Conchi es una mujer de manos inmensas y cejas bailarinas que limpia casas y roba libros. Suele robar uno a la semana en cada casa, pero algunas veces se lleva hasta seis o siete de una vez, y luego le pesan tanto que se le queda la marca de las asas del bolso en el hombro. Tiene en su salón una pequeña biblioteca con sus títulos favoritos. En realidad, eso es lo único que le importa, los títulos, porque los libros leerlos no los lee. Al principio lo intentaba, pero le parecía que tenían demasiadas palabras, tantas que no sabía con cuál quedarse. Para ella eran como una gran sopa de letras.
Mientras pasa el plumero va leyendo en voz alta los títulos y los autores y hay algunos que le hacen levantar las cejas y juntarlas en forma de tejado; le da hasta lástima que alguien puede llamarse Kirkegaard y escribir algo titulado Apostilla conclusiva no científica a las migajas filosóficas. Pero hay otros que enseguida la atrapan y no puede evitar acariciar sus lomos con el plumero: Abdul Bashur, soñador de navíos, Corazón de dragón, El secreto del bosque viejo. Siente un ir y venir en las cejas sólo con verlos, y sueña con el momento en que pueda entregarse a ellos.
A veces comienza su particular lectura ya en el metro, pero normalmente prefiere reservarse y hace un esfuerzo por pensar en otra cosa hasta que no se quita las botas y se sienta en su sillón, debajo de la ventana, en el único punto de la casa donde entra el sol, con el libro en el regazo y los ojos cerrados. Entonces sí, entonces sus cejas forman una línea recta y, sintiendo el calor en los ojos, sobre el naranja de fondo se empiezan a recortar imágenes de islas, de besos, de naves, de emboscadas, de rinocerontes. Y así se queda, hasta que siente que el escenario de su historia ya no es naranja sino gris y un escalofrío le sacude la nuca. Cierra el libro y continúa con su vida. Cuando sabe que de una historia todavía le queda algo por imaginar coloca el marcapáginas en algún lugar estratégico para recordarse a sí misma que aquello todavía da mucho de sí.
El concursante duda un momento…—¡¡¡¡Juan Marsé!!!!
Conchi, indignada, mueve las cejas hasta ponerlas en forma de ese y hace un molinillo con la fregona:
—Serás burro…
Apoya la fregona con cuidado en la pared y se acerca a la librería, al estante superior, y comprueba satisfecha que sí, cómo no, ella tiene razón, y el autor se llama G. Cabrera Infante… será Gabriel, o Gustavo. Y antes de darse cuenta ya está pensando en aquellos pobres tigres, tan solos en la selva, menos mal que de repente ven a lo lejos…
Se obliga a parar, no es el momento; se obliga a pensar en que no tiene suficiente pan rallado para las croquetas. Respira hondo, y entonces coge el libro con cuidado, como si fuera un pájaro, y le hace un nido con sus manos grandes y así se lo lleva pasillo adelante. Pero justo cuando lo está metiendo en su bolso suena el ruido de la cerradura:
—Hola Conchi ¿qué haces? —pregunta la señora—¿es que te llevas ese libro?
—No es fácil de explicar, señora.
—Pues yo lo veo muy sencillo: te lo estabas guardando en el bolso. Lo que no entiendo es por qué. No creo que ese libro te vaya a gustar; es un poco complicado.
Conchi no contesta. Baja la mirada y la clava en el aspirador, su perro fiel.
—Y ahora que lo pienso: ¿no te habrás llevado tú también el Tratado sobre la naturaleza humana? El otro día lo busqué por todas partes…
Conchi recuerda al autor, Hume, el señor Humo, y se ve a sí misma sentada en su sillón recreando escenas de locomotoras y chimeneas. Tiene que hacer un esfuerzo para controlar la ceja izquierda, que está a punto de sonreír:
—Pues sí, señora —hace una pausa y añade casi en un susurro: —lo tengo en casa.
—Lo siento pero no lo entiendo. ¿No podías pedirlos prestados? ¿Qué haces con ellos? ¿Venderlos?
—Le prometo que le devolveré todos y nunca más cogeré ninguno. —Las cejas de Conchi se han plegado y abrazan la nariz—.
—No es cuestión de eso. Comprenderás que no puedo tener en mi casa a una ladrona. Hoy es un libro, y mañana ¿qué? Mira, voy a hacer las cuentas. Dame las llaves, por favor.
Ya en el metro, con una sola ceja porque la otra casi ha desaparecido, lo único que consuela a Conchi por un instante es imaginar que aquellos tigres tan solos vieron a lo lejos a una jirafa saltarina que venía a alegrarles la vida.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Tres tigres alegres, cuadragésimo tercer cuento seleccionado.
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