Los ojos se me encharcan no más pensar que quedaré sólo, aunque seguramente será durante el festín que armarán los gallinazos cuando vaciaré toditas las lágrimas que me quedan, si don Anselmo se resiste en regalarme el terrenito para sepultarla…; a decir verdad, muy poco tendrán que comerle los comensales del aire pues ella es sólo huesitos untados de carne y más temo que, si no la amarro bien a la tierra, probablemente sea el viento quien me la arrebate como a un papel y la tire por ahí, sin saber a dónde llevarle mis oraciones y acercarle a sus oídos todas mis dolencias porque también hago fila hacia la muerte.

Ya mis fuerzas no son las mismas y de remate estoy derrengado… Hasta me ha tocado sobar los pies con saliva para que caminen. Bien dicen que nosotros los pobres empezamos a morir cuando nuestros pies, cómplices de nuestras existencias, se liman. En cambio, los ricos mueren de mal de corazón, porque nunca aman como ama un pobre, el corazón no les perdona y explotan por desamor… Por eso quiero morir con ella, porque no deseo que ni la muerte nos separe. Pero…Y ¿quién nos enterrará entonces a los dos juntos…? Es que ni las sombras cadavéricas quedarán con fuerzas para hacerlo.

Entonces, que sea ella quien tenga cristiana sepultura y sienta el frescor de mis lágrimas. Nada más triste que un funeral sin lágrimas.

Por mi parte, ningún dolor dejaré a nadie cuando muera. Nadie me llorará, ni tampoco oiré desde mi penumbra un sentido pésame a ninguno de mis deudos. Igualmente, no me llegará ese olor contagioso a café que reparten a todos mientras me rezan. Nadie gastará nada en mí. Creo que la iglesia y la funeraria se arruinarán con mi cadáver.

Don Anselmo sabe que mis muchachos lo visitan especialmente en horas vespertinas, cuando duerme la siesta, pero ya ni les apunta con la escopeta como al principio, cuando se despertaba airado y le daba por repartir munición a diestra y siniestra. Precisamente un cartucho de aquellos fue lo que derrengó al perrito. Ahora, cuando camino hombro a hombro con mi animalito, nadie sabe quién es quién, porque también yo estoy derrengado. Somos uno solo y justamente aquel balazo que se estrelló contra su escuálido cuerpo nos unió más. Pero don Anselmo ya ni dispara al aire. Después de viejo se volvió bueno. Me cuentan que unos fulanos llegados de lejos y cargados de biblias le prometieron la salvación si dejaba sus orgullos, humillaciones y vejaciones. Y creo que don Anselmo lo tomó a pecho, porque ahora anda de pastor de la iglesia y predica como Jesucristo. “El diablo repartiendo hostias”.

Aquellos cuentan también que fue tal el remordimiento de don Anselmo que lo vieron repetidas veces llorar, dar limosnas sin que le tiemble la mano, arrodillarse ante la iglesia y dejar la arrogancia que arrastraba a causa de su inmensa riqueza.

Por ejemplo, a Estercita, mi hija menor, le arrebató su virginidad por cualquier moneda, y me llegan ecos que también le hizo el favor muchas veces a mi mujer. Yo ya no tengo rencores como para buscarle pleitos a nadie; el olor a muerte le destierra a uno los odios… Además, esas habladas son perdidas pues hace rato hundí la cera que asomaba en mis oídos para trancar la entrada de mi entendimiento y, así, evito cercenar más mi dignidad.

Por ahora sólo le pido a don Anselmo que se apiade de mí con un metrico de tierra, si es que quiere salvar su alma definitivamente y pagarme con alguito la felicidad que colmó con mis mujeres.

Por lo demás, ya todo está arreglado. El señor cura me prometió unos Padre Nuestro sin cobrármelos y a la caja le hundo los últimos clavos. Ella a veces me pregunta con algo de temor y curiosidad que para qué es la caja, como si sospechara de algo, y yo le respondo que es para guardar manguitos; entonces, ella algo más tranquila, me ayuda a limar con sus mínimas fuerzas las puntas sobresalientes del cofrecito. Así la engaño, aunque ciertamente tengo para mí que el manguito va a ser ella y que, si no apura su muerte, el mal la dejará en nada y llegará el momento en que tendré que enterrar únicamente el cajón.

En plena lucha diaria contra el destino que amenazaba con no retribuirme el terrenito, empecé a observar algo sobrenatural que cambió radicalmente la historia: pues mientras clamaba a Diosito y a don Anselmo por la tierrita y finiquitaba el resto de trámites necesarios para darle sepultura, mi vieja desterró sus males y como ave fénix regresó a la vida.

Atónito, guardé de inmediato el cajón, recogí todo lo que olía a funeral y, tras el paso de los días que me corroboraron su recuperación, jubiloso canté victoria. Los primeros damnificados ante su mejoría fueron mi Diosito, don Anselmo y el pedazo de tierra, pues renuncié irrevocablemente a ellos y me dediqué a vivir con ella…

Maravillado por verla cada vez mejor, reanudamos con intensidad nuestro amor. Reímos por todo, caminamos cogidos de la mano; más, estando gozando de nuestros momentos idílicos, un día, de repente, hizo la aparición fantasmal en nuestro rancho don Anselmo. Jadeante, me dijo que venía en nombre del Señor a entregarme el pedazo de tierra que pedía para enterrar a mi mujer.

No era un espejismo. Era la realidad. Esta vez Diosito sí oyó mi clamor inicial y, ahora que lo tengo, le rezo para que mi vieja se me muera definitivamente y a las buenas; de lo contrario, tendré que enterrarla viva pensando en que, a futuro, podrían resistirse en concedérmelo nuevamente.


Al maestro Rulfo, mi admiración.

Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz congregó a alrededor de 250 personas. Foto: Rodrigo Valero.
Acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’. Foto: Rodrigo Valero.

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022

Cierre: 24 de junio de 2022

Fallo: 10 de octubre de 2022

Acto de entrega: Último trimestre de 2022