–Hola –respondió escueto el hombre.

La anciana permaneció en silencio un instante, sopesando el sonido de la voz en busca de alguna familiaridad. De repente mudó el gesto y una franca sonrisa se dibujó en su rostro.

–¡Hijo! ¡Eres tú! Has venido. Espera, espera un momento –cerró la puerta y soltó la cadena, con cierta torpeza a causa de la emoción.

–¡Oh, Alberto, qué alegría! –se abrazaron, y Pilar le plantó un largo beso en la mejilla– Se lo decía hoy mismo a Marisa, ya sabes, la del tercero, cuando la he encontrado en la pescadería esta mañana, al hacer las últimas compras. Le decía: mi Alberto nunca falta en Navidad. Siempre viene a visitar a su madre. Es un buen chico, por mucho que digan las malas lenguas. Yo lo sé bien.

Entraron en el piso sin que la mujer le soltara el brazo, como si temiera que su hijo pudiera desvanecerse en cualquier momento, cruzaron el pequeño pasillo y entraron en el salón. El desgastado color del papel de las paredes y la falta de brillo de los muebles delataban la antigüedad de la casa. El paso de los años se había depositado en el cúmulo de recuerdos, de objetos y de fotografías que saturaban armario, mesas, baldas y paredes. La vieja y algo desaborida decoración navideña, que incluía un belén compuesto de figuras de diferente procedencia, estilo y tamaño, reforzaba el halo de tristeza que envolvía la estancia. En medio de ella la mesa aguardaba dispuesta con esmero para dos comensales. Era evidente que Pilar había rescatado del armario su mejor vajilla. Se podía apostar a que habría invertido horas en limpiar escrupulosamente la cubertería hasta sacarle brillo, y que mantel y servilletas –el juego que sólo utilizaba en ocasiones especiales– estaban recién planchadas.

–Siéntate, siéntate, hijo. La cena ya está preparada. Ahora mismo comemos. Sírvete el vino, si te apetece.

Pilar sirvió el menú de todas las Nochebuenas: embutido, paté y langostinos a la plancha de entrantes; unos caracoles en salsa como sólo ella sabe preparar, tal y como siempre le decía Alberto, después de horas limpiándolos de uno en uno –«los he hecho como a ti te gustan, cariño»–; y finalmente cordero asado como plato principal. De postre había preparado sus imprescindibles tostadas con miel.

Tras acabar, recogieron la mesa –«no hijo, ya me encargo yo. Tú siéntate, que eres el invitado»–, y se sentaron en el desgastado y cómodo sofá. Delante de éste, sobre la pequeña mesita, Pilar había dispuesto una bandeja de dulces navideños, que probaron junto a una taza de café recién hecho.

–Yo lo tomo descafeinado –puntualizó la mujer–, que si no luego me desvelo. Toma hijo, abre la botella de sidra. Ya sabes que a mí me gusta más que el champán, o el cava, o como lo llamen ahora.

Pasaron un par de horas delante del televisor, comentando entre bromas el inevitable especial de Nochebuena, presentado por una vieja gloria de la música en compañía de otros artistas en decadencia, entre los que se colaba alguna estrella ascendente para aportarle algo de lustre a un espectáculo con cierto regusto a alcanfor. Lo peor: los interludios pretendidamente divertidos a cargo de humoristas sin gracia. Pilar, de vez en cuando, comentaba a su hijo los últimos chismorreos sobre familiares con los que apenas tenían ya relación, o sobre vecinos y conocidos del barrio.

–¿Recuerdas a Elisa, tu prima? Bueno, prima segunda, la que se casó con el segoviano aquél que vende electrodomésticos. Pues me he enterado que se divorcia. No sé qué habrá pasado, pero tu tío Ramón, el que en tu cumpleaños siempre te regalaba aquellos coches de colección –el hombre no sabía que no te gustaban–, me llamó la semana pasada por teléfono, ya sabes que se acuerda todos los años antes de las fiestas, y me contó que tenían problemas desde hacía algún tiempo. Y eso que sólo llevaban casados tres años. ¡Hay que ver! Los jóvenes de hoy no saben lo que es el matrimonio de verdad –dijo lanzando una larga mirada al retrato de su marido, que presidía la pared principal del salón–. Al primer problema, hala, adiós y cada uno por su lado.

–Como Ignacio –continuó, ante la sonrisa indulgente de su hijo–, ya sabes, Nacho, el panadero, el que está casado con una de las hijas de Quintanilla. Pues se ha separado. Parece ser que se ha liado con una de esas, una colombiana, o venezolana, o cubana… lo que sea. Una de esas «rompematrimonios». El caso es que ha dejado a su mujer y se ha ido a vivir con ella. Con tres hijos que tienen, todavía críos. ¿Te lo puedes creer? Yo no sé qué tienen algunos en la cabeza, que en cuanto escuchan a una mulatita con voz melosa diciendo «mi amol» pierden los papeles. ¡No sé dónde vamos a ir a parar!

–En fin –dijo Alberto levantándose del sofá, algo embotado por la comida, la sidra y la larga sentada–, creo que es hora de que me vaya.

–¿Ya? –Preguntó con lástima Pilar, ojeando el reloj que marcaba algo más de las doce–. ¿No quieres quedarte a dormir?

–Lo siento –contestó él–, pero he de marcharme.

–Claro, claro, hijo. Lo entiendo.

Cogió el abrigo del perchero y amorosamente le ayudó a ponérselo. Con la palma apartó unas imperceptibles pelusillas de sus hombros.

–¿Has vuelto a ver a Maribel? –Le preguntó mientras se dirigían a la puerta. Él la miró en silencio.

–¡Oh, lo siento! No me hagas caso, hijo. Soy una vieja tonta. Pero es que la echo de menos. Era una chica tan dulce. Hacíais tan buena pareja…

Volvieron a abrazarse en el descansillo. Por las escaleras resonaban, alegres, voces cantando un villancico.

–Vienen de la casa de Rosario y Manuel –dijo Pilar con una sonrisa–. Ya sabes, hoy cenan con ellos sus dos hijos, con sus mujeres y los nietos. Pueden tirarse hasta la madrugada cantando. Adiós, cariño –le besó en ambas mejillas–. Gracias por venir. Has hecho muy feliz a tu madre. Y no tardes tanto en volver.

Le observó bajar las escaleras. Él giró la cabeza y la sonrió una última vez. No cerró la puerta hasta perderle de vista.

Al salir al frío de la calle el hombre reflexionó sobre la extraña sensación de bienestar que le embargaba. No imaginó que sería así. Cuando la anciana lo confundió con su hijo no acertó a reaccionar. Y luego, una vez dentro de la casa y sentado a la mesa, envuelto en los aromas de una comida hogareña y escuchando el arrullo de la dulce voz de la mujer, le fue imposible decepcionarla. Además, hacía tanto tiempo que no se sentía tan relajado como aquella noche. ¡Qué extraña resulta la vida a veces! En sus años como «liquidador de deudas» –llamémoslo así– había vivido situaciones peculiares, pero desde luego ningún encargo anterior había culminado de tan singular manera. Y el caso es que hasta el último momento no se había decidido a venir. Aún no terminaba de comprender por qué lo había hecho. La verdad es que no tenía ninguna intención de cumplir su palabra, por mucho que Alberto le hubiese suplicado:

–¡Por favor! Sólo te pido una cosa. No dejes a mi madre sola esta noche. ¡Por favor, por favor!

Había vivido esa situación muchas veces, y sabía que la gente es capaz de decir cualquier cosa para intentar salvar su vida. Había aprendido a volverse impermeable a las súplicas, y desde luego nunca comprometía su trabajo. Era un profesional y siempre cumplía sus encargos. Y nunca se le había ocurrido ejercer la última voluntad de los sujetos, cuando alguno de ellos se lo había pedido. Pero esta vez algo en la mirada de Alberto pulsó una oculta tecla en su interior cuando lo encañonó con el arma y apretó el gatillo.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convocó en octubre de 2023 la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

El galardón consta de una fase previa y una final. Durante la previa, en la que estamos, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta el 15 de mayo. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024. PLAZO CONCLUIDO

Fallo: 31 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

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