Sin embargo, un día, las navidades pasadas, época de manzanas, lágrimas, pomelos y regresos, el tiempo dejó de hacer pliegues en su piel porque no le cabían tantas cicatrices. Fue aquel día en que recibió una carta sellada en Dublín; le sobrevino entonces un suspiro interminable, profundo, de los que solo tienen una única dirección. Se le atravesó en la garganta sin poder digerirlo. Entró en un estado catatónico que nos dejó con el alma en vilo. Supongo que le reventó la cabeza por dentro y se mezclaron neuronas y recuerdos con ese característico olor a naftalina y casquería. Tal vez fuera el corazón, que había dejado de darle ritmo a la sangre, ¡quién lo sabe! Nadie puede asegurar a ciencia cierta, dónde se almacenan los recuerdos ni dónde van a parar los suspiros. Se quedó inmóvil mirando al crepitar de las llamas en la chimenea, con el tiempo detenido bruscamente a su alrededor, como si no quisiera hacer más sangre con su cuerpo, como si no tuviera sitio para seguir haciendo muescas en su piel.
La Navidad es temporada de uvas, añoranzas y piñas, pero sobre todo de suspiros. Si no sabemos digerirlos, dosificarlos, espaciarlos como hacemos con las campanadas de Nochevieja, que no tañen con su ritmo natural, nos puede ocurrir lo mismo que a mi pobre tía. Y ahí la tenemos, sin acabar de morirse, frente a la chimenea desde entonces. Procuro mantener encendido el fogaril para que no penetre el frío de la muerte en sus huesos; eso la mataría. Sin embargo, dudo que pueda conseguirlo durante mucho tiempo. Mantiene la carta arrebujada en su regazo, el pecho henchido desmesuradamente y los ojos fijos en las brasas, sin decir ni mu, ahinada, inmóvil, con una tensión dolorosa y triste. Si no fuera por el balanceo ocasional de la mecedora ni siquiera te darías cuenta de que la tenemos ahí.
Ha vuelto de nuevo la Navidad, y como cuesta menos sembrar un árbol que fabricarlo, he decidido volver a las costumbres de antiguo. Pienso poner uno de verdad con un macetón inmenso de tres riñones y medio. No un árbol de plástico y alambres, sino uno de verdad, con savia de verdad y ramas de verdad, para que mi tía Úrsula pueda agarrarse y sentir el tránsito de la vida.
La Navidad es una época donde abundan los milagros; también de naranjas, mandarinas y mentiras, pero sobre todo de milagros. Tampoco es que haya demasiada diferencia entre unas cosas y otras, pero yo me quedo con los milagros para no perder nunca la esperanza. Agarrada a las acículas del abeto tal vez pueda recuperar el flujo natural de la vida en sus pulmones. Además tengo intención de poner guirnaldas en toda la casa, maquillarla un poco y disimular sus arrugas. Especialmente aquella que le salió de golpe el día que se casaron mis padres e hizo que no pudiera asistir a la boda. Es su cicatriz más profunda: comienza en los ojos, surca las mejillas, el mentón y la papada para perderse por debajo de la ropa, hasta el alma.
Me consta que no le gustan estas fiestas, que prefiere que la deje tranquila. Sin embargo, no puedo permitir que se abandone. La tristeza, abundante también en esta época del año como las granadas, los villancicos y los limones, germina lentamente con el frío del invierno y puede crecer y convertirse en una verdadera guadaña. Las ausencias son en realidad agujeros negros más o menos gigantes y es complicado impedir que lo engullan todo. Empiezan a girar como un torbellino haciendo desaparecer los proyectos. Te dejan solo con los recuerdos y ese es el principio del fin, cuando empiezas a conformarte con ellos despreciando el porvenir. Aunque parece que tienes el tiempo controlado, envejeces a una velocidad vertiginosa.
No puedo permitirlo. Comprendo que ha tenido una vida demasiado sacrificada, una carga demasiado grande desde que falleció mi madre, su hermana, por aquellas malditas setas que le había preparado ella misma con todo su cariño. El pueblo hizo lengua en el colmado y algunos hombres de uniforme vinieron a interrogarla, pero el monstruo indolente del olvido se llevó definitivamente el dolor, las setas y los hombres de uniforme. Sin embargo, mi padre no pudo superarlo y se fue al extranjero para siempre, a Irlanda, a Dublín. Desapareció de nuestras vidas. Mi tía me entregó entonces su juventud con una abnegación absoluta. Sacrificó su libertad y todos sus sueños por mí. ¡Qué más se le puede pedir a nadie! Me dio lo más preciado que tenía, su tiempo, que tiene tanto valor como el calostro.
Es cierto que los suspiros le venían de lejos. Este último, cuando recibió la carta, ha sido el que le ha llevado a este estado catatónico, pero ella ha sido siempre muy de suspirar. La recuerdo con aquellas series de la cadena SER que radiaban por las tardes, con Ama Royal o Simplemente María. Entre puntada y puntada, mientras yo devoraba tebeos del Jabato junto a ella, en el suelo. Entonces empezaron. Se hicieron preocupantes con la boda de mi madre y crónicos con la marcha de mi padre. Aquella época en que se volvió tan silenciosa y distante. Se colgó al cuello un escapulario con la foto de mi padre y se refugió durante tres meses en la cocina para disimular con cebollas la humedad de sus ojos. Supongo que no esperaba que mi padre reaccionara así. Ella esperaba que la vida hubiera seguido como si tal cosa, formando nosotros tres una nueva familia, pero es muy difícil que los planes salgan siempre como uno tiene planificado.
Siento mucha lástima por ella y no puedo dejar que se llene de tristeza. Ha sufrido demasiado. La Navidad es tiempo de caquis, suspiros, kiwis y decepciones, pero insisto en lo de los milagros. Y algo me decía que uno inmenso estaba a punto de producirse. Lo supe cuando se soltó del árbol, cuando dejó súbitamente de mirar al crepitar de las llamas en la chimenea, cuando arrebuñó un poco más la carta que tenía en su regazo y cuando clavó sus ojos en la puerta. Justo antes de que sonara el timbre.
Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.
Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.
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Fechas clave
Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021
Cierre: el plazo concluyó el 7 de julio de 2021
Fallo: 6 de agosto de 2021. Modificado el 14 de julio. Nueva fecha para el fallo: 17 de agosto
Acto de entrega: 21 de agosto de 2021. Modificado el 14 de julio. Nueva fecha para el acto de entrega: 4 de septiembre
Nota de los organizadores publicada el 14 de julio: Dado el gran número de relatos recibidos durante las últimas semanas, que ha rebasado todas las estimaciones, se hace imprescindible modificar la fecha del fallo del premio y del acto de entrega para asegurar que el trabajo de valoración del Comité de Lectura pueda ser realizado en las mejores condiciones posibles y de esa forma garantizar la igualdad de oportunidades de todos los participantes. Muchas gracias por su comprensión.