Ahí se me queda toda la vida; tantos años. Hágaseme un buen entierro. Nada de curas y redenciones. Séale un buen y cordial responso.
Ningún amigo, siquiera familiar que me lo quiera conmigo velar. Qué triste mediocridad la de estos tiempos donde la gente ya no sabe, no quiere, afrontar la muerte. Con lo que él me fue para los otros. Vienen a vérmelo así, por un momento. Apenas me quieren mirar el féretro. Que ayer mismo me tenía alma y nos hablaba; mi amor, mi dueño.
Me lo hice feliz –creo yo. Aún me lo estoy oyendo ahora que lo miro y remiro. Con esas eses sibilantes, en aquel tiempo no me lo podía tratar un logopeda, qué cosas. La gente lo sabía, claro. Además, era muy hablador. En el colegio –me decía el pobre a veces– se reían de él por ese defecto. Y por ese zambo caminar a causa de la cadera. Un traspiés de la matrona cuando me lo nacieron.
Mírenmelo ahora los que no le conocieron. Hasta cadáver me exuda de hombre bueno. Acaso me le vean ese desliz por el cual me sibilaba las eses. Ahí me lo encontrarán, seguro. Esa pequeña falla en la ternilla de su lengua, ese error de costumbre, mínimamente enquistado en el tendón que me lo hacía tan suyo. Que me la comprueben.
También esa falta de tuétano en su fémur con la cadera. Ese roce de tantos años que se ha marcado en su flexión vital, poco a poco, día tras día. Todo eso me es él; mi amor, mi dueño.
Me lo reconozcan de él todo. Cómo me articulaba ese caminar la izquierda con la cadera. Que me anuncien ese escoliado movimiento, que me lo plasmen en sus despojos. Ahí, en él, me ha de estar. Que me lo digan antes de ocultármelo para siempre.
Como me ausenta de tanto mirarlo así, tan presente. Mi querido compañero, mi bien conservado. Me lo estoy oyendo hablar, aquí y ahora. Tan extremeño que me vino y, en cambio, tan leísta se me hizo cuando me emigró a Madrid. Una se lo decía tantas veces. Nadie detectará eso en su inerme anatomía. Qué leísta fue mi condenado amor. Nunca me aprendió a corregirlo. Lo vuelvo a mirar ahora y lo estoy viendo: venga con el “le” y con los “les”. Que lo sepan los que me lo van a enterrar. En su mi amado cuerpo me impriman su leísmo, como un cartílago respingón y despistado al hablar, como una entraña gastada por el anejo caminar. Eso también me era, mi amado bien, mi amigable soldado. Que le hagan mirar su imperfecta bondad; lo impuro y entrañable de su hablar y caminar en las carnes. Que me lo comprueben.
Entiérrenmelo después.
Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz
El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.
El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Este es el caso de Uso del dativo ético en el velorio de un leísta, trigésimo cuarto cuento seleccionado.
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