Carraspea dando un paso al frente para comprobar que su presencia ocupa algún lugar en la mente de ella. Ha carraspeado y dado un paso al frente esperando una reacción, un gesto que corrobore que le ha reconocido. Hasta no recibir una leve señal no se moverá, ni carraspeará de nuevo… quiere estar seguro de llenar un espacio antes de tomarlo. Y sus ojos se han movido; no levanta la cabeza del plato, pero sus ojos se han movido, han desviado su atención del plato para posarse en los pies inertes de él, para después seguir ascendiendo hasta cruzarle la mirada durante el tiempo que ha durado su parpadeo, trazar de nuevo el mismo recorrido a la inversa, y así volver a depositar de nuevo su mirada en el plato lleno y frío.

– Está lleno… Y se ha quedado frío… -Susurra.

Da otro paso, solo uno más, y carraspea de nuevo. Está cerca de su silla, pero teme ir demasiado rápido, teme que ella vuelva a levantar la vista y no le vea donde le dejó la última vez que le miró. Quiere que le siga paso a paso por la estancia, que recorra con él, poco a poco, el trecho que queda hasta su silla, esperando vacía frente a ella.

Ha dado un paso y ha carraspeado, y está esperando de nuevo, y ella tarda menos que antes en volver a ubicarle: del plato a sus pies, de los pies a sus ojos, y, esta vez, un poco por encima de su cabeza otea el horizonte de su calva y desciende de nuevo, de nuevo al plato que mira como un enigma insondable.

– Está lleno… y cada vez más frío… También el tuyo. -Susurra mirando el plato que hay a medio camino entre la silla vacía y su mirada perdida.

La silla le espera. Sólo está a un paso más de distancia, pero no sabe cómo hacer… ¿Dar un paso sin carraspear? ¿Dar un paso y sentarse? ¿Dar un paso, carraspear y sentarse? ¿Carraspear y dar un paso? ¿Enmudecer?

– Está a punto de congelarse… ya tiene escarcha…

Enmudece, da un paso y se sienta frente a ella. La mira y ve el deambular de su mirada: del plato se dirige al suelo que ocupaban antes sus zapatos inertes, de ahí al punto que marcaba su calva, de donde no consigue regresar, anclada su mirada en un horizonte desocupado. Él coge la cuchara que reposa junto al plato y no sabe qué hacer…

El plato está lleno, demasiado lleno, y rezuma frío, demasiado frío…

II

Está amaneciendo. La bruma se disipa. El sol se desliza poco a poco, colonizando el jardín, tomando la casa, allanando la cocina que huele a café. Tumbado en el suelo frío de mármol, la observa mirar la cafetera que silba y escupe vaho… Y el vaho atraviesa intrusos rayos de sol.

Reposa su cabeza sobre sus manos entrelazadas, se agarra la nuca, y la mira mirar la cafetera, la mira alargar un brazo que abre un armario situado a la altura de sus ojos, que miran el vaho. El cristal de la ventana se empaña, alcanza dos tazas del armario que deposita con levedad en la encimera, cerca de la cafetera, bajo la ventana de los cristales que se empañan. Se incorpora con lentitud. Desentrelaza las manos con absoluta delicadeza. Recupera la verticalidad, deslizándose. Y serpentean sus dedos, sus manos, sus brazos, hasta la cintura de ella; en su ombligo vuelven a entrelazarse, ahuecadas, conteniendo sus entrañas.

Ella vierte el café cuidadosamente, también su mirar, para que no rebose… La acompaña su respiración silenciosa… De una taza a la otra, el café ha caído en la encimera, un charquito marrón macula la blanca superficie y su respiración se agita, y las manos en su ombligo se tensan, duras, y el café sigue cayendo, vertiéndose incansable y oscuro en la taza que desborda sin contemplaciones, en la taza que no puede recibir más en su interior y ha decidido purgar…

Y el líquido marrón desciende por la porcelana de la taza, y macula del todo la palidez de la encimera que ella escruta mientras le huelen el pelo y unos dedos acarician sus entrañas…

Hay humo en la encimera, un ligero humo, un ligero vaho se eleva desde la mácula marrón caliente que se despliega, y la ventana siguen empañada, y recibe los ojos de ella que se empañan a su vez, como fruto del contagio.

Hace frío fuera pero dentro tarde… y se empaña…

III

Ha despertado solo, abrazando el edredón. Alarga el brazo, acaricia el vacío aún tibio al otro lado de la cama…, deja la mano reposar bajo la almohada de ella. La oye moverse en el baño, tras la puerta entornada, y rueda en la cama. Está boca abajo ahora, y ahora ve el reflejo de ella en la porción del espejo que se escapa por el hueco que deja la puerta entreabierta. La ve mirarse en el espejo. La mira cómo se contempla a sí misma, los hombros caídos, el pelo cubriéndole media cara.

La ve sacarse la camiseta blanca de tirantes y dejarla caer al suelo. La ve bajándose los pantalones a rayas, sacar una pierna, luego otra… La ve detenerse y contemplarse. La mira y ve cómo se mira al espejo con la cabeza gacha, mientras se lleva la mano derecha a la entrepierna y acaricia la tela casi transparente de las bragas… La otra mano antes inerte, ahora desabrocha el sujetador negro, y resbalan los tirantes, caen los tirantes y viene la erección.

Se contempla, se acaricia, estruja su abultado pecho izquierdo, con la cabeza gacha y el pelo enmarañado que sólo revela tras él el ojo que ahora dirige su atención a la cama. Ella mira el espejo para verle mirar cómo la mira. Ella mira el espejo y ve cómo él se recuesta, ve cómo deja que contemple el efecto de ese mirar lleno de sí misma… Y su mano se cuela suave bajo la tela casi transparente de las bragas, como un animal que se acurruca en su madriguera…

Se mueve suavemente, se mueve… Y le mira, le mira mirarla…

Ha cerrado la puerta, ya no se miran mirarse, la puerta se ha cerrado y él ya sólo ve la superficie lisa de esa puerta interpuesta. Se incorpora y se queda sentado al borde de la cama, escuchando el sonido de la ducha. Sólo oye el agua, ve una puerta cerrada que limita su mirada, y la imagina… La imagina mirando el agua caer, la imagina mirando cómo cae el agua y seguir su curso, la trayectoria que termina en vórtice imparable, insaciable…

La imagina mojándose, meterse bajo el agua cayendo de la ducha, sin dejar de mirar ese vórtice que la traga… insaciable…

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Una emoción, decimoctavo cuento seleccionado.

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