Entraron y lo tiró en la cama. Cerró la puerta, miró la pieza, examinó cada mueble, cada mancha de humedad. Dejó el bolso en el suelo, descargó sus bolsillos en la mesa de luz y pasó al baño. Al volver observó al hombre que permanecía inmóvil en la cama, con los ojos apenas abiertos y la respiración entrecortada. Quiso sonreír y no pudo. Se sacó la remera, los pantalones, zapatillas y medias, para quedar en ropa interior. Se miró en el espejo unos segundos, analizó su cuerpo blanco en aquel clima de hotel barato. Sintió un poco de miedo, pero no le hizo caso. Volvió la vista a la cama. La situación no cambiaba. Se acercó lentamente, se sentó y besó al hombre tan dulcemente como pudo. Besó su boca, su frente, las mejillas, su rostro de aquí a allá, mientras él trataba de volver en sí.
Ella lo desvistió poco a poco, con ternura, haciendo esfuerzos. Acarició y observó cuidadosamente aquel cuerpo, cada mancha, cada brote de pelo. No sabía bien qué hacía, pero siguió instintivamente, provocándolo. De pronto él se despabiló un poco y le acarició la piel suave, observó su cabello negro y sedoso, la besó y ella sintió una vez más aquel vaho, aquel olor a alcohol y cigarrillos, sintió esa boca torpe que le besaba la boca fina, sintió esos brazos fuertes que la alzaban, la depositaban en la cama y terminaban de desnudarla, sintió el peso de aquel hombre sobre su existencia, sintió cómo esos dientes se apretaban contra su cuello, sintió las manos apretando sus piernas, sintió su propia respiración acelerada, más nerviosa que excitada, sintió que el vaho que subía desde su pecho lamido, sintió de pronto un dolor punzante, sintió al hombre penetrando y desgarrando su virginidad, sintió su sangre derramarse sobre las sábanas blancas de aquella cama cualquiera, sintió dolor, se mordió la lengua y se le hizo un nudo en la garganta, sintió lágrimas pero no se permitió llorar, sintió el vaivén constante de aquella masa que exhalaba alcohol por cada poro, sintió calor en su cuerpo, sintió su sexo, aguantó el dolor, puso sus manos contra el colchón y esperó, sin emitir sonido, en cada segundo cada embate, en cada segundo cada bocanada de aire, en cada segundo aquella sensación extraña, aguantó el placer, aguantó aquellas palabras sucias salidas de esa boca, miró las manchas en el techo, el ventilador lento, miró la televisión prendida, miró la puerta de madera, sintió la penetración dolorosamente placentera, la elasticidad de sus músculos ante la carne dura, sintió el cuerpo encendido de aquel hombre sobre su pecho, sintió un suspiro, un torrente de calor por su cuerpo, el semen caliente mezclado con su sangre, su virginidad perdiéndose en el aire hervido y sofocante de la noche, sintió, por fin, desplomarse sobre su cuerpo a aquel hombre exhausto, sintió calma, sintió la quietud. Algo no supo en aquel momento culminante: no supo si sonreír o llorar.
Se lo sacó de encima y estiró el brazo para alcanzar la caja de cigarrillos. Prendió uno con la mano temblando. Lo fumó despacio, pensando largamente, esperando los ronquidos de aquel borracho que ahora permanecía desplomado a su lado izquierdo. Sintió que aquel amor que había sentido por él, se desvanecía ante cada pitada. Sintió que haberlo esperado tanto había sido en vano, que el amor que creía tenerle se desvanecía en un instante. Se dio cuenta de que no había esperado esto, que se había desilusionado. Apagó el cigarrillo contra el borde de la mesa. Escuchó la respiración profunda de él a su lado y se levantó. Fue hasta el baño a lavarse. Al volver evitó verse en el espejo. Lo miró mientras se vestía, lo fue examinando, vio el cuerpo desvanecido, desprotegido, inundado en su propio peso, y sintió que no se parecía en nada a aquel ser al que ella había amado. Alzó el bolso. Se acercó a la mesa de luz, agarró sus cosas, dejó algunos billetes en el mueble y unos cigarrillos. Pensó en dejar algún recuerdo, pero le pareció demasiado poético. Abrió la puerta sin volver la vista atrás.
Salió a la calle y se dejó envolver por el aire tibio del verano. La noche permanecía despejada. Volvió a encender un cigarrillo, ahora con las manos más tranquilas. Miró un rato a ambos lados, como si estuviera desorientada. Después bajó a la calle y le hizo señas a un taxi.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluyó el pasado 31 de mayo.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el Comité de Lectura selecciona los relatos finalistas de entre los recibidos antes del 31 de mayo, que se irán publicando en hoyesarte.com. Este es el caso de Noche de verano, octogésimo cuarto cuento preseleccionado.
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