-Don Gregorio –le dije un día-, mi padre tiene una vaca que trae pintado el mapa de Europa.
-¿De Europa dice usted?
-Sí, en su piel, don Gregorio.
Todos se rieron de mi ocurrencia. Todos menos don Gregorio, que se puso a hablar de lo de la piel de toro como una verdadera teoría y eso los fue dejando en ridículo hasta que acabaron callándose.
Don Gregorio Parejo era natural de Salamanca y hablaba con el empaque retórico de un diputado.
-Y dígame, ¿su padre de usted es consciente del hallazgo?
-No sé yo si él se ha dado mucha cuenta. Como anda siempre a lo suyo de ordeñar.
Pero está muy clarito, don Gregorio. Es una mancha negra rodeada del pelaje blanco de sus mares. ¿Quiere usted verla?
-Ah, pues no estaría de más. Europa es todavía una gran desconocida para los españoles.
A la mañana siguiente fuimos los escolares todos a la vaquería de mi padre allá en Los Llanos. Era una mañana fría de febrero. Por el camino, don Gregorio se detenía en los charcos helados y nos señalaba el carámbano como una muestra más del hielo que cubría los mares del norte de Europa.
Cuando llegamos donde mi padre, él volvió a señalar los mares fríos del Báltico justo en el espinazo de la vaca.
-¿Y los Alpes? –saltó Julito Cuenda– ¿Esos no son los Alpes, don Gregorio?
-No. Los Alpes están aquí, Julito –y señaló las costillas.
-No, lo digo porque como dijo usted que los Alpes tenían las puntas heladas –excusó su torpeza.
Después de aquello, a mis compañeros y al propio don Gregorio les dio por revisar todas las vacas del pueblo, buscándole parecido al mapa blanco y negro de sus manchas. Así, hasta que un día Ricardito Mera, el de la Sora, se presentó con el hallazgo.
-Mi padre tiene una con el mapa de España, don Gregorio. Que dice que si usted quiere se la trae, que, con tal de que nosotros aprendamos, a él no le importa traerla.
-Vaya –se frotó sus manos frías don Gregorio–, sepan que me reconfortan los gestos como el de su padre. Eso demuestra un interés por la instrucción pública que merece correspondencia. Sí, claro que sí, Ricardo. Ande, dígale a su padre de usted que sí, que la traiga si no es mucha molestia.
Y la trajo. Y la tuvimos allí el día entero con nosotros en la escuela. La vaca nos miraba con unos ojos enormes, pacientes y oscuros, como dos planetas húmedos.
-Se llama Nina –dijo el padre de Ricardito al irse.
Cuando Nina alzaba sus belfos como queriendo asomarse al mundo por la ventana, los cristales se empañaban con su resuello, igual que un fuelle. Pero es verdad que también daba calor, un calor de escuela y establo, hecho del olor a lápices y a boñiga.
-A ver, Domingo –preguntó don Gregorio–. Tome. Señáleme con el puntero dónde tendríamos exactamente la cornisa cantábrica.
-¡El puntero no, don Gregorio! –advirtió Ricardito entonces–. Con el puntero se asusta.
-Bueno, pues hágalo con su propio dedo. Ande, salga de una vez de su asiento.
Domingo se echó afuera y se acercó a Nina tocándole el espinazo lo mismo que si se tratase de una cordillera cántabra.
-Don Gregorio- preguntó él como suspenso en sí mismo, detenido en sus pasos.
-¿Qué?
-¿España tiene cuernos?
-Ande, no diga usted disparates y siéntese de una vez.
-Don Gregorio –intervino entonces el sabihondo de Manolito Vicente–. Si se fija uno bien, España no tiene cuernos. Los cuernos caen de la parte de los franceses ¿A que sí?
-¡No quiero más sandeces! –golpeó el estrado el maestro– ¡Las gracias guárdenselas para mejor ocasión! ¡Aquí quiero composturas y modos! ¡No lo repito más!
Luego le preguntó a Cristino Vega, que era un muchacho enclenque y renqueaba de una pierna por cosa de la polio.
-¿Dónde está Cuenca, Cristino? A ver, dígame.
-Aquí –señaló apenas. Aquí, don Gregorio, donde los filetes.
Aún no se había vuelto a sentar Cristino, renqueando, cuando volvió a saltar Manolito Vicente.
-Don Gregorio –levantó su dedo al fondo.
-¿Qué mosca le ha picado ahora, señor Vicente? –admitió con fastidio.
-¿Huelva da leche?
-La leche es un producto asturiano, de los valles húmedos del Norte. Y usted debiera saberlo.
-No, lo digo –remató Vicente– porque como las tetas caen ahí, pues claro.
La clase volvió a explotar en una carcajada sin que Nina se interesara siquiera, rumiando paciente y enorme junto al estrado.
-¡Compórtense de inmediato! –golpeó la mesa con su puntero el maestro.
Y entonces. Fue entonces cuando Nina alzó la cola como por más aseo y comenzó a largar. La suya era una boñiga densa que caía con el aplomo mismo con que rumiaba.
-Mírala –volvió a gritar Manolito Vicente–. La caca para Portugal. ¡Toma!
La clase se fue cargando de aquel olor primitivo, como de lava caliente de establo. Y los cristales se empañaron. Y también los retratos de Franco y José Antonio. Pero lo que más recuerdo de todo es que al menos aquel día lo pasamos calentito. Y que frío, lo que se dice frío, no pasamos ninguno. Eso.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Nina, séptimo cuento seleccionado.
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