Soy pobre. Mi nombre no importa. Junto a mi humilde casa solo hay una laguna cenagosa rodeada de chopos enanos. La gente llama a la laguna cenagosa «la laguna cenagosa», y a los chopos enanos «los chopos enanos». La laguna es tranquila y hermosa, pero triste como un trozo de mar encerrado en un charco. No sé cuánta profundidad tiene, pues nunca se ve el fondo. Sus aguas son silenciosas y turbias, siempre opacas; un espejo redondo y verduzco en el verano fugaz, un espejo frío y gris en el crudo invierno.
Muchas noches, cuando la cara plateada de la luna asoma entre los chopos, cuando las ranas empiezan a saltar para devorar estrellas fugaces, los ciervos salen del bosque y bajan a beber a este lugar. Por la mañana las huellas de miles de ciervos felices aparecen fosilizadas en el barro de la orilla.
Esta mañana he encontrado un ciervo herido junto a la laguna. Es temporada de caza y le han disparado. Está tendido sobre el rocío de la hierba, entre la laguna y el camino. No tiene cornamenta así que debe de ser una hembra. La cierva apenas respira, pero tiene los ojos muy abiertos. Sus ojos son enormes, insondables como las aguas de la laguna. Una de sus patas traseras cocea en el aire por los espasmos. Quisiera acabar con su sufrimiento pero soy pobre y no tengo armas de fuego.
Regreso a casa y le digo a mi mujer que hay un animal malherido en la laguna, que no deje salir a los niños. Cojo mi hacha y vuelvo despacio a la laguna.
Cuando me acerco, con el hacha temblorosa en alto, la cierva me habla.
–Dame agua.
Aliviado, dejo a un lado mi vieja y desafilada hacha y voy hacia la orilla. Un fino riachuelo de sangre oscura brota del cuello de la cierva y mansamente desemboca en la laguna. Me viene a la cabeza la imagen de un tintero que se hubiera volcado. Doy unos pasos más hasta la orilla, espanto el verdín de la superficie y hago un cuenco con mis manos. Un águila flotando sobre el viento, dos jirones de nube y un frío sol del tamaño de una nuez se reflejan en mi puñado de agua. Me agacho junto a la cierva y le doy de beber.
–Gracias, te perdono por haberme disparado –me dice la cierva después de haber bebido.
–No he sido yo quien te ha disparado –le aclaro.
–Disculpa, para mí todos los humanos son iguales.
–Qué más puedo hacer por ti… –me ofrezco.
–Si me llevas de nuevo a mi hogar en el bosque te recompensaré.
–¿Está lejos?
–No, tómame en hombros y te guiaré.
Alzo el cuerpo de la cierva y me lo coloco sobre los hombros. Ha perdido tanta sangre que apenas pesa nada. Es como colgarme un saco de hojarasca a la espalda. Comienzo a caminar dando grandes zancadas monte arriba, hacia el corazón del bosque.
No vemos a los cazadores, pero a veces una bala silba traidora sobre nuestras cabezas. Medio latido después se escucha el chasquido miserable del disparo. Sin miedo continuamos adelante. Nos internamos en el verde cegador del bosque. Vagamos por antiguos senderos ya olvidados, asfixiados por la maleza y las afiladas zarzas. La última sangre de la cierva resbala desde mis hombros hasta mis manos, y se mezcla con la sangre que brota de las heridas que me producen las zarzas. Al cabo de unos minutos llegamos a un calvero en el bosque.
–Hemos llegado –jadea la cierva.
Poso con suavidad el cuerpo de la cierva sobre la tierra, junto a un refugio fabricado al azar con ramas caídas, musgo azul y escarcha.
–En el interior de esa guarida te espera mi regalo –me dice la cierva con una última nube de aliento.
De rodillas me arrastro hasta el fondo de la guarida. No hay ningún tesoro; sólo encuentro una cría recién nacida de ciervo. El animal gime como un niño abandonado y hambriento. Su pelaje color de otoño invita a la caricia. Tomo a la cría de ciervo en brazos y vuelvo a salir. Cuando llego al exterior la cierva madre ya no respira.
Parece que la cría de ciervo ha entendido que se ha quedado sola en el mundo; hay una lágrima temblando en el blanco de uno de sus ojos. O tal vez esa lágrima se me ha derramado a mí. Pero a quién le importa. Ni todas mis lágrimas negras podrían absolver a uno solo de mis hermanos cazadores, y mucho menos salvar a este pequeño ciervo.
A veces parece que la cría de ciervo va a comenzar a hablarme. Me trago la rabia, y una gran pena. Siguen sonando disparos. Malditos… malditos asesinos de sueños. Después he pensado que el cazador que ha matado a la cierva madre no merece mi odio, pues él también forma parte del juego implacable de la Naturaleza, y algún día también será cazado, exterminado sin piedad por la furia del Azar y del Tiempo.
He llegado frente a la puerta de mi casa. Llueve, llueve, llueve. Estoy tan cansado… Al mirar atrás descubro sobre el camino embarrado las huellas que he ido dejando a mi paso.
Esas huellas ya no son humanas.
Ahora estoy en el salón, tendido sobre la alfombra de mimbre, rodeado de mi mujer y de mis hijos. Ellos no parecen ver el cervatillo que me traje del bosque, el cervatillo color de otoño que ahora come de mi mano.
Junto al fuego de la chimenea termino de escribir estas líneas.
Soy pobre. Pero ya no tengo miedo al invierno, porque también soy mago. Un mago poderoso. Cada vez que acabo una frase y antes de comenzar la siguiente aspiro profundo, cierro los ojos, y así puedo escuchar a las voces del bosque.
Me llaman.
Aún recuerdan mi nombre… mi nombre verdadero… mi nombre de ciervo.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Mi nombre de ciervo, cuadragésimo octavo cuento seleccionado.
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