosotros, entusiasmado porque la novela iba muy avanzada y nosotros la esperábamos con gran expectación. Un buen día nos dijo haberla concluido; aguardó como dos meses antes de llevarla al editor, quien en pocas semanas la leería y daría su respuesta. Fueron semanas de gran expectación. Cada uno de nosotros en el bar continuamos gastando nuestro tiempo hablando de miles de cosas usando nuestra propia jerga y haciendo todo tipo de críticas a la anormal sociedad donde vivíamos.
Un bien día, la novela de Hermenegildo se imprimió y él fue invitado a hacer una gira de firmas por todo el país; mucha gente la adquirió y leyó. El tema de la novela eran las reuniones en aquel bar, con una trama oculta en el fondo, y todos nosotros éramos sus personajes. Yo, aun cuando no era uno de los personajes principales, sí encarnaba a uno de los más interesantes, y el hecho de verme reflejado allí fue para mí algo grandioso. Era yo, en verdad, pero mejorado como ser humano, más listo, más precavido y humano. Estaba allí, en realidad, aunque con el nombre ficticio de Jacobo Bruner, que me gustaba más que el mío. Sin embargo, desde aquel instante adopté la carnalidad de aquel tipo; di a Hermenegildo las gracias y le manifesté mi admiración por su trabajo, le dije que había alcanzado una gran destreza en el arte de narrar, pues estaba en lo cierto: su novela era para mí una obra maestra. Nos emborrachamos todo el grupo en una fiesta en el bar, bailamos, dimos vueltas e hicimos chistes y reímos como nunca.
Mientras charlábamos la temperatura del diálogo iba en aumento, comenzamos como a transfigurarnos, convirtiéndonos en otros, y entonces yo pensé en la novela y la novela pensó en mí –por así decirlo– y en ese proceso de autopensarnos y reflejarnos, el novelista y los protagonistas de la obra fuimos sustituidos por entes literarios, pues la novela era superior a nosotros, estaba narrando nuestras existencias en varias dimensiones para ser vividas mejor; en la obra, la ficción superaba todo aquello que hacíamos o pensábamos, por ello debía aceptar la invitación y ser fiel a la invención maravillosa de Hermenegildo: entonces le cedí el paso a la imaginación y a la sagrada memoria de mi amigo, haciendo un homenaje a su gran maestría literaria: decidí entregarle mi existencia a aquel personaje de novela que era yo mismo pero más verídico, pues me había cansado de ser real y prefería vivir desde ese momento y para siempre en la imaginación de los lectores.
Esa fue la razón por la cual renuncié a ser real para convertirme en un ente imaginado, decidí terminar con mi existencia de carne y hueso, dando el paso decisivo para salirme del libro de Hermenegildo y arrancar corriendo hasta la punta del bolígrafo suyo en la primera oportunidad que tuve, lo cual me permitió finalmente escribir como Jacobo Bruner esta historia lo más velozmente que pude, adoptar el nombre de su autor y finalmente ponerme a escribir antes de que la idea se me escapara hasta lograr concluir el texto presente que ustedes, queridos amigos, han tenido la increíble paciencia de ponerse a leer hasta el final.
Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores [1] y de la marca de comunicación Alabra [2], convocó en octubre de 2023 la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.
El galardón consta de una fase previa y una final. Durante la previa, en la que estamos, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta el 15 de mayo. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.
¿Quiere saber más sobre el Premio [3]?
¿Quiere conocer sus bases [4]?
Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023
Cierre: 15 de mayo de 2024. PLAZO CONCLUIDO
Fallo: 31 de agosto de 2024
Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024