Ya en la primaria hizo su primera demostración de peligro. Después del verano, el día de la vuelta a clase, yo había llegado diciendo que me sabía La marsellesa en francés y tenía admirados a todos los compañeros con mi don de lenguas. Estábamos en el recreo y yo, en el centro del grupo, cantando en francés inventado, algo demasiado fácil para Cefe. Me obligó a repetir el canto tres veces y me descubrió el embuste enseguida.
Pero yo no me desanimé en mi afición por las ficciones.
Pasaron algunas décadas y llegamos a mayores, cada uno con sus parejas y casa propia. Fue cuando vinieron las terribles cenas de amigos del sábado, sobre todo porque coincidió con la manía de hacer turismo y subir las pruebas de aquellos viajes a las redes sociales. Después se comentaban los viajes en aquellas gloriosas veladas.
Marita y yo, trabajando a turnos, andábamos reventados con esto del turismo, a la caza de los puentes y las vacaciones para programar los viajes. El siguiente era muy fácil, destino Roma, pero llevábamos una campaña infernal aquel año.
–Hay que llamar a Cefe, que nos recomiende hotel –dijo Marita–. No vayamos a meter la pata.
–Voy a mirarlo en google, déjalo de mi cuenta.
–Ya, ya, y que Cefe sepa de uno mejor y más barato…
–¿No te fías de mí o qué te pasa, cariño? –Marita sabe que si la llamo cariño está ocurriendo algo malo.
Ella estaba derrengada, bostezando y revolviendo entre los catálogos que estaban esparcidos por la cama.
–¿Sabes qué? Yo quiero vacaciones en nuestro sofá –dije.
–¿Sin movernos de casa?
–Exacto. Vamos a arreglar esto de una vez. Montamos un croma en el cuarto de la plancha y listo.
Yo trabajo en un estudio fotográfico y conozco bien la técnica. Es muy simple: se coloca en una pared un panel verde, te haces la foto delante y después aplicas el fondo que quieras, que no lo adivina ni el mismo Cefe.
Así fue como Marita y yo nos hicimos, como Mecano en su Hawaii Bombai, con paraísos que nos montamos en nuestro piso. Algo de lo que no hay: cierto, viajes no había ninguno. De esa manera logramos sorprender en redes sociales con hermosas fotos en los lugares top del turismo internacional y vencer en muchas, muchas cenas de amigos.
El riesgo comenzó a aparecer en una de ellas de la mano de Ceferino, comentando nuestras fotos en la noria de Londres, faltaba poco para terminar el año.
–Aquí estamos en la entrada de la noria. El día de Navidad.
–Haría un frío de narices en Londres. Por cierto, yo creía que la noria cerraba el día de Navidad.
Ya dije que Cefe se lo sabe todo. Cuando se fueron comprobé que él tenía razón y di gracias de no haber sido descubierto delante de todos los amigos como aquella vez en el colegio.
Mientras tanto, Marita y yo hacíamos una vida muy relajada, porque aún no teníamos niños y pasábamos unas vacaciones estupendas y muy tranquilas en el sofá de casa. De vez en cuando hacíamos nuestras fotos en el cuarto de la plancha, yo les colocaba el fondo apropiado y a compartirlas con el grupo. Aunque, después de lo de la noria, ya estaba con miedo de morirme de éxito y cometer un error.
–Esta, la última, Marita. París en varios sitios, pero luego hacemos un viaje de verdad donde tú quieras.
–Van a alucinar este sábado con las fotos. Hay que hacerlas en Montmartre, la torre Eiffel y por supuesto Notre Dame –dijo Marita.
Así lo hicimos y llegó la cena de amigos donde íbamos a compartir viajes estelares. Cefe no callaba con Bali, donde había viajado el último verano, y los demás cada uno con sus singladuras.
–Total, que fuisteis a París. Qué cerca, ¿no? –dijo uno que había hecho nada menos que una travesía por el Sáhara.
Nos atacó un buen rato con imágenes envidiables del desierto en cuatro por cuatro, camellos y tuaregs. Luego comenzaron a destripar nuestras fotos de París que ya parecían demasiado simples. Cefe se fijó en la imagen de Notre Dame más que en ninguna. Aparecíamos muy sonrientes, en primer plano Marita y yo, con el templo detrás bajo un sol brillante.
–¿Cuándo fuisteis a París? ¿Hace poco?
–Sí, fue un viaje relámpago este fin de semana. Encontramos una oferta de hoteles buenos y baratos. No te dijimos nada por no molestar.
–Pues yo os hubiera aconsejado, conozco mucho París –dijo mientras miraba con detalle la foto de Notre Dame–. La foto es espectacular, si no fuera porque hubo un incendio y la aguja que sale en la foto este fin de semana ya no estaba, se hundió entre las llamas.
Vislumbré puro terror en los ojos de Marita, antes de que ella comenzara a fingir un cólico de riñón para salir del paso. Hay veces que tiene esos cólicos de verdad y conoce muy bien los síntomas. Salimos corriendo los dos como que íbamos al hospital, y los otros cada uno a su casa.
Tuvimos que suspender, de momento, las cenas de amigos. Al menos hasta que construyan la nueva aguja de Notre Dame y yo pueda replicarle a Cefe que mi viaje fue cierto y que aquella aguja siempre estuvo allí, que la noticia del incendio fue un bulo y que él no sabe tanto de todo como se cree. Pero, por si acaso, Marita y yo hemos recogido el croma y nos limitaremos a las vacaciones en la playa porque ahora, con un bebé en camino, no estaremos durante un tiempo para el turismo internacional.
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