En la garita, el soldado de guardia lo escudriñó como si no pudiera creerse su presencia, lo hizo sentar muy cortés en un banco de madera y, un poco nervioso, decidió llamar por teléfono.
El caminante, recostado en el banco, lamentó el estado de sus zapatos, sintió dolor en sus piernas y comenzó a masajearlas por encima del pantalón. El soldado le indicó con una seña que lo siguiera. Otra vez caminó a punto del desmayo, entre tiendas de campaña, sosteniendo la maleta como si llevara a un recién nacido entre los brazos, hasta que le indicaron sentarse en un taburete. ¿Usted no se acuerda de mí?, preguntó un coronel en tono de adivinanza y el caminante hizo un no muy tímido con la cabeza. Bueno, eso no importa mucho, ya se acordará.
Mientras el soldado lo conducía a un nuevo sitio, notó que lo miraban con asombro. Ya en una inmensa casa de campaña, el caminante, impresionado, soltó la maleta de golpe cuando vio varias hileras de máquinas de escribir, tecleadas por un personal impetuoso. El soldado lo llevó a una vacía y dijo: Úsela bien, que no tenemos repuestos, pero el caminante lo miró como si no comprendiera. El soldado, empleando suaves argucias castrenses, colocó las manos en sus hombros, presionó hacia abajo y lo ayudó a sentar con determinación. Luego, hizo un saludo marcial, comenzó una marcha cuasi ridícula hacia la puerta, pero regresó con un libro bastante usado y suplicó: Me le hace una dedicatoria, por favor.
El caminante soltó un suspiro de alivio cuando estuvo solo, paneó a ojo de buen cubero el territorio repleto de máquinas de escribir, con sus correspondientes escribidores detrás y terminó detenido en la suya. Era una Olivetti pequeña, recién engrasada, puesta allí como si lo estuviera esperando.
Macanudo, Gabriel, qué suerte, dijo un tipo con voz grave que arrastraba erres y el caminante esbozó una sonrisa al descubrir a un amigo:
Julio, ¿a ti también te pasaron un email?
No, Gabriel, me avisaron con un telegrama. No sé qué cosa es un email.
Eso te lo explico después, ahora dime ¿por qué estamos aquí?
Estamos aquí por famosos, esa es la causa.
¿No me digas? ¿Es un castigo, entonces?
Depende de cómo lo mires, Gabriel, depende.
Acabo de llegar a un enjambre de soldados y de casas de campaña.
Me haces reír, che. Jamás he visto un solo soldado ni una casa de campaña. Estamos en una enorme oficina en París.
No jodas, Julio, esto es la selva Caribe, es Macondo. ¿No has visto a ese soldado que me trajo?
No, no lo he visto, he estado inmerso en mi escritura, Gabriel.
Entonces, ¿nadie me vio llegar?, afuera me miraban con susto.
Te vieron a ti, pero a los soldados los ves tú mismo, che, son tus creaturas.
No comprendo un carajo.
A esta oficina de París me trajo Oliveira hasta la puerta, luego me atendió La Maga y…
A mí un coronel tuvo la osadía de preguntarme si lo recordaba.
Debió ser Aureliano Buendía. En la primera mesa de tu fila está el gran Alejo Carpentier, che, ¿y sabes quiénes lo recibieron? Ti Noel, Makandal, los personajes de El reino de este mundo. Es muy probable que Alejo no se vea en París sino en Haití o en cualquier otra isla de las Antillas, ¿comprendes ahora?
Más o menos, compadre, pero me da escalofríos. Oye, ¿aquel de allá no es Jorge Luis Borges?
No te preocupes por los escalofríos, te acostumbras. A Borges lo atendieron Pierre Menard, autor de El quijote, Funes el memorioso, Beatriz Viterbo y algunos cuchilleros. El ciego vive en un perpetuo aleph.
¿Y quién es ese que escribe como un poseso en computadora?
Ah, es Roberto, vino por asuntos de hígado, medio polémico el tipo, pero en el fondo es bueno. Nos quiere superar a puro golpe de teclas, el pobre.
Dime otra cosa, Julio, ¿y de acá no podemos escaparnos?
Ya algunos lo intentaron, pero es imposible. Es nuestra recompensa por haber alcanzado cierta eternidad literaria.
No me jodas, compadre.
No, no es joda, Gabriel, cada vez que un lector nos lee nuestros personajes cobran vida.
Una verdad de Perogrullo, pero ¿por qué estamos nosotros, sus autores, aquí?
Cuando alguien nos lee, sin quererlo, vuelve a sentarnos acá, y nos obliga a trabajar como bestias para que el ciclo no se detenga.
De modo que a esta vaina llaman eternidad.
Sí, esta es la dichosa eternidad, hermano.
¿Quién nos lo iba a decir, carajo?
¿Has visto que hay algunos puestos vacíos? Pertenecieron a famosos que ya nadie lee. Esa es nuestra única manera de escapar, y, la verdad, che, que escapar así, no está en mis planes. No me gusta.
Ni a mí tampoco, compadre, concluyó Gabriel, estoy molido por el viaje, pero trabajando se me quita.
Luego, con cierto hálito de resignación, miró a su Olivetti, acomodó una hoja en blanco, frotó sus manos unos segundos y comenzó a escribir una historia donde un escritor arrastraba la agobiante maleta de sus propios libros publicados, para reencontrarse, en condición de igualdad, con sus entrañables personajes.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Trámites a la eternidad, quincuagésimo segundo cuento seleccionado.
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